A 40 años del asesinato del preso político y maestro Oswaldo Arenas en la cárcel de La Pica

Una de las cintas más bellas y dramáticas de la historia del cine español lo es, sin duda, Las 13 rosas. Ayuda a que se cumpla el deseo de una de las fusiladas, Julia Conesa, que expresó en una de sus últimas cartas a sus familiares: “Que mi nombre no se borre de la historia”.

De acuerdo con investigaciones realizadas, la cinta nos presenta de una manera muy fiel lo que fue la captura y fusilamiento de 13 jóvenes —12 de ellas comunistas— ya finalizada la guerra civil. Eran militantes del Partido Comunista de España y de las Juventudes Socialistas Unificadas. La mayoría de ellas contaba entre dieciocho y veinte años.

El terrorismo franquista fue realmente de los más crueles y sanguinarios. Supera con creces a Pinochet, aunque éste —junto a los dictadores del resto del Cono Sur— le compite…

En polémica con un amigo de la vida, muy acucioso por demás, le señalaba que en Venezuela estamos en presencia de una dictadura. A pesar de todas las evidencias, mi amigo insistía en que no se trata de una dictadura, ya que, entre otros aspectos, no existe un terrorismo generalizado en Venezuela. Aunque esta sentencia, la de 16 años de prisión contra seis dirigentes sociales —inocentes como se puso de bulto en el juicio—, es una evidencia más de que estamos frente a una dictadura terrorista.

Varias determinaciones demuestran que estamos en presencia de una dictadura burguesa en toda regla. No nos referimos a la idea general de que toda forma de dominación burguesa es una dictadura de los capitalistas sobre los trabajadores y demás sectores oprimidos. La dictadura burguesa se expresa de muchas maneras y con regímenes diversos. Todas buscan preservar las relaciones sociales de producción: la propiedad privada sobre los medios de producción, y la producción y realización de la plusvalía. Se sirven desde las formas más democráticas, aunque reducidas a las clases dominantes y circunscritas al voto, hasta las más abiertamente dictatoriales.

¿Qué diferencia hay entre una de otra? Que las democracias burguesas liberales ejercen la dictadura con base en una división social del trabajo que crea el fetiche de una tal autonomía de poderes. Se dividen el trabajo para ejercer la dictadura de una clase sobre otra. Además, existe la libertad de prensa, aunque hacen valer de manera férrea la hegemonía comunicacional y cumplir con aquello de que la ideología dominante es la ideología de las clases dominantes. Lo que niega la libertad de expresión. Se expresan de manera clara las ideas del sector dominante. No la voz de los trabajadores. Un sistema de justicia que ampara a los dueños de los medios de producción. No a los trabajadores. Entre otros aspectos.

En las dictaduras burguesas donde se cercenan los resquicios que dejan las libertades democráticas, no hay la tal división y autonomía de poderes. La heteronomía se hace más clara y abierta. Van desde las dictaduras fascistas o de rasgos fascistas, hasta las dictaduras militares “gorila”, pasando por aquellas que expresan alguna idea con sentido nacional. Nadie puede poner en dudas que Mussolini o Hitler hayan llegado al poder mediante votación democrática, a partir de lo cual impusieron dictaduras fascistas que negaron cualquier vestigio democrático. Ejercieron una cruel y masiva represión contra los comunistas, sindicalistas, judíos y demás razas subalternas. Aplicaron el terrorismo en su más elevada expresión. Los chavistas también llegaron por elecciones.

El desarrollo de la dictadura chavista está lleno de complejidades. Un régimen que desde un comienzo expresa rasgos fascistas —sustentados en el irracionalismo y alimentados por el resentimiento y la revancha, propios del lumpen— derivó en una dictadura abierta, aunque aún muestra rasgos formales de democracia burguesa. Con trampas y cercenamiento de los derechos en todos los órdenes, quedan vestigios de libertad de expresión, sobre todo a través de las redes sociales, con todo y que han puesto presa a gente que las usó para expresar una que otra idea tipificada por el régimen como delito de odio. Pero es evidente que todos los poderes están absolutamente controlados por la dictadura. El poder judicial no goza de ninguna autonomía. El legislativo es un apéndice claro del dictador. Igual sucede con los llamado poder ciudadano y poder electoral.

Estamos en presencia de una dictadura que deja uno que otro vestigio para presentarse ante el mundo como una democracia. Cada vez son menos los que creen que esto no es así. Al contar con menos recursos, la dictadura disminuye los gastos de tarifar organizaciones y personalidades que los ayuden en el engaño. Por lo que el desenmascaramiento es cada vez más claro y asumido —a escala nacional e internacional— por mucha gente que antes los defendía, bajo la tarifa y el engaño de que eran revolucionarios.

