El derrocamiento del régimen de Moamar Gadafi resume la violencia con que el imperialismo busca atemperar la profunda crisis que vive el sistema capitalista a escala planetaria. Refleja también que el carácter guerrerista del imperialismo encuentra en la invasión y conquista de países débiles una forma de realización de políticas que permitan atender la crisis sistémica a su favor. A su vez, pone claramente en el tapete que el imperialismo aprovecha cualquier circunstancia, en medio de situaciones de desestabilización, para despojarse de algún personaje incómodo o algún régimen en decadencia. Así, frente a una situación revolucionaria, crea condiciones para producir cambios a su favor, bajo engaños diversos propagados a escala planetaria, que van desde la supuesta “defensa de derechos humanos”, cometiendo crímenes de guerra en abundancia, hasta el de la implantación de “democracias” que dócilmente le entregan las riquezas naturales del territorio y brindando su mercado para la localización de bienes finales.
Luego de una ilimitada cantidad de bombardeos indiscriminados y selectivos, cayó Libia en las garras del imperialismo. En adelante buscarán repartirse las inmensas riquezas de ese país, cuyos logros no podían ser desconocidos por organismo internacionales que miden estándares en materia de salud, educación, vivienda, entre otros aspectos, indicando claros avances en esas materias como resultado de un ingreso extraordinario vía riquezas propias de su territorio. El petróleo libio, así como las reservas de agua fósil que yace en su subsuelo, representan riquezas que se convierten en botín de guerra a ser asignados entre las potencias imperialistas.
Pone en evidencia este acto felón que la llamada “comunidad internacional” no es más que el escenario creado por el gendarme planetario del sistema capitalista mundial para cometer los atropellos que les demanda la conquista de países enteros, para hacerse de riquezas en forma de botín. En el caso que nos ocupa, hay un reconocimiento por parte de imperialismos como el chino o ruso, de que se trata de un área de influencia del imperialismo estadounidense y europeo. Hicieron algo de resistencia ambos gobiernos.
La experiencia Libia, así como toda la que se presenta en el mundo árabe, es la más clara demostración de que mientras no existan vanguardias revolucionarias claramente identificadas con las necesidades nacionales y populares, que no levanten un programa de independencia nacional basada en el desarrollo, la democracia y mayor bienestar para las grandes mayorías nacionales, el imperialismo encontrará condiciones para canalizar las situaciones revolucionarias a su favor, produciendo cambios gatopardianos, que todo cambie para que nada cambie. Así, frente al descontento y la efervescencia contra el despotismo de regímenes que atentan contra la democracia y la participación ciudadana, se deben levantar propuestas unitarias que permitan avanzar en una dirección genuinamente de cambios.
Esta guerra contra un país, un pueblo, de cercenamiento de su soberanía y atropello del más elemental de los derechos internacionales como lo es la autodeterminación, no deja brecha alguna que nos lleve a formular un balance en relación con el régimen libio. Basta señalar que el problema libio es de su pueblo y de su historia. Así, condenamos de la manera más firme este atropello contra la humanidad. El imperialismo, con este acto criminal que busca una lección «ejemplarizante» al mundo entero, a pesar de la prepotencia guerrerista, está seriamente lesionado. Podrá hacer esfuerzos por descargar en los países débiles y sus pueblos el peso principal de la crisis, pero no detendrá las luchas de liberación nacional. Tampoco detendrá el despertar de la clase obrera en las sociedades industriales en lucha por la defensas de sus derechos y en contra de la explotación del capital oligárquico.
Comisión Internacional del partido
Bandera Roja
Caracas, 21 de agosto 2011

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