La incertidumbre forma parte de los llamados paradigmas que prenden en la conciencia de algunos de quienes conforman la comunidad universitaria. Como corriente filosófica dentro de las universidades del mundo occidental tiene asidero, pero otra cosa es cuando es el resultado de la vivencia universitaria. En las actuales condiciones de las universidades venezolanas, forma parte de un espíritu que agobia la cotidianidad. Incertidumbre en medio de un conflicto sin precedentes en la manera como se origina y como se desarrolla y es conducido, hasta llenar el campus de una soledad cuya compañía es un hamponato diverso que hace huir a cualquier morador de la comunidad.
Nace esta crisis como resultado de un proceso de descomposición que ya toca fondo. Nace, si atendemos lo fundamental, como resultado del cerco presupuestario y el deterioro de las condiciones del trabajo académico y de vida de quienes integran la comunidad. Estudiantes, profesores, empleados y trabajadores sufren de un desgaste material y espiritual que los hace sucumbir ante la más grande ofensiva contra la universidad.
Por eso, nace luego de mucho rato sin que exista respuesta ni propuesta académica frente al país, con el agregado de que en la universidad el espíritu de Hermes parece haber desplazado al de Prometeo. Esto explica por qué el actual conflicto se desarrolla y es orientado en un camino que afianza la incertidumbre.
Se configuran tiempos que nos llaman a reivindicar principios fundantes de una ética universitaria capaz de sembrar una cultura en la conciencia de la comunidad que pueda convertirse en fuerza material transformadora. La universidad como espacio democrático de encuentro supone lucha y propagación de ideas. La universidad como espacio que permite el rescate y reivindicación de lo positivo de la cultura universal. Como espacio para alcanzar la verdad. Que coloque a cada universitario como sujeto capaz de ponerse al servicio del saber y la búsqueda de la verdad sin que priven intereses subalternos. Que luche por hacer valer el principio de la gratuidad de la educación y de garantía de las condiciones laborales dignas para el docente-investigador y trabajador universitario, tal como lo establecen las leyes de la República.
¿Podremos pensarnos de manera crítica y autocrítica? ¿Podremos asumir nuestra condición con la profundidad y el compromiso que nos demandan? ¿Seremos capaces de asumir este conflicto de manera radical? De ser así, habremos dado un paso fundamental para enfrentar los retos que tenemos por delante.
Por lo pronto, un conflicto que parece abstraído de la realidad, merece una atención y una disposición que lo enrumbe hacia propósitos claramente definidos. A estas alturas hay quienes aún se preguntan acerca de sus objetivos y metas. No es para menos, toda vez que no se han plasmado en una petición única las demandas institucionales, de profesores, de los empleados y obreros y de los estudiantes. Sumemos la estrategia realizada nada clara en cuanto a formas de lucha, organización y participación. Definición de etapas ni estrategia de negociación.
La institución universitaria pública demanda un presupuesto que le permita alcanzar sus metas académicas, de investigación y extensión. El deterioro sufrido en los últimos lustros limita estas funciones. Parecen empeñarse en limitarla tanto como la que se ha producido en el aparato productivo de país. Tanto que se ha limitado el desarrollo cultural, mientras se estimulan abyectas conductas violentas en la sociedad. Por eso, existen sobradas razones para exigir presupuesto justo que permita el normal funcionamiento y mayor desarrollo de una institución que debe estar al servicio del desarrollo nacional.
Los estudiantes parecen ubicar el drama de manera parcial. Condiciones de vida y ambiente universitario en franco deterioro parecen no ser suficientes razones como para despertar las mentes jóvenes a asumir el reto que supone cambiar la universidad. Para algunos, una beca igual un salario parece una consigna exagerada. Muchos de quienes gozamos de ese derecho en tiempos pasados podemos afirmar que su monto estaba ciertamente por encima del salario mínimo vigente. El incremento de la matrícula, que supone incremento de la demanda de servicios, encierra una justa petición estudiantil. Por ende, deben incrementarse las providencias presupuestarias para tales efectos. En medio del conflicto parece lógico que el movimiento estudiantil levante peticiones que satisfagan estas demandas.
El profesorado, por su parte, no logra establecer con claridad cuáles son las metas a alcanzar así como la estrategia a seguir, más cuando el conflicto ahora se articula a condiciones que impiden el comienzo del período escolar. Somos de la idea de que se debe reivindicar la homologación del sueldo de manera más rápida. Esto es, la aspiración debe ser la escala móvil de salarios que permita enfrentar una escalada de precios que ya se percibe en el día a día. Ya vimos que el incremento salarial de 170% se quedó corto en relación con la inflación y el incremento de precios. Lo mismo sufren empleados y obreros. Este planteamiento bien puede unificar a todos los sectores de la universidad venezolana.
Estas ideas bien pueden servir de base para la más amplia y sólida unidad universitaria para enfrentar el conflicto que sufrimos y darle perspectivas. Unidad que puede abrir la posibilidad de crear una dirección política capaz de articular las fuerzas y el talento que permita despertar el espíritu de cambio universitario. A ello brindaremos nuestros más caros esfuerzos.
Caracas, 26 de octubre 2015
Carlos Hermoso