La crisis capitalista mundial da muestras de una gran fuerza. Sigue su curso y profundiza las contradicciones sociales, alimenta el movimiento de masas a escala planetaria y va creando condiciones para situaciones revolucionarias en distintos puntos del planeta. La respuesta que se viene dando desde Asia, pasa por Europa y tiene una expresión emblemática en el mero corazón del capitalismo mundial: Manhattan, es una clara muestra de la inevitable reacción de la gente ante las medidas que toman los Estados capitalistas para hacerse de recursos que permitan atemperarla, pero, sobre todo, para cumplir con los acreedores. Así, el 15 de octubre de 2011 los medios reportaban: “El movimiento mundial de indignados, con epicentro en esta urbe europea [se refieren a Bruselas], protestó hoy en 951 ciudades de 82 países del mundo contra los desmanes de la banca internacional, los recortes presupuestarios y el desempleo”.
Un hecho positivo en esta respuesta popular es que ―siendo contingente― no se reduce a la mera circunstancia. A pesar de que en lo fundamental impera el espontaneísmo las consignas atienden cuestiones radicales y alternativas; crítica y perspectiva parecen fundirse, aunque no en una perspectiva revolucionaria. Parece haber una aproximación ciertamente a cuestiones relativamente densas en definitiva, lo que no supone la existencia de una vanguardia o de vanguardias con incidencia real.
Es muy bueno que exista esta aproximación en la respuesta popular. Se trata de una crítica casi que planetaria cuyas consignas apuntan a un asunto radical, de raíz, de esencia: la distribución de la riqueza. Se unen consignas acerca de la democracia y de la necesidad de su superación. Esas son emblemas que deben ser estimulados. Pero hay que trascender en su contenido. La democracia directa como superación positiva de la democracia representativa es una de las más relevantes y de significación. En estos nuevos escenarios esta consigna se debe impulsar y llevar a feliz término como expresión popular hasta convertirlos en escenarios que expresan el nuevo poder en forma embrionaria.
Sin embargo, las protestas ―pese a que van contra el capital― no apuntan a un cambio en las relaciones de producción aunque la magnitud de la crisis indica claramente el agotamiento del capitalismo y de las políticas en favor de la oligarquía, por lo que pueden atentar contra las formas de dominación burguesas, de mantenerse el ascenso de la protesta social. Siendo evidente que se trata de medidas ―las que toman los gobiernos a escala mundial― para extraer una mayor masa de plusvalía del trabajo productivo y así satisfacer la voracidad de los inversionistas, los acreedores de los Estados capitalistas, intuitivamente la gente logra establecer la conexión entre una cosa y otra, entre las medidas y sus objetivos reales. Logran ubicar, por tanto, elementos acerca del origen orgánico del asunto. Pero eso no basta. Necesario es establecer la conexión entre las determinaciones fundamentales de la crisis y las medidas. De allí que nos atrevemos a afirmar que el movimiento no alcanza formas de conciencia y de respuesta en correspondencia con la crisis. Es más, por algunas características y, por supuesto, dadas las carencias políticas ante la falta de la vanguardia revolucionaria, se trata de un movimiento que bien puede ser adocenado y reorientado hacia conquistas subalternas que permitan atemperar la crisis misma mientras brinda migajas a la gente. Incluso, como lo vienen demostrando los sectores hegemónicos del capital, las aspiraciones de cambio de cada vez más amplios sectores del planeta bien pueden orientarse hacia cambios en las formas de dominación que no modifican en lo absoluto lo fundamental del sistema, las relaciones de producción y de intercambio, así como las relaciones internacionales entre países imperialistas y países dependientes y semicoloniales. Cuando no lo logran arrebatan, como lo muestra con claridad el caso de Libia. De más está decir que la idea del socialismo como alternativa no aparece. Cuestión que debe llamar la atención a quienes ubicamos el asunto de manera revolucionaria. 

De su parte, ciertamente las redes sociales contribuyen con el desarrollo de buena parte de estas iniciativas. Con el despliegue de las comunicaciones se potencian las posibilidades de propagación de ideas. Ello no se reduce a aquellas que obedecen al interés de la burguesía. También los sectores subalternos, los trabajadores, siempre han contado y utilizado estos desarrollos para colocarlos a su servicio. Pero ello no debe llevarnos a concluir que esta respuesta es un logro de la comunicación cibernética. Ello ha contribuido, pero la protesta y su escala son el resultado del descontento, de la lucha de clases.
