Seguramente nuestro salario está entre los más bajos del mundo. En cualquier caso, compite por la primacía. El más bajo de Latinoamérica. Eso sí luce definitivo. Resultado de una política que, más que frenar, destruye fuerzas productivas. Las evidencias son claras, la política erosiva de la economía debía coincidir con la caída del salario. Lo que más drástico resulta es el aplanamiento del salario al punto de que ahora la inmensa mayoría de los venezolanos sufre de hambre por no devengar lo suficiente.

El empobrecimiento generalizado afecta, fundamental y principalmente, a los sectores que cuentan con las condiciones físicas y mentales para trabajos complejos e intelectuales. Se empuja a los más calificados a la baja, hasta alcanzar lo que devengan los trabajadores de menor calificación. El trabajo complejo se empuja a la escala salarial del trabajo simple. Se ha llevado el salario de los trabajadores a su mínima expresión. Muy por debajo de las condiciones mínimas para la reproducción del obrero y su familia. Sin embargo, la reducción del salario del trabajador de mayor calificación es todavía mayor. Con el aplanamiento del salario a la baja, un trabajador de máxima calificación, resultado de estudios de 4to. nivel, percibe un salario muy cercano al del trabajador de mínima calificación.

La fuerza de trabajo es una mercancía. Esto es, esa capacidad física y mental para producir riquezas, para transformar las materias que brinda la naturaleza, o bien para poner a andar esa maquinaria que permite la reproducción social, percibe, quien la posee, un salario que le permite reproducirse junto a su descendencia, en condiciones históricamente determinadas. Siguiendo a Marx: “El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada”.

El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor solo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple. Sin embargo, el trabajo complejo percibe, debe percibir, una mayor remuneración, en tanto que su costo de producción como mercancía —por su formación más compleja, que resume más tiempo de trabajo socialmente necesario— tiene más valor de cambio que el de la fuerza de trabajo simple.

Esto es así, tanto en el capitalismo como en el socialismo. Y es que siendo la fuerza de trabajo una mercancía específica, su valor de cambio concreto debe expresarse en el salario. Tanto es así que, en el socialismo, siendo aún un régimen de desigualdad, se debe preservar este principio, hasta que desaparezca la forma mercancía y con ello el salario. Desaparece la forma valor pues. Lo que no supone que la sociedad venezolana tenga un ápice de socialismo. Pero ese es uno de los argumentos de un Gobierno que busca hambrear a unos y otros, bajo argumentos falaces y mentirosos.

En lo inmediato los trabajadores improductivos, aquellos que no crean plusvalía, son los más afectados. Los empleados públicos son empujados a la miseria. Por estar sujeto su salario al presupuesto estatal, la baja de los ingresos conduce a la baja del salario. Además del deterioro de los servicios públicos, la caída del salario deteriora las condiciones de vida de la familia venezolana. Pero el Gobierno no toca para nada lo correspondiente al pago de deuda externa de la cual se siente orgulloso Maduro por honrar ese compromiso. Pero el compromiso con el pueblo se traduce en seguirle arrancando del bolsillo para darlo a los acreedores.

Así, para los trabajadores públicos la cosa es más difícil. Recordemos que el salario es la remuneración del trabajador que produce plusvalía. Tiende a ser similar el del trabajador público mientras persiste un crecimiento del PIB en correspondencia con el crecimiento vegetativo y los ingresos estatales permiten un relativo equilibrio fiscal. Por lo que la inflación permite mantener una relativa mayor explotación del obrero, sin mayor deterioro de sus condiciones de vida. Siempre dentro del principio, siguiendo a Smith, Ricardo y Marx —aunque con bemoles entre uno y otro autor— de que el salario debe ubicarse en esa frontera del mínimo de las condiciones de reproducción del trabajador y su familia. Pero, al reducirse los ingresos dada la caída de la producción y con ello una disminución del impuesto a la renta, para no afectar la partida de pago de deuda, se echa mano a las partidas de servicios como educación y salud, entre otros, mientras se disminuye el salario real, vía inflación. En nuestro caso, la llevaron hasta la vigente hiperinflación.

En el caso del salario de los trabajadores que crean plusvalía, la cosa tiende a nivelarse en la medida en que crece la producción privada. Lo que no supone una elevación significativa del salario real. Simplemente los dueños de los medios de producción, al ver caer el rendimiento de los obreros por hambre y deterioro de las condiciones de vida, elevan un tanto el salario, aunque la explotación siga siendo sumamente elevada, dada la baratura de la fuerza de trabajo en funciones. Además, ante la caída de la demanda la planta trabaja por debajo de su capacidad, por lo que el capitalista debe mantener un elevado nivel de explotación del trabajador. En cualquier caso, el Gobierno Chavista de Maduro baja y aplana el salario como una manera de brindar una ventaja al Capital. Para el presente y el futuro inmediato.

Caída del salario, destrucción del aparato productivo

Ahora bien, el asunto es que hay que producir riquezas. Sin eso, no hay salario. Hay poco que repartir. El ciclo de la producción y la circulación se ha roto en Venezuela. Se inició la desertificación en 1989. Chávez y sus secuaces elevaron a la máxima expresión este proceso erosivo. La caída de los precios de crudo, unido a la corrupción y, ahora recién, las sanciones de Trump y compañía, lleva a la hambruna. La cosa es simple. Muchos capitalistas sacaron sus capitales. Otros se engordaron, como el grupo Polar. Pero la tendencia indica que muchos empresarios vinculados a la producción, se metieron a importadores y a especuladores. Sobre todo, a especuladores y traficantes de dólares preferenciales.

