No es poca cosa lo que sucede en el mundo contemporáneo. Emerge China como el nuevo hegemón mundial. La nueva potencia imperialista que impone políticas acá o allá, contando, en primera instancia, con la fuerza que le brinda el aliento de todo lo que produce. Sin duda alguna, “los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas…”. Además, China se ha convertido en el gran acreedor mundial. Sobre todo en África y América Latina. Aunque a Europa también le da lo suyo.
Algunos siguen asumiendo que Estados Unidos es la primera potencia mundial apoyándose en el criterio según el cual es la primera potencia militar. Pero es un aspecto que termina siendo subalterno de cara a que la guerra convencional es el resultado de un desarrollo concreto de las contradicciones del capitalismo. Hasta allí no hemos llegado. Estamos en plena guerra comercial y de agudización de la competencia por fuentes de materias primas. Todo inscrito en la pelea por hacerse una u otra potencia imperialista de cuotas de ganancia que afiancen las contratendencias que frenan su caída y garanticen su competitividad. El traslado al ámbito militar de industrias de bienes que satisfacen necesidades humanas directas y de medios de producción para la manufactura en general supone un proceso de reconversión. A ese punto se ha ido aproximando el aparato industrial chino.
Pero no es solamente China la potencia imperialista la que viene armándose y desarrollando los más sofisticados instrumentos bélicos que ya compiten con los adelantados por los estadounidenses. También Japón y Alemania hacen lo propio. India, Pakistán, Irán, entre otras naciones, también cuentan con desarrollos importantes. La competencia se hace cada vez más enconada. No olvidemos que la industria bélica cuenta con especificidades que la convierten en favorita en el proceso de centralización de capitales, entre las cuales se cuenta la demanda cautiva que resumen los Estados como demandantes de estos bienes, lo que garantiza una cuota de ganancia relativamente estable. Pero, a la postre, esa ha sido la condena de Estados Unidos para preservar la hegemonía mundial. Al punto de que hasta la primacía bélica tiende a perder frente a rusos y chinos.
Una nueva hegemonía: una nueva época
El afianzamiento de China como nuevo hegemón mundial marca también el inicio de una nueva época del desarrollo capitalista. En su primera rueda de prensa como presidente de Estados Unidos, Biden declaró que China tiene como principal objetivo “convertirse en el país líder, el más rico y el más poderoso del mundo. Eso no va a pasar bajo mi mandato”. Palabras que anuncian la continuidad de la política de Trump al respecto, así como un reconocimiento de que los chinos ya pugnan por destronar a los estadounidenses del sitial. Es que el camino natural de Estados Unidos para enfrentar el avance chino, y a la vez recuperar espacios interiores rezagados, no podía ser otro que la protección. Por lo que nuevamente, desde Trump, desempolvaron a Hamilton y sus soportes teóricos para aquel proteccionismo que permitió a Estados Unidos entrar a competir con Inglaterra y Francia en tiempos en que apenas se iniciaban en la búsqueda de condiciones para la revolución industrial.
No solamente se trata de que la economía mundial cuenta con un nuevo hegemón, sino que se abre una nueva época en la cual priva la protección en medio de la guerra comercial y de divisas. Asimismo, se ha abierto un período de desplazamiento del dólar como moneda de cambio mundial y de atesoramiento y capitalización. El yuan se abre espacios cada vez mayores, impulsado de manera natural por la competitividad alcanzada, lo que se refleja en que China es la primera potencia mundial en PIB por paridad de poder adquisitivo (ppa). Lo que supone que se adquieren más bienes en China con los mismos dólares que en Estados Unidos. En China los productos son más baratos debido a que han adquirido más competitividad.
En medio de la crisis mundial, los chinos se han consolidado, aun en el desarrollo de la pandemia. Estados Unidos sigue atado a los chinos en muchas materias. Es receptor de muchos bienes de todas las ramas. Depende de importaciones desde China, fundamentales para su industria, y destaca el de tierras raras. Incluso, “la pandemia de coronavirus también puso en alerta a la Unión Europea tras develar que existe una enorme dependencia respecto de China no solo en material médico, sino en tecnología. Por esta razón, Bruselas también trata de revertir la situación apostando más por una producción europea”.
En esa perspectiva, ya los chinos adelantan iniciativas y desarrollos en varios puntos del planeta para configurar lo que los estadounidenses han llamado el “collar de perlas”. Se trata de una extrapolación de los enclaves militares que adelantaron los portugueses en los siglo XV y XVI y que les permitieron asumir la hegemonía del comercio en la ruta que va de Portugal hasta Japón, dejando bases en África, India, el sur de China y en el imperio del sol naciente. Los chinos ya se adentran en una perspectiva similar, hasta llegar a Valencia, España, pero que continúa hasta América Latina. De esta manera se acompaña la artillería de mercancías baratas con la «diplomacia de la deuda» y el collar de perlas.
Se abre una nueva época bajo hegemonía china. Pero también por estar de regreso el predominio del pensamiento proteccionista. Ubiquemos que la respuesta al proteccionismo estadounidense e inglés es la protección de los chinos y sus aliados. El pensamiento económico desde la formación del mercado mundial, y más adelante con la revolución industrial, siempre se ha movido entre las dos aguas de protección y liberalismo.
Entramos así en una reconsideración del liberalismo dominante desde la década de los setenta a la fecha, en la cual predominaban las ideas globalizadoras y la corriente metafísica posmoderna. Ahora se da paso a una nueva metafísica, en proceso de elaboración, pero ya los adelantos en materia económica tienen fuelle suficiente como para dominar los acuerdos comerciales de estos tiempos.