Hoy fui con la intención de marchar al lado de los trabajadores de la salud y los pacientes acompañada de mi anciana madre de 90 años, Olga Vargas. Olga, maestra normalista jubilada, quien dedicó más de 50 años a enseñar a nuestros niños; fundadora de la Asociación Nacional de Parálisis Cerebral ANAPACE y de la Escuela ANAPACE donde fue su directora, y cuyo objeto era que los niños y jóvenes allí atendidos pudieran sacar su primaria. Fue inédita esa experiencia.
Mi aún aguerrida madre y yo partimos este martes 7 de febrero hacia la avenida San Martín, para ir al punto de encuentro de la marcha convocada para hoy, con participación de trabajadores y pacientes por el derecho a la salud. Quisimos ir porque la salud es un derecho humano que en nuestro país es letra muerta ya que no conseguimos las medicinas, y si se consiguen, están fuera de nuestras menguadas e insuficientes pensiones. Fuimos también porque los centros de salud pública están en ruinas, sin equipamientos ni nada.
A mi madre y a mí, que también soy educadora jubilada, se nos hizo imposible llegar al sitio de la concentración pues al llegar a la plaza Capuchinos, un despliegue descomunal de policías y muchos motorizados chavistas nos impidieron el paso. Bajamos de la camionetica para intentar llegar a pie y no nos dejaron pasar.
Sentimos temor porque se oían detonaciones y no sabíamos si eran tiros o bombas lacrimógenas. Hubo la necesidad de resguardarnos en un edificio residencial cercano mientras pasaban las detonaciones. Luego, observamos hacia el elevado de la avenida un 1er cordón anti motín; y un 2do cordón cercano a La Maternidad Concepción Palacios. Los que estaban concentrados en La Maternidad, en virtud de que no les permitían marchar, tomaron la autopista, en la cual fueron sometidos y repelidos entre policías y motorizados oficialistas, según me informaron poco después muchos de los que trabajan en la maternidad, que venían de regreso a pie. Nos contaron a nosotras, que estábamos bloqueadas en plaza Capuchinos ya que no nos dejaron pasar, violándose nuestro derecho a caminar por las calles con la única arma de una pancarta escrita a mano con un marcador.
Al transporte público lo desviaron desde Capuchino de retorno hacia el este. En el ínterin conseguí colegas que al igual que nosotras y otras muchas personas, no pudimos pasar. Observé autobuses de la Universidad de Carabobo y otros que venían llegando, porque se iban a sumar a la marcha, pero tampoco pudieron llegar.
El Gobierno nacional dejó en claro y ante la vista de todos, el gran temor que tienen de una revuelta popular, porque el despliegue de hoy visto, es exageradamente descomunal y desproporcionado. Allí lo que había era puro trabajador, enfermo, jubilado y pueblo que lo que quería era decirle al Gobierno y al país que la salud está muy mal.
De regreso hacia nuestro hogar, la avenida Baralt estaba repleta de policías, motorizados, Guardias apostados con equipos antimotines y bombas lacrimógenas colgando de sus hombros, apertrechados como si fueran para una guerra. Pasando frente al TSJ -vivimos muy cerca-, había otro despliegue de militares, cadetes con su ropa de gala haciendo parte de un acto que había en esa institución. Observé que hasta los edificios de la zona fueron tomados por las fuerzas públicas no sé por cuál razón ya que por allí no había marcha ni nada por el estilo. Creo que este Gobierno y sus magistrados le tienen mucho miedo al pueblo y no puedo dejar de expresar mi indignación por cómo maltratan hasta el derecho de un anciano a protestar porque necesita medicinas para vivir un poquito más, pero me siento orgullosa de mi señora madre, que aún con sus enfermedades tuvo el valor y el coraje de acompañarme a protestar por tener un mejor servicio de salud, de medicinas para todos los enfermos y mejores condiciones de trabajo para los trabajadores de la salud. No importa si no nos dejaron protestar hoy. Mañana o cualquier otro día saldremos de nuevo mientras tengamos un poquito de salud y estemos respirando, porque este Gobierno nos está quitando la vida poquito a poco, nos acorta la vida con su política de hambre, de escasez, de carestía y alto costo de la vida y que con nuestras pensiones y sueldos es imposible cubrir una regular alimentación siquiera.
Areani Bruzual
Educadora Jubilada