Luce como una catástrofe. Tanto que los estados capitalistas deberán asumir su condición de capitalistas ideales. Deberán colocarse por encima de los intereses de las distintas fracciones de la clase burguesa a riesgo de que peligre el sistema.
Tal vez, Franklin Delano Roosevelt sea ícono en este aspecto. Asumiendo una política reformista, tomó medidas que apuntaron a la salvación del sistema. Frente a una crisis de las proporciones alcanzadas en el 29 del siglo XX, con la implantación del New Deal, el nuevo trato, Roosevelt tomó decisiones que lucieron drásticas para remozar el orden burgués estadounidense. Una de las cuales fue la de intervenir parcialmente la banca e imponerle algunas normas para regular su acción usuraria. De esta crisis, la más emblemática hasta ahora, Estados Unidos resultó más fortalecido para la pugna interimperialista. Pero lo que más lo apuntaló fue la guerra.
Pero el coronavirus y la crisis cíclica, juntos, parecen arrasar con muchas cosas. Por lo que puede resultar más profunda la inestabilidad del orden. Así, un imprevisto, fuera totalmente del principio del céteris páribus, lo que atormenta al cientificista natural, parece que puede llevarse muchas cosas de por medio. Cuidado Trump, si el coronavirus te lleva en los cachos, como dice la sentencia del argot popular. Aunque hasta los momentos se ha incrementado el apoyo de la gente a su gestión para atender la pandemia, cosas veredes.
Este evento pasará a la historia como un fenómeno que deberá ser atendido por la ciencia económica de manera muy precisa. Y es que la apología del pensamiento económico al servicio del capital no perderá tiempo en elaborar explicaciones que le quedan de perla. Eso de que la crisis es el resultado de la pandemia, resulta para muchos tan evidente que es difícil hacer entender, una vez más, que la cosa no se presenta como es. La pandemia es detonante, catalizador; luego, por la profundización en los efectos críticos, se superpone. Pero la crisis cíclica ya se veía venir y estalla conjuntamente con la pandemia, expresado básicamente en la caída del precio del petróleo. Así, su estallido coincidió con ella. Cosas del azar como parte del desarrollo de la materia. Vino junto al virus, pero la enfermedad cíclica es crónica. Es una de las dolencias del capitalismo.
La crisis es el período en el cual cíclicamente el capitalismo debe destruir capitales, por aquello de la sobreproducción. Tanto, que le permita reconfigurarse, centralizar los capitales y seguir su curso. A menos que alguna situación revolucionaria le detenga el camino, acá o allá, en ese eslabón más débil de la cadena imperialista, y se produzca una revolución progresiva.
Si en algo son absolutamente coincidentes es que la pandemia y la crisis cíclica conducen a una paralización de buena parte de la producción, al paro, el desempleo pues. Así, ya el Fondo Monetario Internacional (FMI), en boca de su directora gerente, Kristalina Georgieva, sentenció que la economía mundial entró en recesión. De seguir las cosas como van, pudiese entrar en depresión. Algunos ya vaticinan que será peor que la gran depresión que sufrió el mundo capitalista previo a la segunda gran guerra.
No pierde oportunidad el FMI para asomar un rescate por muchos miles de millones de dólares. Esto es, al sobreendeudamiento planetario, que ya supera más de 300% del PIB mundial, plantean más deuda. El fetiche es invocado y no pierden oportunidad los ingenuos en aplaudir la salida propuesta por la usura.
Ahora bien, si la pandemia hubiese venido sin la presencia de la crisis cíclica, podríamos haber hablado de una crisis como resultado de la pandemia. De tal suerte que, en rigor, la pandemia, al acompañar a la crisis, la lleva a una escala superlativa. Pero la crisis ya venía. Faltaba un detonante.
La crisis capitalista, dado su carácter cíclico, es también pandémica, como el virus. La producción es para comerciar internacionalmente. Y, aun siendo una crisis como resultado de la pandemia viral o, como en el caso venezolano, resultado de una política que erosionó su aparato productivo, conducen, en cualquier caso, a una reconfiguración de los componentes de la riqueza, de los componentes del valor. Siempre a favor de los dueños de los medios de producción en general, pero de manera más clara de los grandes capitales. Y es que la forma valor, los componentes de toda riqueza, los componentes de las mercancías, implica la sumatoria de capital constante, esto es, medios de producción en general, maquinaria, materias primas y auxiliares; más capital variable, lo destinado al pago del salario de los obreros; sumado al trabajo excedente del que se apropia el capitalista en forma de plusvalía. La proporción de cada uno de estos elementos es el resultado de una historia concreta. El capitalista siempre tratando de que el trabajo excedente sea mayor. El trabajador porque su salario le permita reproducirse en mejores condiciones.
Ahora bien, sobre todo en condiciones de crisis, la oferta de fuerza de trabajo es mayor que su demanda. La recesión supone el paro. Implica que la máquina industrial no demanda tanto como antes. Ni trabajadores ni materias primas. Luego, más trabajadores buscando trabajo, permite salarios de hambre. El capitalista se ve atraído a contratar a precio de gallina flaca y se comienza a acelerar el proceso de producción. Media un tiempo para la recuperación y así los salarios puedan subir un tantico en proporción con el volumen de la ganancia capitalista.
