Publicamos un excelente artículo de los camaradas de Refundación Comunista, de España. Ahí pueden evidenciar que no solo nosotros como partido Bandera Roja combatimos teórica y políticamente la el despotismo chavista. Es nuestra tarea como marxistas-leninistas desenmascarar al chavismo. Y no descansaremos hasta lograrlo completamente. A continuación el artículo de marras.
«No son pocos los que a día de hoy siguen defendiendo un fenómeno que se ha extendido estos últimos años, el llamado socialismo del siglo XXI, el cual demostraremos que no es más que un compendio de ideas burguesas enmascaradas bajo terminología revolucionaria. Se alude generalmente al socialismo del siglo XXI para designar a las administraciones de Chávez en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia y de Rafael Correa en Ecuador. A priori ninguno de estos ejemplos nos parecen estados socialistas. A continuación entraremos en lo que caracteriza, según nuestro entender, a un estado socialista y lo que caracteriza, a su vez, al socialismo científico anteponiéndolo a esta nueva “creación”, por llamarlo de alguna forma.
Lo primero que nos llama la atención es el propio nombre, socialismo DEL siglo XXI, como si se tratase de algo nuevo, como si las experiencias socialistas del siglo pasado y la teoría revolucionaria del socialismo científico ya no nos sirviesen, como si se hubiesen quedado anticuadas y caducas.
Nosotros apostamos por el socialismo EN EL siglo XXI, por la aplicación del marxismo-leninismo a la realidad actual, flexibles en la táctica e inflexibles en los principios. El marxismo-leninismo, como parte de la ciencia que es el materialismo dialéctico en su aplicación práctica, nos enseña a cómo adaptarnos a las circunstancias pero sin claudicar.
El socialismo del siglo XXI reniega del marxismo leninismo, y del socialismo como tal, pero para sustituirlo ¿por qué? Por pensamiento de liberales de la época de la independencia, por el socialismo utópico. Para mejorar el socialismo no se puede retroceder 200 años, eso no es avanzar o mejorar, es revisionar. Siglos después de que fuesen desenmascaradas por los maestros del marxismo, nos encontramos con las mismas ideas anticientíficas y pequeñoburguesas presentadas bajo un nuevo envoltorio. Es tal su afán por no cambiar nada de lo establecido, por perpetuar un sistema explotador, y es tal su insistencia en usar ideas y tópicos manidos bajo una nueva apariencia, que no dudan a la hora de hablar de la desaparición de las clases, sustituyéndolo por el concepto aparentemente “novedoso” del “pueblo”. No sabemos si es a propósito o no el hecho de no reparar en que Jruschev y compañía, revisionista por antonomasia y méritos propios, ya comenzaron a hablar a mitades del siglo XX sobre la desaparición de las clases y el “Estado de todo el Pueblo”, y todos sabemos como acabó tan “brillante” tesis.
Para más inri implementadas por intelectuales europeos como Dieterich y compañía, ni siquiera es una variante latinoamericana, los líderes del socialismo del siglo XXI se han subido a esa ola a posteriori a falta de una teoría con la que tapar su esencia pequeñoburguesa.
Hablan de Socialismo, que sin duda se ha de dar en un estado que sea socialista, pongamos de ejemplo al más polémico, la Venezuela de Chávez. A nuestro juicio, y al de cualquiera que no sea un reformista consumado, a este estado le faltan bastantes cosas para poder referirnos a él como socialista, partiendo de la premisa marxista de que un estado es una herramienta de opresión de una clase sobre otra. Por ejemplo: El “nuevo” estado se ha cimentado sobre el estado existente, sin destruir el estado burgués, sin crear el nuevo estado proletario con el que se instauraría el socialismo. Hablamos de la dictadura del proletariado que en Venezuela no existe. Lo que existe es un estado sin la represión característica de esa fase histórica de instauración del socialismo (partiendo de la base de que allí no existe). Veamos qué decía Lenin sobre este aspecto:
“Marx puso de relieve […] que a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el parlamento.
Pero, partiendo de esta democracia capitalista -inevitablemente estrecha, que repudia bajo cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia mentirosa- […] el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas.
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir tan sólo a la simple ampliación de la democracia. A la par con la enorme ampliación del democratismo, que por primera vez se convierte en democracia para los pobres, en un democratismo para el pueblo, y no un democratismo para los sacos de dinero, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia, no hay libertad ni hay democracia.
Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como recordará el lector, que “mientras el proletariado necesite todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir.”
Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la ‘transición’ del capitalismo al comunismo”. (V.I. Lenin – El Estado y la Revolución, Cap. 5 Las Bases Económicas de la Disolución del Estado)
Asimismo, los medios de producción siguen perteneciendo a la burguesía, y sus nacionalizaciones no son socializaciones, por lo que la semejanza con un auténtico estado socialista es escasa. Este último punto es importante, ya que últimamente está en boca de todo el mundo la palabra “nacionalización”, y si bien se ha nacionalizado YPF Repsol en Argentina, y Bankia en el estado español, no podemos confundir “nacionalización” con “socialización”, a pesar de que algunos autonombrados gurús del comunismo usen uno u otro término como si del mismo se tratase. Evo Morales ya salió al paso con la nacionalización de la minera suiza Glencore, o la filial de Red Eléctrica de España. Chávez entró en delirios cuando comenzó a hablar de la nacionalización de lo que el llamó “sectores estratégicos para la Revolución Socialista”. Rafael Correa, por su parte, charlataneó sobre la nacionalización de la minería y el petroleo. Una vez más, recurrimos a los clásicos:
“La nacionalización sólo representará un progreso económico, un paso de avance hacia la conquista por la sociedad de todas las fuerzas productivas, aunque esta medida sea llevada a cabo por el Estado actual, cuando los medios de producción o de transporte se desborden ya realmente de los cauces directivos de una sociedad anónima, cuando, por tanto, la medida de la nacionalización sea ya económicamente inevitable. Pero recientemente, desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización, hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese socialismo, habría que incluir entre los fundadores del socialismo a Napoleón y a Metternich. Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas. De otro modo, habría que clasificar también entre las instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo III” (F. Engels – Del socialismo Utópico al Socialismo Científico, 1880).
Además dentro de ese estado aunque Chávez haya hecho el intento de crear un partido en su caso unificado, si de verdad fuera socialista sería único. Es una quimera, llena de contrarrevolucionarios trotskistas y socialdemócratas de todo tipo, su partido renuncia al marxismo-leninismo por dogmático y anticuado, y asume las ideas reaccionarias y pequeñoburguesas, anticientíficas que son verdaderamente, y así lo han demostrado, las ideas anticuadas y caducas. Entra en el juego de la burguesía y su circo electoral capitalista.
Nosotros siempre hemos apoyado a estos regímenes no por revolucionarios, pero sí por antiimperialistas. Pero el tiempo está demostrando, sobretodo en el caso de Ecuador, que si no se cambian los aspectos que hemos nombrado anteriormente, estos estados están condenados a virar más acentuadamente hacia la burguesía hasta convertirse en reaccionarios o que la contrarrevolución les pase por encima. Debemos ser críticos y no dejarnos llevar por falsas corrientes o modas, hay que denunciar el socialismo del siglo XXI ni más ni menos que como lo que es: es decir, una corriente de pensamiento pequeñoburgués y metafísico, cuya última meta es la de entorpecer el camino hacia la emancipación de la clase obrera. Este no es el camino para transformar la sociedad, si es verdad eso que ellos mismos predican, el que están por dicha transformación y no por coleccionar polillas apoltronados en el sillón de turno.