Hace más de siglo y medio un barbudo alemán anunciaba que un fantasma recorría Europa. En ese entonces y en muchas ciudades de ese continente se levantaban gigantescas luchas de los obreros, reclamando mejoras para sus vidas frente a la arrolladora revolución industrial de la cual ellos eran el principal combustible. “Comunismo” fue el nombre que Marx le dio a ese fantasma que se corporizaba como alternativa frente a la sobreexplotación que significaban jornadas de 12 horas, cero atención para salud, nada de seguridad industrial o prestación social y, por supuesto, ninguna estabilidad, pues las masas de desempleados que constituían el “ejército de reserva” presionaban en favor del empresario-inversionista-capitalista.
Hoy ese fantasma pareciera estar recorriendo la geografía venezolana, si nos guiamos por lo que dice el gobierno y también por lo que dice la oposición. Qué paradoja, ¿no?, ¡y qué coincidencia! Son incontables los antichavistas -dirigentes políticos, comunicadores, líderes sociales, opinadores de oficio, entre otros- que apuntan los fuegos contra Chávez y su proceso porque está conduciendo el país al “comunismo”, porque está destruyendo la propiedad privada, negando la libre empresa y la libre inversión, y porque nos está separando de nuestros buenos amigos de Estados Unidos.
De verdad que se requiere un poquito de reflexión para distinguir lo que es el afán de mantenerse en el poder a toda costa de lo que es tener una posición antiimperialista -hasta AD la tenía en los años 40 y 50-; para diferenciar la defensa del desarrollo nacional del recambio o reordenamiento de las potencias de las cuales somos dependientes; para separar un supuesto anticapitalismo de la creación de una nueva burguesía que sirva de puntal del despotismo autoritario actual; para distinguir el tal desarrollo endógeno de la destrucción de nuestra estructura productiva que refuerza nuestro rol como enclave importador de bienes finales y exportador de petróleo. Y, además, hacer estas distinciones en medio de una verborrea que nos retrotrae a los tiempos de la “guerra fría”, con un campo de “socialismo real” que en verdad era un retroceso para el avance de la liberación de los pueblos y de los trabajadores en el mundo, como bien se ha visto luego de su derrumbe.
Un alto dirigente opositor llega a decir que “estamos viviendo en marxismo”, tapando su ignorancia supina con la caricatura de Marx-Bolivita al confundir una corriente de pensamiento con una forma de organización de la sociedad. Quizás me equivoque -¡dios quiera y la virgen no sea así!- y la razón no esté en la ignorancia sino en la simple y llana manipulación interesada que busca matar dos pájaros de un tiro: apuntar contra el actual régimen despótico y, de retruque, también contra la posibilidad de que el desplazamiento del chavismo derive hacia una reivindicación progresista del trabajo y un cambio en la distribución de la riqueza en favor de las mayorías, hacia un salto cualitativo en la democracia y en su ejercicio permanente, hacia un avance real en nuestro desarrollo productivo dentro de la defensa de nuestra independencia y soberanía, hacia una transformación sustancial del uso y distribución de esa enorme renta petrolera con un sentido nacional, popular y democrático.
Difícilmente los individuos, los grupos, los partidos, las organizaciones pueden esconder su esencia definitoria en cuanto a los sectores, factores o clases que para ellos deben ser privilegiados, pues eso está en su propia constitución, y al combatir un “mal” que también afecta a otros distintos a ellos quieren imponer su impronta de clase, incluso sin medir -consciente o inconscientemente- que con esa manera de imponer la hegemonía colocan en peligro el objetivo inmediato de derrotar a quien es el enemigo principal en ese momento. La unidad frente al actual régimen requiere de mucha madurez y significativa sindéresis al valorar las diversas fuerzas y sectores sociales que buscan un cambio, de menor o mayor aliento histórico, pues los errores que se comentan son retrocesos que incrementan el desgaste y la desesperanza.
Quien guía su lucha por fantasmas de mentira -excepto Don Quijote, y sólo él y la condición quijotesca- puede terminar ayudando a afianzar lo que supuestamente combate.