Se abren tiempos en los cuales será encarnizada la lucha del trabajo y el capital. Todos los trabajadores, por hacerse de las condiciones elementales para su reproducción, se enfrentarán a la voracidad capitalista. Buscarán, los capitalistas que salgan vivos como tales de este episodio, aprovecharse de la caída del salario y sacar la mayor plusvalía con el ánimo también de absorber a otros capitalistas en riesgo. Esa es la lógica del movimiento de las clases en las crisis como las que vive la humanidad.
En lo político, tanto como en toda la superestructura se producirán cambios cuya dimensión no puede ser calibrada en toda su extensión. Veníamos previendo esta circunstancia, pero las proporciones serán el resultado de lo que quede en pie de un orden que hace aguas.
Una de las cuestiones un tanto nuevas en la crisis actual es que la rápida destrucción de capitales, apalancada por un fenómeno natural, puede traer como consecuencia una recuperación vertiginosa a costa de la sobreexplotación de los trabajadores en el mundo entero.
La pugnacidad y la crisis
Pero esta crisis, donde se imbrica el ciclo con la pandemia, profundizará todavía más las contradicciones interimperialistas. La disputa por la hegemonía, aguijoneada por el revanchismo estadounidense se deja ver día a día de manera muy clara.
China busca la ampliación de su mercado externo con la ruta y la franja, pero también persigue el objetivo de explotar trabajadores en mayor proporción. La gran potencia asiática puede salir favorecida frente a la crisis. Ya dio pasos en esa dirección cuando compra acciones a precios de ocasión. Ya sus fábricas comienzan a producir. Además, luce con mayor prestigio frente a la inhumanidad manifestada por Trump o Bolsonaro. Cuestiones que le permiten afianzarse como factor hegemónico capaz, incluso, de hacer mejores ofertas, dada la mayor competitividad de sus capitales, siempre con el mismo propósito de afianzar la explotación del trabajo humano.
La humanidad, en general, en medio de esta terrible situación, da un pequeño paso en la lucha contra la injusticia. Con el entierro de las ideas liberales, que tanto daño han hecho, con esa detestable religión egoísta, se da un pequeño paso hacia un mundo que busca más humanidad. Pero también pueden darse condiciones para que avancemos hacia un nuevo amanecer, donde edifiquemos esa asociación de hombres libres para hacernos más humanos.
Venezuela y algunas secuelas
Está cruzado nuestro país por la crisis de sobrevivencia ya crónica, la pandemia y la crisis de la dictadura. Así, la lucha por salario se articula a la lucha contra la dictadura. Esto hará más aguda la situación. Y es que los efectos de la crisis en Venezuela pueden resultar muy drásticos. Sin embargo, hay procesos en curso que se pudiesen convertir en amortiguadores. Uno de ellos es que los ingresos por concepto de venta del crudo pueden ser relativamente compensados con las ganancias de las que se puede hacer el Estado con la venta de oro, diamantes y rodio, elementos principales como refugios en el mercado de valores. Al régimen chavista apenas le interesa mantener sus negocios e ingresos que les permitan atemperar la crisis y el hambre de los venezolanos.
Otra fuente de la que pueden obtener recursos es mediante la cartera china. Como principal acreedor mundial alguna inversión directa o indirecta pueden obtener, más cuando el régimen cuenta con la capacidad disuasiva asiática para evadir el cerco estadounidense, por lo que les ha brindado la mayor genuflexión. Y es que la ofensiva de Estados Unidos, dentro de su espíritu de revancha, trata de cerrar el cerco al régimen, por lo que presiona al chavismo hacia esta opción. Más cierran el ariete los estadounidenses, más se entrega la dictadura a los chinos y los rusos. Potencias que buscan consolidarse como bloque hegemón mundial. No es poca cosa el apoyo que reciben. Elemento a ser tomado en cuenta a la hora de ser analizados eventos como el de la recompensa que brinda la Fiscalía estadounidense por información que permita la captura de los jefes mafiosos que dirigen el país. Seguramente habrá uno que otro que sueñe con las imágenes en las cuales es asesinado Mohamar Gadafi, a manos de quienes dieron el puntillazo a una de las más grandes atrocidades contra nación alguna en el presente siglo. Sólo que una cosa es aprovechar las contradicciones interimperialistas y otra legitimar a una de las potencias en la disputa. Además, en política el subjetivismo y la ingenuidad se pagan caro. Estados Unidos es un imperialismo revanchista. Agresivo. No actúa en favor del interés venezolano y nuestra democracia. Hay una coincidencia: salir de Maduro. Sin embargo, eso no debe llevar a desconocer quiénes son, más cuando uno de los resultados de la pandemia será, sin duda alguna, su mayor debilitamiento, como lo refleja el nuevo endeudamiento para la atención de las secuelas económicas en las grandes corporaciones financieras de la Unión. De allí se desprende que será más agresivo aún. Desconocer esto es vender el alma al diablo, ingenuidad que se ve alimentada por el desconocimiento olímpico del peso que tienen China y Rusia en eso que llaman comunidad internacional. En Venezuela, como en buena parte del mundo, estamos entrando en un período de mayor malestar. En un tiempo en que se dará una profunda remezón del orden imperante. Tiempos propicios para hacer valer los sueños por un mundo mejor. Arrimemos los esfuerzos, con cabeza propia, para un cambio en favor de nuestros intereses, como nación y como pueblo.