A pocas horas de haberse conocido los resultados de las elecciones en Chile este 2021, muchas han sido las amistades y compañeros de otros países que me han escrito, interesados en saber mi opinión sobre la coyuntura del país austral, desde que vivo en esta nación.

Debo aclarar primero una gran mentira, tejida por los sectores más reaccionarios de Chile y del que hacen eco los medios de comunicación en el mundo: Gabriel Boric no es comunista. Me atrevería a decir que está muy lejos de serlo. Es un político joven, reformista, liberal burgués o algo más parecido a un anarquista liberal, que a lo largo de su corta trayectoria en la escena política, ha sido incluso vacilante con sus posturas. Así que puede estar tranquila la burguesía nacional, la latinoamericana y los capitales foráneos en general. Preocupados deberían que estar los trabajadores chilenos y de Latinoamérica.

Y es que ¿cómo es posible que la izquierda mundial celebre el ascenso de Boric, como una victoria del pueblo chileno? En nuestro caso partimos del hecho de que los comunistas no somos de izquierda. Simplemente somos comunistas. Nada más alejados del maniqueísmo «izquierda o derecha». Ahora bien, supongamos que la jerga coloquial nos ubica en ese lado del plano cartesiano, el de la izquierda. Entonces es importante decir también que hay una intención por parte de los enemigos de la clase, de asociar a los movimientos progres y populistas con las llamadas «izquierdas». Todo lo contrario. Esos movimientos posmodernos le hacen un favor enorme a la clase dominante. Barnizados con las exigencias de índole social, popular, etc., se presentan como sectores avanzados y hasta revolucionarios, pero por ningún lado de sus agendas se alza una propuesta seria que busque enfrentar el fondo del problema: las relaciones de explotación de una clase sobre otra, en este caso, sobre la clase obrera. Saborean el hueso sin hundir el colmillo en el tuétano.

Las cosas vistas así, el triunfo de Boric no representa, en términos de clase, un gran avance para los trabajadores. Al contrario, este triunfo va a atemperar las contradicciones de clase y postergar la revolución social. Boric fue el candidato perfecto para los intereses del gran capital en el país andino. Prueba de ello es el apurado viaje hecho por la expresidenta Michel Bachalet, exclusivamente para brindarle su apoyo al final de la carrera electoral. Lo mismo hizo Ricardo Lagos, conspicuo neoliberal y responsable de la mayoría de privatizaciones de sectores estratégicos post dictadura. El apoyo de Bachelet y Lagos fue un mensaje de garantías directo a la burguesía nacional y los capitales foráneos, mensaje de que Boric representaba la continuidad de los 30 años de concertación, tras la capitulación con la dictadura.

Una vez más, la mayoría de los electores fue arrastrada por el chantaje de la propaganda mediática. Presentaron a Kast como representante de la derecha, fascista y dictador, y a Boric como el de izquierda progre, demócrata, popular. Ambos, ni Kast ni Boric, representan un peligro para los intereses del capital y su lógica de acumulación y expoliación de la vida humana. Quizá la decisión de la sabiduría popular fue votar por el menos malo. Nadie apuesta nunca por lo peor, toda vez que, a pesar de todo, el único que mantuvo un discurso coherente en defensa de los derechos humanos fue Gabriel Boric.

Este asunto de los DDHH es fundamental en el país. Esperemos que Boric se mantenga en esa línea y no negocie con el aparato represor pinochetista, que aún permanece incólume tras los años de concertación. Pero también es valorable la posición que asumió en los primeros debates en cuanto su condena a la violación de los DDHH por parte de la dictadura venezolana. Igual habrá que esperar coherencia en su postura, una vez asuma formalmente el cargo y esta vez el discurso dé pie a una posición diplomática firme. El pueblo venezolano espera un aliado en su lucha por recuperar la democracia.

Kast, el peligro latente

Creo que el gran ganador en estas elecciones es José Antonio Kast. Cuando llegué al país, hace 4 años, Kast se presentaba en las elecciones con apenas un 5% de apoyo. Así se mantuvo hasta hace unos meses. Un líder que no levantaba del 5% de apoyo popular, tras los hechos en la frontera (Colchanes) y de enarbolar su discurso antinmigración, con propuestas como “ordenar la casa”, “Chile para los chilenos” y “cavar una zanja” para evitar el ingreso de desplazados, vino a más. Ahí fue cuando logro subir su popularidad, típica conducta del fascismo la de apelar al espíritu nacionalista de un sector del pueblo trabajador y convertir en amenaza un tercero, en este caso, al trabajador foráneo, responsabilizándolo del agravamiento de las condiciones de explotación.

Adicional a esto, el desgaste que tuvo el efecto estallido y la búsqueda por parte de sectores de la pequeña y mediana burguesía, de un salvador que los liberara del «caos» creado por la izquierda. Y cuando hablo del caos me refiero al creado por elementos lumpen que, después del estallido popular chileno, se dedicaron cada viernes y durante todos estos meses previos a la contienda electoral, a quemar cuanta cosa pudieron y a cometer actos vandálicos, incluso contra patrimonios colectivos y populares como plazas, parada de autobuses, teatros, iglesias, museos… y hasta locales de pequeños negocios familiares. Estos sectores desclasados nunca fueron denunciados ni apartados de los protagonistas del estallido popular por una razón: no había ni hay vanguardia en este movimiento capaz de adjudicarse la dirección ni delimitar los planteamientos y las formas de lucha con claridad, en el marco de una estrategia común. La población le adjudica estos actos a la llamada izquierda, en la que mete a todo aquel. Todo esto contribuyó al crecimiento de Kast, quien se impuso de manera sorpresiva en la primera vuelta, incluso superando al candidato de Piñera, que traía una muy amplia plataforma de apoyo social; y al candidato del estallido popular y de todos sus movimientos, Gabril Boric.