A su vez, el terreno en el cual se desenvuelve el movimiento, en el caso del desarrollado en las naciones imperialistas, puede a la postre ser campo de cultivo de formas fascistas de respuesta ante la crisis. Recordemos una vez más que una de las determinaciones de reproducción de esta expresión política la encontramos en la debilidad de las fuerzas revolucionarias que lleva a sectores de la pequeña burguesía, de los trabajadores aristocratizados, entre otros, a caer en la desesperación y buscar en el chauvinismo y el racismo una respuesta política para atender su propia circunstancia. Cuestión que es aprovechada por las formas alternativas imperialistas, de suyo reaccionarias en grado extremo, para fortalecerse y presentarse como opción política para salir de la crisis.
Indignados pero levantando una respuesta revolucionaria…
La crisis y las reacciones populares, a su vez, ponen en evidencia que en la ciencia, en la doctrina, eso que a muchos fastidia, es donde podemos encontrar las respuestas y así estar en mejores condiciones para atender con perspectivas revolucionarias estos asuntos hasta trascender el orden imperante. Otra cosa no puede concluirse cuando todo indica que lo afirmado de manera clara en las tesis de Marx y, más delante, en las de Lenin se cumple con una gran precisión. En su desarrollo la crisis general y, dentro de ella, las crisis cíclicas encuentran en los más genuinos representantes y defensores de los trabajadores una precisa explicación científica tanto en sus determinaciones como en sus secuelas. De cara a la respuesta de los desposeídos también encontramos en las definiciones de quienes fundan y desarrollan las ciencias del proletariado importantes orientaciones. La respuesta al origen de la crisis y el camino a seguir en su sentido táctico y estratégico se encuentra en aquello que señalara Lenin acerca de la teoría marxista que:
Transformó (…) el socialismo de utopía en ciencia, echó las sólidas bases de esta ciencia y trazó el camino que había de tomar, desarrollándola y elaborándola en todos sus detalles. Ésta descubrió la esencia de la economía capitalista contemporánea, explicando cómo la contratación del obrero, la compra de la fuerza de trabajo, encubre la esclavización de millones de desposeídos por un puñado de capitalistas, dueños de la tierra, de las fábricas, de las minas, etc. Ésta demostró cómo todo el desarrollo del capitalismo contemporáneo tiende a suplantar la pequeña producción por la grande y crea las condiciones que hacen posible e indispensable la estructuración socialista de la sociedad.
De allí que el papel de los comunistas en todo el mundo no puede ser otro que afianzar la perspectiva en cuanto a denunciar el origen de esta circunstancia, crear conciencia acerca de su naturaleza y de las políticas que van en favor del capital, delineando y orientando, a su vez, las formas de lucha y las consignas de agitación y acción, así como las propuestas que resuman la alternativa política y social. Programática, pues.
Se pone de manifiesto también que la acción espontánea no orientada por una vanguardia tiende a ser subsumida por el capital, así como se subsume el trabajo vivo en el proceso de producción de manera automática y que sólo mediante la conciencia científica de este proceso se podrá liberar políticamente el trabajador de las formas de conciencia de la burguesía. Y es que allí es donde nace la cosa. Es de allí de donde debemos partir. De la naturaleza orgánica del asunto en su sentido objetivo y subjetivo. La respuesta espontánea ―o la que es orientada con una óptica reformista― refleja la dominación del capital en la producción y en la distribución. De allí lo fundamental de la teoría y del papel de la conciencia, de la propaganda de los comunistas.
Esta crisis apunta en una dirección que debe ser atendida de manera radical. El trabajo productivo adquiere una focalización por parte del capital en forma superlativa, en medio de circunstancias críticas cuyas perspectivas parecen impredecibles. Asunto que debe ser atendido de manera concreta. No quedando de otra, tenemos que verla en su profundidad. No todo trabajo crea riqueza. Es en el trabajo que crea riqueza ―el trabajo humano productivo―, específicamente del que se extrae plusvalía, donde se va a afincar a la postre la ofensiva del capital.
