Leyendo a Marx recientemente me reencontré con el 18 Brumario, en el que narra en forma genial cómo la burguesía liberal, que respondía a los intereses económicos financieros de la época, utilizó a los proletarios en contra de la monarquía, representada por la burguesía latifundista.
Aquel proletariado naciente, que soñaba con la creación de una república social, que garantizara sus demandas económicas y sociales, solo obtuvo sueños truncados. Una vez eliminados los partidarios de la monarquía, desataron una feroz represión en contra del movimiento obrero, a raíz de lo cual Luis Bonaparte se adueña de poder político como Presidente de la Segunda República. Todo siguió igual.
En 1963 se estrena una película llamada El Gatopardo, en la que se relata el arte de cambiar todo para que no cambie nada. Consiste en hacer las cosas de tal forma en que algo que no es fundamental cambie, mientras lo verdaderamente importante, sigua igual. Cambia la forma pero no el fondo.
Estos dos relatos me hacen pensar en el movimiento feminista y su propuesta de un lenguaje en el que se cambian las terminaciones de las palabras de manera que sean neutras. Así, tendríamos que los artículos las y los pasarían a ser les. Mi cuerpo ahora es mi cuerpa, mi vecino poeta ahora será poeto. Nosotros o nosotras seremos nosotres.
Escuché que esta corriente se debe a que alguien dijo que el lenguaje es patriarcal. Yo trabajo con las palabras, las ordeno de forma que suenen agradables, semejantes a la brisa que nos llega en un día de verano. Incluso, me permiten describir la emoción de sentir el aroma de miles de partículas de ozono revoloteando a mi alrededor.
Mis ancestros (yo soy mapuche) dicen que el lenguaje viene de la naturaleza. Replican los sonidos del viento, de las caídas de agua, del choque las aguas contra las piedras. Al reflexionar sobre esto, observo que la naturaleza no es patriarcal, es armónica. Para sustentar estas ideas a la luz del marxismo leninismo, que es una forma científica de describir lo que nos rodea, me encuentro con un ensayo de Stalin precisamente sobre lingüística y marxismo. Expone que el lenguaje es y sirve a toda una sociedad independientemente de su clase social. El lenguaje no está anclado en la superestructura, que es cambiante de acuerdo a las relaciones de clases del modo de producción de una época determinada. Si cambian las bases de la estructura de producción, cambiará también la superestructura. Pero el lenguaje no cambia porque no forma parte de la superestructura.
Ahora bien, se puede observar que existe una forma más “educada” de hablar, generalmente utilizada por las clases dominantes y una forma más vulgar, utilizada en su cotidianidad por clase proletaria. Como también se usarán modismos diferentes de un territorio a otro. Pero es el mismo lenguaje. Un maracucho hablará diferente que un guaro, pero siempre sigue siendo castellano. Por ejemplo, un dicho venezolano como es de “no se lleva chivo pa’ Coro”, una persona venida de otro país, no lo entenderá. Podría pensar que se trata de una clave secreta. Pero sigue siendo el mismo lenguaje.
Comprendo perfectamente que es un poco frustrante ingresar a la Universidad como alumna, género femenino, y graduarse como licenciado, género masculino. ¿En que momento me cambiaron el género y no me di cuenta? Pero las excepciones confirman la regla. Lo que encuentro aberrante es que haciendo el mismo trabajo que un hombre, perciba menos salario. Terrible es que María, la de la fábrica de colchones, no pueda ir a la capacitación que ofrece la empresa debido a que tiene tres hijos y no tiene quién se los cuide después de terminada la jornada laboral. Que Juana, siendo una excelente dirigente, no pueda ir a las reuniones del sindicato porque las hacen en horarios nocturnos. Ella no tiene con quién dejar a su madre invalida y sus cuatro hijos. Terribles asimetrías de esta sociedad capitalista. Más terrible aún con este modelo neoliberal que gobierna. Flexibilización laboral, se terminan los sindicatos, los contratos colectivos, cada quien se defiende solo. No existe el trabajo decente. Cada uno para su santo.
Para cambiar estas situaciones de injusticia, ¿bastará con cambiar los artículos y terminaciones de las palabras? Pienso que no. Sin embargo, no acepto la frase tan trillada de “no se preocupe compañera, cuando triunfe la revolución, ustedes serán liberadas”.
Más que cambiar las palabras convirtiendo a un flautista en un flautisto, deberíamos reflexionar en las asociaciones de las palabras. Así, llamamos esposa a la pareja, pero también se dice esposa a los grilletes que sujetan las manos. Señorita, si la mujer es soltera y señora si es casada. El hombre siempre es señor. La mujer se distingue claramente por su actividad sexual. Esto sí es discriminación. Al hombre cuando cocina se le llama Chef, pero cuando Ana cocina se le dice la cocinera.
Si nos enfocamos en un cambio de lenguaje, equivocadamente etiquetado de «patriarcal», se transformará en una discusión bizantina que no dejará realizar los verdaderos cambios que necesitamos las mujeres. No me queda ninguna duda de que debemos luchar por más puestos de trabajo dignos, salas cuna para los hijos y por supuesto a la par de estas luchas reivindicativas, no perder nuestro norte de cambiar al sistema capitalista, que no tiene lenguaje y que sí es patriarcal.