Esta es la interrogante que más se repite en la conciencia de la gente. Las respuestas son muy diversas. Desde las más catastrofistas hasta las optimistas que auguran un cambio positivo. Y es que la coincidencia entre la crisis cíclica y la pandemia crea un ambiente que hace propicia la más profunda reflexión acerca del futuro de la humanidad.

El escepticismo parece dominante. Y es que lo que se reproduce en la conciencia de mucha gente obedece al ambiente que crea la pandemia, la cuarentena, para colmo, la crisis. La idea metafísica encuentra una base material para nutrirse. La imposibilidad de realización en términos inmediatos trae la tristeza. El haber esperado condiciones que no llegaron conduce a muchos, a la desesperanza. En su lugar, vinieron la pandemia y la crisis. Base para que la depresión económica infecte a mucha gente que sufre de esa condición.

Además, en las crisis económicas, es cuando mejor se evidencian las tendencias y leyes del capitalismo. Se van a manifestar en toda su crudeza en la esfera de la producción y del cambio de un orden basado en la propiedad privada sobre los medios de producción.

Esa perversa trilogía de la explotación, la estafa y la usura alcanzan escalas muy altas. La crisis, profundizada por la pandemia, conduce a una caída del PIB mundial con el consiguiente desempleo. Ya se señala que EE. UU. llegó a 16 millones el número de nuevos desempleados para la semana pasada. Este asunto resulta planetario, tanto como la pandemia. De allí que, se incrementa la oferta de fuerza de trabajo en relación con la demanda. Luego, cae el precio de esta mercancía, cuyo valor lo encontramos en el conjunto de bienes y servicios que les permite reproducirse. Por lo que se empobrecen aún más los obreros y trabajadores de todo el planeta. Así, los capitalistas que quedan en pie —con la crisis muchos sucumben— querrán aprovechar al máximo el descenso del precio de la fuerza de trabajo. Querrán incrementar la tasa de explotación de los trabajadores, lo que les permite una elevada ganancia.

Aquello de vender caro cuando las condiciones lo permiten alcanza una expresión superlativa. Actualmente observamos cómo venden gasolina hasta en 3 dólares el litro, dada su escasez. En muchos lugares es la Guardia Nacional la encargada de administrar esta ganga. Un camión de agua de alrededor de 10 mil litros cuesta entre 80 y 100 dólares, en medio de una crisis que obliga a un mayor aseo. Muchos se ven forzados a recurrir a esa oferta, dada la necesidad y el pésimo servicio del ente gubernamental al respecto. En el mundo entero, en lo que aparezca la vacuna para combatir la pandemia, no nos extrañemos que su precio al detal sea exorbitante. En caso de que sean los privados quienes la comercien, su precio puede sorprender. Seguramente en Venezuela la cosa llegue a mayores, en un mercado protegido por las mafias chavistas que, acostumbradas a sacar pingües ganancias con aquello de la presión de demanda en la venta de muchos rubros que toman de las cajas Clap. Ahora lo pudiesen hacer con ese nuevo nicho para la obtención de jugosos beneficios.

En relación con la usura, ya el FMI marcó la pauta. En vez de hablar de, al menos, renegociaciones, o bien, moratorias, o condonaciones, en el mejor de los casos, predice la necesidad de que se incrementen las deudas de los países para atender los efectos de la pandemia. Así, el 8 de abril pasado, aprobó 2.2 billones de dólares para otorgar en calidad de préstamos. La usura, así como el comercio se mueven con base en principios y leyes difícil de ser torcidos. Así como la pandemia logra que el vendedor alcance en la venta el máximo beneficio, dada la presión de demanda ante la caída tendencia de la oferta, producto de la recesión, la usura también encuentra mejores condiciones para forzar préstamos gananciosos. La deuda pública, debemos recordarlo es el mejor negocio posible. Quienes garantizan la honra en el cumplimiento de las obligaciones son los países, sus riquezas, el bolsillo de sus pueblos y la explotación de sus trabajadores.

Sin embargo, por la manera como se configura la producción en la sociedad capitalista, también aparece su antítesis. La solidaridad se hace presente. Se descubre su poderosa fuerza para atender problemas como la pandemia que afecta a la humanidad. Hasta es propiciada por los medios que han hecho gala durante décadas de la más grande ofensiva ideológica en favor del egoísmo, la privatización y la necesidad de disminuir al mínimo al Estado “paternalista”.

Para el régimen la cosa se le hace más fácil. Y es que dos décadas de socialismo de palabra, sólo de palabra, les permite propagar con más ímpetu la solidaridad que debe reinar en estos momentos para combatir la pandemia y la crisis. Por tratarse de una farsa aquello del socialismo, la cosa no les resulta extraña. Aunque hayan conducido al desastre al país con la política más liberal posible, unida a la corrupción y la articulación con las bandas que venden comidas y medicinas, agua o gasolina, practicando fielmente las leyes del mercado.

