La razón que da origen al Estado tiene distintas interpretaciones. Para Hobbes, por ejemplo, los humanos son malos por naturaleza y la existencia es un “todos contra todos” sin la presencia de un ente que establezca normas claras que genere temor, lo que él llamó Leviatán. Para Locke, la razón era el límite de la trasgresión entre unos y otros, desde una perspectiva cristiana, una razón religiosa y no una razón humana. Rousseau, por su parte, opinaba distinto, que los humanos son buenos por naturaleza, pero la necesidad de vivir una libertad para sí requiere la existencia de un ente superior que garantice la libertad colectiva, que asuma la responsabilidad de lo social para delegar en la gente su libertad individual.
Sin embargo, nació el Estado moderno, el que hoy conocemos, que asume la responsabilidad de lo colectivo y la libertad de la gente se restringe a lo individual. Ese Estado vino con su tipo de democracia, la que hoy defendemos, que no es más que una dictadura de una clase, que impone las normas que rigen incluso nuestra manera de elegir, por tanto, carente de democracia genuina. Y es que el sistema capitalista fue creando bases estructurales y súperestructurales para mantenerse como sistema de producción domimante. Vivimos en una sociedad que garantiza determinado modo de explotación, y en la que además creemos que no somos explotados, algo que se ha caracterizado como alienación, y peor aún, en la que el desiderátum social es llegar a ser explotador.
Así, vemos prácticas autoritarias en la sociedad y nos sorprendemos, pero no somos todos los sorprendidos. Una buena parte de la sociedad asume formas de autoritarismo como válidas, aceptables y hasta necesarias. Esto nos muestra entonces a una sociedad adaptada a vivir el autoritarismo, bajo la fuerza ejercida como norma, el control y la arbitrariedad, como naturaleza de la democracia moderna.
Recientemente circuló un video por Redes Sociales (RRSS), en el que se observa a unos hombres de civil, pero con chalecos camuflados y pasamontañas, y a tres personas (hombres) pegadas a la pared, como en las redadas. La denuncia de ONG defensoras de derechos humanos contra los agresores fue la calificación, en principio, de «colectivos», que fueron quienes hicieron el video como forma de ejemplarizar y hacer entender a la comunidad la necesidad de utilizar el tapabocas y cumplir la cuarentena. El video es detestable, particularmente me hizo llorar de indignación por dos razones. La primera es el poder otorgado por el Estado a unos particulares para ejercer la coerción, amedrentar y controlar. La segunda, la vulnerabilidad del pueblo venezolano, de permitir que una gente que no tiene ni legalidad ni legitimidad para asumir el control del orden público, les agreda y humille de la forma en la que lo hicieron esos sujetos que, aunque tuvieran la legalidad, sería igual de detestable. El Ministerio Público dijo que abriría una investigación y hasta los momentos solo hay un detenido, de por lo menos tres que se ven en el video. Pero el autoritarismo no queda allí.
Parece que esta idea de represión social se ha establecido como parte de una conciencia colectiva. La aspiración, aunque sea por unos minutos, a un espacio en el cual ejercer el Poder, entendido este como forma de sometimiento del otro, que además y preferiblemente depende de ti para resolver algún asunto. En el ámbito de la administración pública es muy común, pero en el área privada, también.
Recientemente una persona responsable del área administrativa de un colegio no permitía a una madre entregar los soportes de actividades a distancia de su hijo, porque lo había llevado con ella al colegio y aunque la representante indicaba que no tenía con quién dejarlo y que estaban cumpliendo las medidas de prevención, la respuesta fue negativa. En Farmatodo San Antonio un padre lleva a su hijo de dos años para hacer unas compras y el gerente le dice que si el niño no tiene tapaboca, no puede entrar, y aunque el padre le explica que tiene dos años y está prohibido que use tapaboca, la respuesta es que “sin tapaboca no entran”. Finalmente, tuvo que colocárselo pese al riesgo para el pequeño. Una madre trabajadora que vive sola con su hijo, por lo que siempre debe andar con él, no le permiten llegar a su trabajo porque los niños deben quedarse en su casa en cuarentena estricta.
En una sociedad en la que la impunidad reina, cualquiera asume el «mando» Poder, y decide cómo es la norma y cuál la sanción a su incumplimiento. En estos casos, los autoritarios están convencidos de estar haciendo lo correcto, porque es natural para ellos ese ejercicio del poder, que de la decisión de una persona dependa la vida de muchas otras, idea que promueve la democracia moderna, la democracia de la dictadura del capital. Entonces, en la escuela, otra madre pensaría que “realmente no debió traer al niño”; en la farmacia alguien pensó que “claro, que le ponga el tapaboca, aunque sea pequeño” y en el barrio, ante la actuación de los colectivos, algún vecino pensaría, “por qué salen sin tapabocas y en cuarentena, se lo buscaron”.
Ante esta realidad, pareciera que Hobbes tenía razón y todos somos malos por naturaleza. Pero resulta que no es nuestra naturaleza, porque somos resultado de una construcción social y es esta sociedad la que nos construye y nos construye con base en las ideas dominantes, que pueden hacer que aceptes ser sumiso si estas en la clase oprimida, o ser autoritario, déspota y explotador, si perteneces a la clase dominante, en la que, aunque naces siendo parte de la clase desposeída aspiras llegar a ejercer como explotador, como sometedor del poder sobre los otros. Y es que la educación reproduce la lógica del sistema capitalista y forma al ciudadano en la lógica «natural» explotado/explotador, pero no para romper con eso, porque socavaría las bases del sistema. Resulta realmente complejo darse cuenta que podemos estar asumiendo el papel del explotador y del autoritario, y naturalizar ética y moralmente este despiadado ejercicio dictatorial.
Como explica Freire en Pedagogía del oprimido, “El gran problema radica en cómo podrán los oprimidos, como seres duales, inauténticos, que «alojan» al opresor en sí, participan de la elaboración de la pedagogía para su liberación. Solo en la medida en que se descubran «alojando» al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual ser es parecer y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo». La reproducción de esta historia impuesta por un modo de producción, también tiene sustento en el dolor y el padecimiento del oprimido, que se supone libre, cuando deja de ser oprimido y asume la otra cara de la moneda. No se percata que la libertad real es la no existencia de esa dualidad, y que la aspiración no pude ser oprimir al otro, sino poder convivir con el otro sin necesidad de someterlo, sino sobre la base de la solidaridad.
Gramsci reflexiona sobre lo histórico de esa división entre humanos y la posibilidad de romper esa dualidad, que solo responde a determinadas condiciones. Para poder superar esa división es necesario cambiar las condiciones que la reproducen. Al final del cuento, somos víctimas todos de un sistema que no solo controla las relaciones económicas, sino que también se hace de un orden y una forma de las relaciones sociales para mantenerse intacto, naturaliza una ética de dominación, de sometimiento. De allí, lo relevante de combatir al sistema de forma radical. Esto finalmente es ineludible.