Lo que se produce deja de contar con el mercado interior. Qué decir del sector externo. Rubros de larga tradición como el café entran en quiebra al no contar con el apoyo necesario y estar en condiciones de minusvalía frente al café importado, más barato, aunque de menor calidad. Naranja y cítricos en general corren con la misma suerte. La agroindustria, arroz, maíz, caña de azúcar, productos cárnicos, entre otros, van cediendo espacios a la importación más competitiva. Igual sucede en buena parte de la industria manufacturera.

La destrucción del aparato productivo va unida a la política bancaria. La banca, en vez de ser intermediaria para canalizar el ahorro social para la inversión productiva, también toma el camino de la mera especulación. Ello termina cerrando el círculo perverso.

En vez de concentrarse la producción se lleva a la quiebra miles de empresas. Se destruye el campo y se desertifica la planta industrial. El proceso destructivo lleva a la crisis eléctrica. Las empresas básicas son llevadas casi a la ruina. Difícil explicar este fenómeno desde el punto de vista de la lógica económica burguesa con cierto sentido nacional que no sea la de la entrega del país a intereses extranjeros y el saqueo y corrupción de quienes gobiernan.

Destruida la producción no hay mucho que distribuir. No hay posibilidades inmediatas de incremento del salario real. La tasa plusvalía tiende a ser cada vez mayor. Los dueños de los medios de producción, dada la caída de la producción, para mantener y reponer capital fijo y sus gastos de representación, mantienen escalas de explotación muy elevadas. Pero también se separan muchos productores de los medios por la quiebra. La reducción de la producción es la separación de los medios tanto del obrero como del patrono. Pero sí hay mucho qué repartir de la renta obtenida por la extracción y venta de crudo, así como de la minería. Aunque la mayoría de los venezolanos no contamos con la información del caso. Pero muy buena parte sigue siendo dirigida al pago de deuda.

El Gobierno busca atender la crisis económica con la misma política, solo que a la extracción de petróleo se agrega la extracción de minerales. Esas deben ser las orientaciones de los asiáticos y eslavos. Pocas son las fuentes de empleo de esta rama de la economía. Más cuando no hay señal alguna de que busquen crear industria con base en tan importantes materias primas. La idea chavista es exportar materia prima barata a sus amos. En el mejor de los casos crearán algo de pequeña propiedad. Pero ningún proceso de proletarización masiva a la vista.

Destrucción de la clase obrera y política de perversión

La devastación del aparato productivo ha conducido a la destrucción de buena parte de la clase obrera. De una parte, el desempleo crónico conduce a que muchos obreros tengan que migrar a oficios alejados de la producción de bienes. El comercio es una de las alternativas más a mano. Lo que aleja al proletario de su condición. Lo indisciplina y lo pervierte. Entra en el mundo de la estafa. Vender caro y comprar barato. Lo que sea.

Esto, a su vez afecta a las organizaciones sindicales. Son muchas las que se han convertido en mafias sindicales. Recordemos que la venta de la fuerza de trabajo es similar a la de cualquier mercancía. Comprar barato para vender caro. De allí la tendencia de que muchos de quienes asumen la condición de dirigentes gremiales terminan por al menos hacerse de privilegios. Van desde las prebendas que se asignan desde las directivas gremiales, hasta la formación de mafias sindicales que venden los puestos de trabajo a cambio de diversos pagos. Desde pago en dinero hasta pagos en especies y privilegios.

Los menos corrompidos, quienes ven en la condición de dirigentes sindicales una forma de vida basada en la prebenda, encuentran negocios en aspectos del contrato colectivo o el convenio de trabajo con algunas instituciones, a partir de las cuales se crean entidades como institutos de previsión social, administradas por el mismo gremio. El solo manejo de estos establecimientos permite a los directivos hacerse de inconmensurables recursos. Se hacen de sobresueldos bajo el argumento de que la conducción sindical requiere de emolumentos y mejores condiciones. Se rompe con la idea apostolar del dirigente gremial quien termina por vivir en mejores condiciones que el resto de los agremiados. Esto es casi natural en la Venezuela de hoy.

Queda atrás aquella historia del movimiento sindical venezolano cuando un grupo de dirigentes se cargaron del más noble sentido ético para luchar por reivindicaciones elementales de la clase obrera. Vivimos otros tiempos en los que la ética que guía a buena parte de quienes dirigen el movimiento sindical y gremial observan la conducta mercantil de marras. Convertir el sindicato en una banda delincuencial para vender puestos de trabajo es la manera como se expresa el principio capitalista de comprar barato para vender caro. Tanto que, a costa de sus vidas, ha habido dirigentes sindicales y trabajadores que se han enfrentado a estas mafias que, al más claro ejemplo del pranato, terminan la atención de los problemas que les crean.

Realidad que demanda de luchas por la elevación del salario real de los trabajadores, mientras se rescata ética, moral y políticamente al movimiento sindical venezolano. Son tareas que no puede esperar el cambio de Gobierno. Más bien, mientras alcanzamos este objetivo, colocamos en el tapete las demandas de los trabajadores venezolanos. Un cambio verdadero debe tener entre sus metas principales la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores.

http://efectococuyo.com/opinion/por-guayana-es-negociable-venezuela/

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