Sobre un terrorismo generalizado, el asunto es de magnitudes. Hasta ahora, el terrorismo no alcanza al brindado por Pinochet en Chile o los gorilas de Argentina. Pero los emula. Al menos sobre sectores importantes de la sociedad la cosa ha sido muy clara. Testigos de eso son los militares asesinados, uno de ellos, el capitán Acosta Arévalo, anunció su muerte en pleno juzgado, luego de sufrir terribles torturas. Otros quedaron con secuelas de significación. Miles son los torturados en los distintos centros de reclusión a los que fueron llevados. Figuras como el concejal Albán, lanzado desde lo alto del edificio del SEBIN.

Pero ciertamente no tenemos aún vuelos desde donde lanzan a los presos, como lo hicieron en Argentina. No tenemos un estadio para meter decenas de miles de presos a los cuales se les sometió a tortura. No contamos con las decenas de miles de desaparecidos como en el Cono Sur. No son muchos los desaparecidos por la dictadura chavista. No tenemos los cincuenta y tantos muertos de inanición en huelga de hambre como militantes del IRA en tiempos de Margaret Thatcher. Apenas tenemos al agricultor Brito. Miles son los jóvenes que hubieron de abandonar el país huyendo de la represión, en eso sí competimos.

En definitiva, es un asunto de magnitudes. Pero estamos frente a una dictadura terrorista que no ha alcanzado a sus pares del Cono Sur. Aquéllas fueron de derecha y aplicaron una política en correspondencia con las exigencias del Fondo Monetario Internacional y las ideas liberales de nuevo cuño. Ésta lleva a cabo la misma tarea, pero desde la perspectiva china y con discurso de izquierda, con medidas tan duras o más que las del FMI. Si no, veamos lo que ha significado la eliminación de sueldos y salarios de los trabajadores de la administración pública durante años, para garantizar el pago de la deuda externa, principalmente la contraída con los asiáticos.

Pone de manifiesto el chavismo —la dictadura de Maduro—, una vez más, que es reaccionario. Que sus rasgos fascistas y dictatoriales lo llevan a privilegiar la represión y el terrorismo por encima del discurso del engaño. Saben del costo político que representa la sentencia a 16 años. Es que se ha despertado una solidaridad que al parecer no calcularon. Hasta chavistas los hay que han criticado esta decisión. Desde varios puntos de vista critican la decisión. Unos dicen que no les conviene. Otros rechazan la decisión desde la perspectiva de los intereses de los trabajadores.

Pero lo cierto es que cada vez es más claro que la dictadura es troglodita, gorila, reaccionaria. La gente ya los asume como gente mala. Corruptos. Bandidos. En la película Las 13 rosas podemos apreciar claramente dónde está la bondad. La alegría y el espíritu revolucionario de la juventud. También se dibuja claramente al terrorista represor. El torturador. El chavismo es cada más identificado como gente maluca. Los luchadores sociales como lo que son: gente del pueblo, víctimas de la represión sin haber cometido delito alguno.

Cuando juzgan a las trece rosas, junto con cuarenta y tres hombres, entre ellos parientes y parejas de las mujeres y un muchacho de 14 años, usaron un manido argumento: “… la sentencia oficial afirma que los prisioneros eran culpables de planear un atentado contra Franco, o sea la ‘excusa oficial’ para casi todas las ejecuciones en aquellos años”. La que usa la dictadura chavista también es manida: terrorismo y conspiración para delinquir.

Tampoco son de la misma magnitud el crimen de lesa humanidad contra las 13 rosas y demás víctimas y la condena de los 6 luchadores sindicales y sociales. No guardan la misma proporción ni despiertan la misma sublimación. Pero reflejan ambos episodios el terrorismo de Estado. La actuación llena de odio de un sistema judicial al servicio de dictaduras sustentadas en ideas fascistas.

La obediencia debida no es aceptada cuando fuerzan a un subalterno a cometer actos de lesa humanidad. En este caso, el terrorismo de Estado ha forzado a un subalterno a contravenir la justicia. Al menos vergüenza debe sentir la jueza por haber procedido de manera tan abiertamente contraria a la legalidad. No es el mismo caso el del fiscal general Tarek William Saab. Él forma parte de la cúpula del poder. Actúa consciente del engendro creado, en el cual hace de protagonista.

Los presos políticos, en la historia de la Venezuela moderna, han jugado un papel importante en la política y en los desenlaces de cada etapa. Si no, que lo diga Pío Tamayo. Los presos del bipartidismo que dejaron epopeyas como las fugas del cuartel San Carlos y de La Pica. La libertad alcanzada por los llamados “presos de Ciliberto”, gracias a acciones de masa que obligaron al gobierno de turno a negociar, mediante el propio ministro del Interior de ese apellido. Estamos seguros de que estos seis nuevos presos políticos sabrán cumplir su papel y dejar también una huella en la historia del derrocamiento de la dictadura.

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