De allí ha de extraerse una masa de riqueza que permita satisfacer la voracidad capitalista de la empresa creadora de bienes y servicios, así como de la que demanda el poseedor de cualquier tipo de renta. El interés del dinero bancario, del dueño de papeles en forma de acción de bolsa, del tenedor de papeles de cualquier Estado, de las rentas que busca hacerse el Estado para cancelar el compromiso con los tenedores de bonos de cualquier república, entre otros, supone una riqueza que sólo se obtiene del trabajo productivo. Es el resultado de la distribución de la plusvalía. Uno de los destinos de una parte de la masa de plusvalía de la que se apropian los dueños del capital es la renta que se destina para la conformar el presupuesto de ingresos de los Estados capitalistas. Así, el presupuesto de gastos corrientes ―aquel que se destina para el funcionamiento de los servicios públicos, así como para salarios de los trabajadores que laboran para el Estado― se reduce de manera significativa. Ello es lo que permite atender el desequilibrio al que conduce el incremento de los gastos, dados los compromisos crecientes que adquieren los gobiernos de los empréstitos y la emisión de deuda para cubrir gastos, uno de los cuales son esos nuevos compromisos. Esto conduce a una espiral estimulada de manera clara por los dueños del capital financiero ya que ―precisamente por la presión que supone destinar parte de la plusvalía a impuestos― se ven más seguros y gananciosos destinando parte de sus riquezas a la compra de papeles de los Estados capitalistas que demandan de liquidez para cubrir gastos. Esto profundiza el problema. Veamos: en condiciones de crisis, dadas las caídas en la producción, el consumo y el crédito, los capitalistas, prefiriendo invertir en papeles, bono y acciones, descuidan la inversión en la esfera de la producción. Ello conduce a una merma en la inversión productiva. Los Estados capitalistas para estimular la inversión reducen los impuestos de los capitalistas. Eso conduce, como es lógico suponer, a una merma en el presupuesto de ingresos, disminuido por la caída del consumo ―recordemos que los tributos como el IVA se comportan de manera directamente proporcional a la capacidad de demanda social― así como por la caída de los ritmos de producción de bienes y servicios que es de donde proviene el impuesto sobre la renta. Los Estados afianzan así la tendencia a la adquisición de nueva deuda.
Pero, en esos momentos en que se reducen en términos relativos los impuestos a los dueños del capital para estimular la inversión ―cuando los capitalistas buscan localizar sus capitales para obtener mayores ganancias en espacios más amplios y diferentes al del sector productivo industrial―, la reducción de la recaudación por concepto de ese tipo de producción es uno de los efectos de la crisis. Uno de los espacios más privilegiados por el capital es la compra de deuda de los Estados capitalistas. Por lo regular, esos espacios para la inversión están menos pechados por el fisco, como en el caso venezolano donde prácticamente no se cobran impuestos a ese tipo de inversión. Recordemos que el respaldo de estos papeles, bonos del tesoro de los Estados capitalistas, cuenta con un aval garante de la honra del compromiso: la sociedad toda, la economía de un país. Si no, allí están los organismos internacionales que crea la oligarquía financiera para asegurarse el retorno de esta inversión “indirecta”. Por último, allí está el parque de guerra de las naciones imperialistas. Esto, a la postre, profundiza la crisis presupuestaria en distintos países débiles y en esta etapa no escapan las propias naciones imperialistas. La deuda estadounidense supera su PIB de 2011 y tiende a ampliarse.
Luego, junto a la elevación de deuda, se aumenta la presión tributaria, esto es, los distintos impuestos que paga la ciudadanía por consumo y uso de servicios del Estado. Lo cual se acompaña con la venta de activos para ampliar al capital el espacio de inversión, lo que conduce al encarecimiento del servicio en cuestión que afecta aún más el bolsillo del trabajador. En definitiva, se le saca a la menguada remuneración de la ciudadanía para pagar a los tenedores de papeles del Estado. Para pagar a los parásitos que chupan de la sociedad a cambio de nada. En condiciones de crisis esta tendencia adquiere un carácter absoluto y en la actual superlativo. Como muestra veamos lo que sucede en Grecia, Italia, España, entre otros.