Esta trilogía de la explotación, la usura y la estafa, habida cuenta que alcanza su máxima expresión, siembra escepticismo, pero también disposición al cambio. Por lo que el espectro revolucionario se puede hacer ver acá o allá. De hacerse reformas para salvar el sistema basadas en una mayor explotación del trabajo se hará carne más rápido.

El derrumbe liberal

La idea de que el Estado debe asumir más responsabilidades es propagada de manera cada vez más clara, sobre todo en el área de la salud. Hasta en la cuna del liberalismo de viejo cuño y del nuevo, la cosa queda clara. Inglaterra luce dispuesta a transitar, nuevamente, no solamente el camino de la protección sino también el del Estado garante de servicios públicos. Toda Europa se ve cuestionada en cuanto a sus servicios de salud. Que decir de EE. UU., donde la pandemia parece alcanzará récord planetario. Mientras la pandemia fue anunciada desde Hollywood, el sistema de salud no tomó previsión alguna.

Son varios los economistas a los que se les brindan espacios para que propaguen las ideas alternativas frente a una crisis que puede conducir a salidas radicales. Se traen a colación ideas de los economistas que propugnaron la protección de Estados Unidos, Alemania o Francia para alcanzar la industrialización. Estará de moda Hamilton y Friedrick List, padres del proteccionismo estadounidense y alemán, respectivamente. Hasta se reivindica el desarrollo alcanzado por Corea del sur con base en la protección. También se va redimiendo cada vez más el planteamiento del Estado del bienestar. Claro, frente al desastre mundial y la pandemia es mucho el cuidado que deberán tener los estados capitalistas para salvar el sistema.

En general, algunos, de manera positiva, otros no tanto, indican que las cosas van a cambiar radicalmente. Pocos se aferran a las ideas en decadencia. Los axiomáticos u ortodoxos, reivindican como siempre sus monsergas, aunque estén acorralados.

Son tiempos en los cuales surge la idea de que resulta absurdo que hayan imperado políticas que atentan contra el desarrollo de los países débiles. Cacareado por los ideólogos del capital, se convirtieron en su oportunidad en conceptos dominantes de manera casi absoluta. Lucen, siempre lucieron, absurdas las tesis de que competir con los más fuertes nos conduciría al desarrollo.

Sin embargo, las reformas suponen una puja. ¿De dónde saldrán los recursos? De una parte, habría que reducir lo que destina la economía mundial y cada país en particular en cancelar la renta del dinero que motiva la deuda pública. En segundo lugar, las ganancias extraordinarias de las grandes corporaciones deberán ser disminuidas. Asimismo, el comercio deberá ajustarse a una tasa de beneficio en correspondencia. Pero los llamados creadores de empleo dirán que debe haber estímulo a la inversión. Esto es, que se debe mantener la cuota de ganancia. Luego, que los trabajadores deben seguir siendo explotados en una escala que haga atractiva la inversión. Allí el conflicto. Su resolución supone la agudización de la lucha de clases.

Venezuela

Esta circunstancia, en un país que ya vive una crisis de tal profundidad que ha llevado a millones de venezolanos a emigrar, es de perogrullo afirmar que traerá consecuencias aún más graves. La crisis que arrastramos se ve superpuesta por la pandemia. Su profundización no se hace esperar. Más aguda aún por el bloqueo estadounidense que, como política pierde eficacia, en Venezuela y en otras partes.

Para algunos la cosa será aún más desesperante ya que ni siquiera pueden optar por la alternativa de migrar, dada la pandemia.

Circunstancias que hacen que esa tendencia a la pérdida de esperanzas sea mayor que en otras latitudes.

Son tiempos en los cuales debemos disponernos con más ahínco a un cambio de gobierno, bajo una conducción unitaria basada en una propuesta de cambio de país en correspondencia con los nuevos tiempos. El liberalismo ya no suma. No atrae a los más. Sus recetas resultan más que dañinas en lo económico y en lo político. Venezuela tiene futuro sobre la base de una salida popular y soberana. Sobre la base de una propuesta económica que se sustente en la confianza en nuestras propias fuerzas, el estímulo a la producción nacional bajo la protección estatal y la satisfacción de las demandas ciudadanas.

Esta crisis, que se avizora como la más profunda desde la depresión de la década de los 30, alimentada por la pandemia, parece marcar el fin de una época y el nacimiento de otra. Veremos si las reformas para salvar el sistema triunfan, para que todo en esencia siga igual. Pero, dada su magnitud, se pudiese levantar uno que otro pueblo que marcaría la diferencia y el inicio de un nuevo período histórico superando positivamente las relaciones de producción y de cambio imperantes, para edificar una nueva sociedad, verdaderamente solidaria.

Publicado en El Pitazo

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