El retorno a la escuela parece una decisión firme y con fecha. Cuando anunciaron que el 16 de septiembre se iniciaba el retorno a las aulas, nos sorprendió. Porque desde el día del anuncio a la fecha establecida, solo restaban 8 días. Parece poco tiempo para volver a la escuela luego de un año y medio de ausencia. No solo ausencia de estudiantes y docentes, sino ausencia de atención e inversión del Ministerio de Educación, lo que ha significado para las infraestructuras educativas abandono y deterioro.
La sorpresa no fue solo por la premura, también como mamá sorprende por no estar preparada, como años anteriores, para ese día tan importante para los niños, niñas y adolescentes. Comprar útiles, uniformes y preparar emocionalmente a los chamos y chamas para un nuevo año escolar, son acciones comunes de los adultos responsables y cuidadores en el marco del cierre de la temporada vacacional que, para efectos, hoy se ve espectral.
La angustia que genera la vacunación de los niños, niñas y adolescentes (NNA) es también fundamental. La seguridad de no contagiarse no está garantizada y las vacunas, que disminuyen los riesgos, no han llegado a la mayoría de la población. La noticia de la vacunación a NNA para el reinicio a clases debió darse antes del inicio al año escolar y no en el proceso. No hay información confiable sobre la vacunación, no hay una planificación ordenada, informada y clara, sobre cómo se va a adelantar ese proceso, si realmente existen las dosis disponibles para todos los NNA y en qué momento serán las jornadas.
Un día después del anuncio del retorno a clases, se distribuyó en chats de WhatsApp el documento elaborado por el Ministerio de Educación denominado Plan Victoria Bicentenaria: Inicio de clases seguro y progresivo 2021-2022. Leímos con atención, y por encima parece un buen plan, salvo por la premura del anuncio y lo tardío de la publicación. Sin embargo, inmediatamente surgieron dudas.
Por tratarse de una planificación nacional, este plan requiere de una importante inversión económica, humana y de tiempo, algo que no aparece reflejado en el material. No se puede obviar que el Gobierno tienen una capacidad impresionante para pensar en “acciones revolucionarias, avanzadas” que en el papel resultan grandilocuentes y que, si se pusieran en práctica, podrían sorprender el impacto que tendrían en la sociedad. Sin embargo, la realidad nos estalla en la cara y la constante equivocación, fallas y corrupción reiterada, augura que será otro plan fallido, sin contar algo determinante: la ausencia total de la atención psicoemocional en la planificación.
Lo que dice el plan y lo que no
La bioseguridad parece el centro. Garantizar la existencia y disponibilidad de material de bioseguridad, formación de la comunidad y planificación de la cantidad de personas que acudirán a las escuelas por días en las semanas de flexibilización, se lleva todo. Se mencionan las ideas, pero no se indica cómo se implementará y qué cosas recaerán en la responsabilidad del ministerio, zonas educativas, escuelas y representantes.
Lo primero, quién va a garantizar los tapabocas, que además no deben ser reutilizados. Cuenta simple: son 8.763.066 estudiantes y 1.100.000 docentes y trabajadores de instituciones educativas. El cálculo nos aproxima a 19.726.132 tapabocas por semana. Si cada persona acude 2 días a la semana, se necesitan 100 millones de tapabocas para la asistencia hasta diciembre. Esto debería tener un presupuesto. Además, debe incluirse la dotación de gel antibacterial para cada escuela, suficiente para la limpieza de manos de todos los asistentes de forma regular. No se especifica cómo garantizarán el agua en las más de 20.000 escuelas a nivel nacional, cuando hay zonas que pasan meses sin ver una gota.
A los docentes los llaman héroes anónimos. La población reconoce su esfuerzo y dedicación para sacar adelante el año escolar virtual, pero el que no lo ha reconocido es el Estado, que los mantiene con salarios de hambre, obligándolos a buscar alternativas distintas a la pedagogía para garantizar sus alimentos o el abandono de sus puestos de trabajo.
Pues el plan habla de atención médica en jornadas especiales para docentes y grupos familiares, dotando las medicinas; vacunación del 100% de trabajadores de la educación y “la promoción de la actualización de la contratación colectiva”. No la actualización, sino la promoción. Aunque mencionan luego la actualización de la contratación colectiva, no indican porcentajes de incremento o si cubrirá lo necesario para vivir dignamente. Este último debió ser parte del inicio, no como promoción sino como aprobación de un contrato colectivo correspondiente con la economía nacional para cubrir la canasta básica y debió materializarse previo al anuncio del plan. Pero solo utilizan el verbo promocionar y esto nos alerta.
La infraestructura escolar para el proceso de enseñanza-aprendizaje es eje fundamental para el retorno a clases. En el plan hablan del rescate de los espacios educativos con Mi escuela bella. Esto es: refracciones simples, medianas y complejas. La mayoría de las escuelas, abandonadas por un largo periodo, deben requerir reparaciones medianas y complejas. Sin embargo, en el plan, que revela que son 20.103 instituciones educativas, en letras pequeñas indica que serán solo 500 las atendidas por el proyecto Gotas de amor para mi escuela, a través de FEDES en la primera etapa, que no sabemos cuánto dura. Podemos inferir que estas requerirán atenciones medianas y complejas.
