Súbito. En un día aparentemente tranquilo se repite el fantasma de hace 33 años. Nuevamente la naturaleza causó estragos en las comunidades de El Limón y La Candelaria, en el estado Aragua. Los destrozos en casas y negocios son increíbles. La tragedia llega nuevamente a las distintas comunidades, pero con una comunidad más empobrecida y diezmada por la crisis, la pandemia y la destrucción de la economía.

Es insólito y vergonzoso que en un país donde existe tanta agua, la contingencia estacional obligue a millones de seres humanos a pagar en dólares un barril de agua para vivir, más de lo que devenga como salario mensual y viviendo en ciudades ubicadas a escasos minutos de la propia ciudad capital, mientras otros como los habitantes de nuestro estado Aragua se ahogan en agua, en razón de los desbordes en los ríos y quebradas, propio de ciudades que han crecido de manera anárquica, en desorden, desidia e irresponsabilidad, acicateada por la corrupción de los funcionarios públicos responsables de la fiscalización urbanística.

Nuevamente le tocó a El Limón. Esta nueva tragedia llegó a derramar el vaso que ya está repleto de calamidades: falta de agua, alimentos, gas, gasolina y las continuas fallas en el servicio eléctrico, sin contar las ataduras de lo que significa enfrentar esta situación con el insignificante poder adquisitivo de la población.

Siendo esto un desastre causado por la naturaleza, debemos decir que pese a lo inevitable, pareciera que la tragedia pasada no enseñó lo suficiente. Sumado a la desidia gubernamental de la dictadura chavista y ahora madurista, ya hace tres semanas el río había asomado su inmensidad, pero no se tomó la importancia por parte de los organismos del Estado. Haciendo un recorrido por los acontecimientos pasados, la desidia tiene larga data, al punto de que en meses anteriores no se hizo mayor esfuerzo para evitar la quema indiscriminada del parque Henry Pittier. Fueron inmensas las extensiones de serranías devastadas por el fuego, que mermaron la capacidad de retención natural del agua.

Apenas un día después de esta nueva tragedia, helicópteros y personal medianamente laboran para aliviar las penas de las víctimas y recoger los escombros y basura esparcidas por el río. Nunca se tomó la previsión de frenar los incendios forestales, limpiar los cauces y combatir la ignorancia de verter gigantes cantidades de basura en canales, quebradas y ríos que nuevamente mostraron su furia.

Las políticas en materia de vivienda son solo una gran mentira. Cuando vemos centenares de viviendas distribuidas en las orillas de los ríos, a sabiendas de que constituían un riesgo inminente en terrenos desafectados, hablamos de abandono total de la planificación del Estado sobre la habitabilidad y urbanismo adecuado. La ignorancia, la costumbre y fundamentalmente la pobreza y la falta de política habitacional, constituyen el aderezo para que la tragedia ocurriera. Pero también constituye una bofetada gigante a las políticas demagógicas y populistas del régimen en materia de vivienda y planificación urbana.

Esto es apenas un aviso en esta temporada de lluvias. Debemos recordar que aún existen viviendas a merced de ríos, sin contar que poblaciones en riesgo como Mata Redonda, La Punta, Paraparal, Los Samanes, por nombrar algunas, siguen abandonadas por los organismos públicos.

Definitivamente y más que nunca el problema de los venezolanos es político. Pasa por superar la dictadura y su modelo de mentira, destrucción y corrupción, que ha empobrecido y diezmado a todos por igual.

Las demostraciones de humanidad, unión y fortaleza de las víctimas, vecinos y amigos de la comunidad de El Limón, debe servir de ejemplo para que, del mismo modo, poner freno al régimen y a sus políticas y, de allí, se generen los cambios necesarios para transformar nuestros país nuestras condiciones de vida. Lamentamos las muertes y las pérdidas incalculables para la gente más humilde de nuestro estado.

La demanda de una definición estratégica para superar la situación de caos que vive Venezuela ya no es una frase grandilocuente. No solo Aragua sino el país, reclaman planes que atiendan lo fundamental de su desarrollo económico y social, en términos de un futuro pensado y programado, para un autentico bienestar de la población en términos estratégicos. Que en armonía con nuestro potencial de recursos de diversos tipo, se diseñen lineas de desarrollo sustentable, donde el crecimiento urbanístico y poblacional se acople con las características de su clima y el relieve de su amplia geografía, asociado al elemento cultural.

Urge dejar de ser un país de eventos, que de no ser por el sufrimiento de millones de compatriotas, terminan siendo paradojas tragicómicas. En Oriente se queman miles de millones de metros cúbicos del gas que brota del subsuelo como desperdicio, y a escasos kilómetros un obrero se ve obligado a pagar en $10 en una bombona de 10kg.

La anarquía y las consecuencias dramáticas de un modelo de crecimiento económico atado a los vasallajes añejos y nuevos, corresponden a un modelo que está condenado al fracaso. La gran obra de reconstruir nuestro país exige una dirigencia de estatura titánica, alejada de las miserias del cálculo político que lleva a muchos a la prepotencia y pedantería hueca.

La tragedia que ahoga nuevamente a El Limón y a Aragua, requiere de una dirigencia consustanciada con un Plan de Desarrollo basado en el conocimiento científico, abandonando definitivamente el esoterismo y la superchería de las ideologías proselitistas tipo «chavismo», caricaturas rastreras que han sido la máscara de los intereses mafiosos de hoy. El desafío está abierto a una generación que deberá enterrar estas páginas negras de la historia y emprender la reconstrucción del país: Una revolución de la ciencia y la industria; una nueva era de crecimiento, trabajo, riqueza y desarrollo, que asegure futuro para una nación de trabajadores y pensadores, otrora precursores de la civilización continental.

 

Comité Político Regional «Roberto Rincón Cabrera»

Estado Aragua, 10 de septiembre de 2020

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