Hoy, Kast se retira a casa con un 44% de respaldo. De allí que no tardó en salir a reconocer el triunfo de su adversario, en mi opinión por dos razones: 1) Es un astuto y experimentado líder que supo administrar sus victorias y derrotas. Sabe también que fue de poco a más. De tener 5% a consolidarse con un 44% y de estar a punto de llegar a la Moneda. Es una victoria para su propuesta de país, ya que 2) Si administra bien ese saldo, se mantiene al acecho y si el novel Presidente no sabe gestionar los aletazos de la crisis del capital, Kast se presentará en las próximas elecciones como el eventual «salvador de la nación», producto de una acusable «mala gestión de la izquierda”. Y una vez más los sectores avanzados y de izquierda quedarán como los que «no saben gobernar» y que «la miseria es causada por los comunistas» y pare usted de contar con la propaganda que la reacción y el capital siempre ha sabido hacer, a pesar de que en realidad los que han llegado al Poder no han sido precisamente los sectores más avanzados, sino los atemperadores de la revolución social, que tarde o temprano llegará, inevitablemente.

Para la reflexión

Chile, al igual que el resto de las naciones, no escapa a la crisis global del capital, de su incapacidad para resolver la cada vez mayor miseria de los pueblos oprimidos. Por ello, es en estos países en los que ha triunfado el populismo latinoamericano, el reformismo y el revisionismo de izquierda en general. No para realizar cambios revolucionarios genuinos ni para enfrentar la crisis general del capitalismo, sino para atemperar las revueltas por venir.

Entonces, la pregunta es: ¿Podrá afrontar Gabriel Boric la réplica de esta crisis en su país, con políticas que, más allá de lo discursivo y las arengas, propendan hacia un cambo radical en las relaciones de explotación? Está por verse. Lo que respondamos aún es mera especulación. Lo que sí no es especulación y tampoco escapa a nuestro radio de acción, es el papel de los comunistas y los revolucionarios en esta etapa. Lo que haga o deje de hacer Boric, las conspiraciones que haga o dejen de hacer los sectores pinochetistas, no deben influir en el objetivo principal de los pueblos y de sus sectores más avanzados: organizar a los trabajadores y a sus aliados, construir la conducción, construir la vanguardia.

Pero independientemente del juego electorero, de las agendas demócratas burguesas o de los advenimientos fascistas, hay una realidad insoslayable: La incapacidad del capital de resolver los problemas de la humanidad, el entrampamiento de su modelo de explotación, las crisis cíclicas del capital y su crisis general, las tierras de su propia tumba. Nada de lo anterior podrá superar esta crisis actual y sus contradicciones, que amenazan incluso hoy la permanencia de la especie humana en el planeta. Este entrampamiento tiene su explicación científica en la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia, lo que conduce a guerras interimperialistas, saqueos y degradación de la humanidad como resultado de la maximización de la explotación a niveles cada vez más cercanos a la esclavitud primera. Chile no es poca cosa en el concierto del mercado mundial. No solo es el país con las mayores reservas de cobre, también posee vastas reservas de litio. Según Bruckmann (2011), apoyándose en datos y estudios del año 2009, Chile tenía en ese entonces una participación 76% en las reservas mundiales de litio, mineral usado en baterías recargables de casi todos los dispositivos electrónicos portátiles que se producen actualmente, desde teléfonos celulares, computadoras, cámaras fotográficas y de video, hasta carros y transportes interespaciales. En una época en la que el mundo camina a pasos acelerados hacia el inagotable avance tecnológico, Chile pasa a ser un pastel apetecible para que el capital recupere su tasa de ganancia a través de commodities baratos o hasta gratis. Sin contar con la posibilidad de elevar su capital variable, lo que es lo mismo, bajos salarios y mano de obra dispuesta y disciplinada.

Boric tiene un doble desafío: La soberanía frente al hambre de los mercados internacionales y las mejoras en las condiciones sociales y laborales de los trabajadores chilenos. Pero la responsabilidad de superar estas contradicciones le ha sido otorgada por la historia a un solo sujeto: la clase obrera. Es ella y solo ella en quien descansa la salvación de la humanidad. Es la clase obrera en particular y la clase trabajadora en general la llamada a transformar la realidad y las cosas tal y como nos han sido presentadas. Para ello, debe contar con una organización, un programa estratégico y de transición, objetivos claros, una vanguardia fuerte y decidida, entre otros. De allí mi llamado a los comunistas y revolucionarios que le han coqueteado al reformismo chileno y que aún están embriagados por el jolgorio de la victoria electorera: No hay tiempo que perder. Hay que salir a organizar, a educar, a desnudar las contradicciones. Porque de esa forma, o aceleramos desde ya el ascenso al poder, o cuando la historia nos toque a la puerta, estemos organizados y dispuestos a enfrentar la situación con consciencia de nuestro sentido histórico. Que no se les olvide que “el motor de la historia es la lucha de clase”, como resumió aquel viejo barbudo llamado Karl Marx.

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