Por ello, es un imperativo para aquellos que se asumen representantes de los trabajadores y de la clase obrera ―o que realizan labor política en el movimiento sindical― estudiar a profundidad este asunto. De lo contrario no podrán salir de la mera política reivindicativa, contestataria y contingente, cuando la demanda de los trabajadores apunta en una dirección más radical. O, si no, como en buena medida acontece, serán espectadores del movimiento espontaneo de los trabajadores. Es necesario ubicar, por tanto, la trascendencia estratégica de este asunto. Al crearse condiciones objetivas para la desvalorización de la fuerza de trabajo, la respuesta de la clase obrera puede alcanzar dimensiones importantes hasta convertirse en campo fértil para que prendan las consignas revolucionarias. Más que eso, para que germine la conciencia de clase para sí. Esto es, para el estímulo de formas de organización que apunten a la creación de un nuevo poder, la asamblea principalmente.
Agreguemos que con la desvalorización del precio de la fuerza de trabajo, mecanismo principal y fundamental para elevar la plusvalía, se reduce el salario de los trabajadores al servicio de los Estados. Con ello todos los trabajadores del mundo capitalista se ven empobrecidos. Esta circunstancia, que venía siendo atemperada sobre todo en Europa para mantener un importante mercado interior ha adquirido un nivel que encuentra en la protesta mundial su más clara expresión.
El reto de los comunistas
Una de las cuestiones más preocupantes es el culto al espontaneísmo que propagan distintas corrientes alejadas de las posiciones revolucionarias. Eso es natural, de cara a los intereses del capital para que nada cambie de raíz, por lo que se propagan estas tesis potables para la gran prensa. El romanticismo de otros tiempos parece prender en sectores diversos. Del punto de vista de clase se trata de posiciones burguesas que propaga la pequeña burguesía.
Eso suma a las demandas históricas a los revolucionarios del mundo. Particularmente el movimiento comunista internacional, prácticamente diezmado, encuentra en estas circunstancias un reto de una gran significación, sobre todo si ubicamos las condiciones objetivas en las cuales se mueven las cosas. En estas circunstancias está en la obligación el movimiento comunista de apuntalar dos cosas. En primer lugar los elementos de raíz antes señalados deben ser propagados sin ambages. La denuncia política no basta. A ella hay que acompañarla con el análisis de la raíz del problema. No se trata de propagar las consignas y ya. Se trata, en primera instancia, de ubicar las cuestiones más de fondo hasta convertirlas en conciencia, eso es lo que permitirá ir creando una fuerza material contra el capital, contra las relaciones de producción burguesas. Si se trata de circunstancias que evidencian el agotamiento del capitalismo, una de las cuestiones principales en la política revolucionaria debe ser apuntalar esa perspectiva sobre todo en el impulso de la asamblea, en el debate y la propagación de las propuesta alternativa frente al capital que debe recoger en cada caso concreto las medidas revolucionarias que permitirán la superación positiva de la crisis, el desarrollo de las fuerzas productivas y las nuevas formas de distribución de la riqueza. En segundo lugar, debe expresarse esta política en la agitación y organización de las masas, así como en la asunción de las formas de lucha que permitan que la respuesta sea más contundente y tenga continuidad.
De otro lado, en momentos en los cuales el revisionismo encuentra expresiones diversas y remozadas, y condiciones para ser alternativa a favor del capital, se hace urgente dotar al movimiento de masas de las consignas que orienten las luchas de los trabajadores y los pueblos e impedir que se refuercen estas opciones del capital que en América Latina han conducido a la consolidación de los nexos de dependencia con el imperialismo estadounidense mientras se le da curso a las políticas del capital. Ubiquemos que son tiempos en los cuales las posibilidades revolucionarias crecen. También son momentos en los cuales la burguesía, el imperialismo y la oligarquía financiera mundial buscan drenar el movimiento hasta frenar o desbaratar las perspectivas revolucionarias. Cuando no logra la reorientación apelando a las formas de dominación convencionales o de fuerza, puede apelar a formas sui géneris como las que se han implantado en América Latina, valga el caso del régimen liderado por Chávez en Venezuela, que obnubila a sectores que se asumen marxista-leninistas pero que no son capaces de ubicar estas formas primitivas de revisionismo.
En definitiva, son tiempos en los cuales más que nunca los revolucionarios del mundo deben poner la mira en la reconstrucción del movimiento comunista internacional, mientras asumen un papel de vanguardia en la lucha popular.
Caracas, 22 de octubre de 2011
Carlos Hermoso
Secretario General adjunto
de Bandera Roja

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