Las 500, que según, serán atendidas, solo representa el 1.7% de las instituciones del país. Otras 952 están incluidas en la alianza entre alcaldías, gobernaciones y ministerios, sin indicar en qué tiempo o etapa se atenderán. Esto es el 3.2%. En total, el plan solo contempla la atención del 5% de instituciones educativas del país. No sabemos sobre cuál base definirán cuáles sí y cuáles no entran dentro de las 500 o 900 escuelas. Si partimos del principio de igualdad y no discriminación, todas deberían entrar en el plan y deberían indicar cómo se distribuye en el tiempo la ejecución.
El falso anticapitalismo
La atención integral de los NNA que el plan incluye, es contradictoria. Arranca atacando la educación mercantilista que promueve el capitalismo y el consumismo como fin de la educación y del ascenso social. Se centra en explicar la dotación de alimentos, útiles, uniformes y calzados a los NNA que sean evaluados y se identifiquen como necesitados. Aunque es necesario en un número importante de familias, esto se reduce a la entrega de mercancías. El Estado se los dona.
Sabemos que las familias asalariadas tampoco podrán pagar esta dotación porque el Estado ha generado las peores condiciones de reproducción social, y no llega a garantizar el mínimo necesario para vivir, ni políticas de bienestar social que compensen la diferencia entre el salario y la necesidad real para alimentación, vestido, calzado y vivienda, que es lo que dicta como mínimo el “Estado de Bienestar” en el sistema capitalista actual.
También se habla de familias disfuncionales, término tomado de la teoría funcionalista que responde al capitalismo y que busca sostenerlo con una visión utilitarista de las personas y la constitución de una familia en la que cada integrante cumple un rol para integrarse socialmente al funcionamiento del sistema. Es decir, crecer y formarse para entrar en el mercado laboral para la explotación, con sumisión, además.
Desde las ciencias sociales, principalmente, desde el Trabajo Social, esta teoría mecanicista ha sido refutada, entendiendo que los seres humanos no son máquinas y los procesos en las dinámicas sociales y familiares dependen de múltiples factores que influyen en cada individuo. Esta idea de que el ser social determina la conciencia, prevalece. No se puede comprender a una familia o a un individuo, separado de su contexto. El plan responde impecablemente más a sostener al sistema capitalista que a transformarlo.
Lo que evade el plan
El plan no aborda la salud psico y socio emocional, ni siquiera la de los NNA. Luego de un año y medio de confinamiento, de lejanía entre pares, de no compartir la cotidianidad de la escuela y los espacios de socialización, de haber sufrido los embates de una pandemia mundial, de familiares que murieron, de otros que enfermaron y quedaron con secuelas, de amigos y amigas que se fueron o que ya no estarán, de que algunos disfrutaron la cercanía con la familia y otros sufrieron violencia y situaciones traumáticas, el retorno a clases no puede pasar por alto las emociones.
Lo que a muchos nos parece fundamental, al Estado parece no importarle. Evaden la atención psicológica y la estabilidad emocional en el regreso a clases. La adaptación, no solo el cumplimiento de normas de higiene, sino del reencuentro emocional, volver a pasar horas con otras 15 o 20 personas distintas, reencontrarse con docentes y autoridades académicas que también cambiaron, que perdieron a un ser querido, enterarse que la maestra más querida ya no estará… Muchas emociones deben ser contenidas y conducidas para el bienestar, la convivencia y la salud integral, pero han sido borradas de un plumazo.
La autorregulación no es un proceso fácil. Requiere de atención, contención, herramientas y entrenamiento. No se puede volver a clases como si la pandemia y sus consecuencias no existieron. El plan no habla de cómo reencontrarse emocionalmente con la escuela, cuánto debe durar ese proceso, si las escuelas cuentan con profesionales especializados para esta realidad, ya que el personal docente no necesariamente está formado para eso.
No se habla de un plan de emergencia en casos de crisis, ruta de atención, contar con equipos para hacer frente a eventuales situaciones críticas. Tocará entonces a cada institución asumir la preparación de su personal, buscar alternativas, apoyarse en las organizaciones de la sociedad civil, que siempre asume las falencias del Estado. Pero de ninguna manera pueden las escuelas recibir a los NNA sin tener un plan de atención psico y socioemocional.
Tocará a docentes, sin salarios adecuados, prepararse para atender las individualidades, para escuchar las historias disímiles y encontrar las palabras precisas que ofrezcan calma y seguridad a cada NNA. Cada experiencia es particular en la salud mental y la atención psicológica. Las recetas generales no tienen cabida. Es fundamental que cada docente asuma como prioridad su salud mental y emocional, si no hay estabilidad emocional individual, no se puede ofrecer estabilidad emocional para los demás. La atención especializada es fundamental. La seguridad en el regreso a clases debe incluir como eje transversal la salud mental, que debió ser prioridad y jerarquía en el plan.
Para el 16 de septiembre ya debió estar programada la atención y formación de docentes en herramientas para asumir el reto de mantener seguros emocionalmente a los NNA. Una formación que no se cubre con una charla de 2 horas y que debió ser un plan completo de formación con la previa evaluación psicoemocional de los propios docentes, para poder hablar de retorno seguro a la escuela.
Así, nos encontramos ante un plan que nos muestra las cosas que debió hacer el Estado siempre, pero que no hizo y que ahora propone hacer sin detallar la inversión o si tienen los recursos. Hablan de “humanidad y solidaridad” sin solidaridad ni sentido humano. El plan, así, tiene fallas fundamentales y queda poco tiempo para implementarlo. Solo augura un regreso a clases poco seguro, sin igualdad y con abundante discriminación.