Nuevamente tenemos un acontecimiento en Venezuela que causa estragos, desesperanzas y desmotivación en la sociedad: El fraude electoral cometido el 15 de octubre por la dictadura madurista y que nos hace recordar la dictadura de Pérez Jiménez, quien también cometió fraudes electorales. Este nefasto hecho genera en parte de los venezolanos resignación y también la sensación de que todo está perdido. Ante esto, muchos se preguntan: ¿para qué luchar si igual nunca prevalecerá la verdad, la democracia y los derechos ciudadanos? Preguntas que reflejan un shock aún mayor al recibido aquel 30 de julio del presente año, a propósito de la fatídica elección constituyente.
En medio de este desasosiego se llega a la errónea idea de que con una de las maniobras de la dictadura para mantenerse en el poder, como la constituyente, o el fraude cometido en las elecciones regionales, se acabaría la lucha de los venezolanos para salir del régimen dictatorial que nos agobia. Aunque no hay forma de dejar a un lado la indignación al ver la putrefacción en la que se ha convertido el régimen imperante, se reitera el error de siempre pensar que la lucha contra la dictadura acaba o termina en un evento particular, lo que trae como consecuencia la desesperanza y la desmotivación, una vez que la dictadura, por la fuerza o ventajismo, lleva a cabo alguna de sus artimañas.
Fueron muchos quienes dijeron que en las elecciones de la constituyente todo acabaría, que era un todo o nada, lo cual generó desesperanza cuando la dictadura la hizo realidad y de forma tan fraudulenta. Creer que la política tiene plazos y fechas definitivas y que la instauración de la ANC era el fin, fue un grave error. También lo fue no advertir a los venezolanos que era una de las tantas luchas que se tendrían que librar en contra de la dictadura. Aunque en términos generales el problema principal es la inexistencia de una dirección política capaz de orientar al pueblo hacia la victoria, con metas y objetivos bien claros y definidos, combinando acertadamente todas las formas de lucha.
Ciertamente, son pocos quienes no están desmoralizados, aunque llenos de rabia e indignación. Pero, ¿qué nos queda?, ¿Resignarnos? ¿Pensar en cómo hacer nuestro futuro menos mísero? ¿O decidir que el único camino que queda es irse del país por las condiciones de miseria que vivimos, inferiores en muchos casos a las condiciones básicas de reproducción? Esta decisión ha sido tomada por más de dos millones de venezolanos que han salido del país en los últimos dos años. Son venezolanos expulsados, exiliados, obligados a dejar su país y probar suerte en otras fronteras. ¿Pero esa es en verdad la solución para que nuestra patria salga del marasmo en que se encuentra? Para quienes no se van, para quienes quieren seguir dando la batalla contra el régimen, para quienes quieren que sus hijos y familiares regresen y no se resignan a entregarle a las mafias nacionales, (postradas a los intereses de potencias imperialistas) nuestro petróleo, nuestros recursos hídricos, auríferos y las miles de bondades y riquezas que posee el país, para los que se quedan en esta hermosa nación debemos ofrecer respuestas.
No hay otra opción que continuar luchando, continuar impulsando y desarrollando la organización autónoma de la sociedad, aunque parezca repetitivo. Hay que reanimar las estructuras ciudadanas en aquellos lugares donde se habían adquirido altos grados de combatividad y caracterizados por la organización autónoma de la gente en sus comunidades. Lugares donde se vivieron e impulsaron distintas formas de lucha durante la rebelión democrática que se vivió por más de cuatro meses. Y en aquellos lugares donde no existan estructuras organizativas, de reunión, de discusión, que permitan la organización de la lucha contra la dictadura, comenzar a conformarlas. La semilla de esta reanimación son las asambleas de ciudadanos. En esta instancia reside la fuerza para retomar con nuevos bríos, con más entusiasmo la lucha contra la dictadura y también la lucha por los derechos conculcados.La organización ciudadana debe ir acompañada con una nueva e indispensable dirección política, incluyente, amplia y realmente unificada en una estrategia para derrotar definitivamente a la dictadura. Una dirección política donde no solamente converjan los partidos políticos, sino las diferentes organizaciones y gremios que hacen vida en Venezuela. Y, más aún, una dirección política que tenga como base el programa de reconstrucción nacional. Que comprenda que el desarrollo del país está en la diversificación de nuestro aparato productivo, en el desarrollo soberano de nuestra industria pesada, sin descuidar la industria ligera. Que un verdadero desarrollo independiente, objetivo y real está en las bases de las estructuras económicas venezolanas. Más allá de la fraseología, ya agotada, de que somos independientes. Más allá de las letras muertas que reposan en la constitución. Letras donde la independencia se ha reducido al carácter político para administrarnos, mientras entrega nuestras capacidades productivas, guiados por intereses extranjeros, especialmente de los chinos y los rusos.
La atención a esta problemática estructural venezolana es lo que solucionará, acompañada de otras medidas, la calamidad del venezolano. Se atenderá el origen estructural de la delincuencia, el hamponaje, el pranato, que hizo que la crisis trascendiera las fronteras económicas y se convirtiera en una crisis social, cultural, ética y de valores. Una política donde se busque insertar a las personas en el proceso productivo de carácter nacional, y no continuar, populismo mediante, manteniendo a una población dependiente del Estado para generar simpatías, y que de fondo constituyen la posibilidad de continuar con una demanda efectiva para el producto importado. Solo así se dejará de ser una de las naciones más depauperadas de América Latina.
Venezuela sin dudas necesita una verdadera dirección política, con un sentido nacional. Con el talento y la capacidad de conducir al pueblo hacia la victoria, que no es otra cosa que lograr el cambio político a través de la salida de la dictadura del poder. Solo esto le brindará, a los que se quedan, la posibilidad de tener un futuro promisorio. Y a quienes se han ido, cumplir el permanente sueño que tienen desde que cruzaron las fronteras, de regresar a su país y verlo enrumbado por la senda de la democracia, el bienestar y el progreso. Como históricamente en las diferentes luchas contra las dictaduras, ahora, más que nunca, le toca al pueblo.