Son muchas las contradicciones económicas, sociales y políticas en medio de la pandemia. Nacionales e internacionales. Pero con las nuestras apenas tenemos material para rellenar un espacio como el que nos brindan. Además, nuestro drama es de tal grado, que logra que las cuestiones internacionales se obvien en la mente de mucha gente. Incluso, entre muchos políticos, parece que este asunto es subalterno.

La pandemia ha traído consecuencias diversas a la sociedad venezolana. Como a todo país del mundo. Por ser Venezuela un país débil y en medio de una brutal crisis, la cosa es más aguda que en otros de nuestra misma condición dependiente y semicolonial. Qué decir en relación con las naciones de mayor desarrollo.

De una parte, el empobrecimiento es mayor. El deseo de irse del país aumenta. Pero la pandemia cierra las puertas. Alguna gente tiene que regresar. Esto es, la pandemia nos encierra mientras aumenta el deseo de migrar. La desesperación prende en muchos venezolanos. Esta es una de las circunstancias que han conducido al incremento del número de suicidios, cuyo número debe superar con creces las víctimas de la pandemia, al menos hasta ahora.

La crisis se profundiza en el mundo, qué quedará para la de Venezuela. Se produce cada vez menos riquezas. Queda menos que distribuir. Los pobres se hacen más pobres. Cada vez son más los que antes pertenecían a los sectores medios que van a engrosar las filas de los pobres. El desempleo se ha incrementado.

Mientras la pandemia agudiza la crisis, también parece minar las posibilidades de derrocamiento de la dictadura. Se valen de ella los esbirros. Le sacan provecho. La oposición es acallada. Se acalla.

Es inocultable el empobrecimiento. Según el Centro de documentación y análisis para los trabajadores (Cendas), la canasta alimentaria: “…conformada por 60 productos en junio de 2020 se ubicó en 56.241.121,25 bolívares, equivalente a $269,09, aumentando Bs. 864.604,89, ($4,13), 1,6%, con respecto al mes de mayo de 2020 y 2.042,0% entre junio de 2019 y junio de 2020”. A renglón seguido, en el mismo estudio se establece que: “se requieren 140.60 salarios mínimos (Bs. 400.000,00) para poder adquirir la canasta alimentaria, referida a una familia de cinco miembros: Bs. 1.874.704,04 diarios, 4.68 salarios mínimos cada día, 8,96 dólares diarios, mientras el salario mínimo es de 1,91 dólares mensuales”.

A lo cual se suma que: “Según cifras mostradas por Consecomercio la inflación en junio 2020 fue de 19,3%, la Inflación acumulada 508%, la Inflación interanual 3.524 %, Inflación proyectada a finales de 2020 2.200%”.

A su vez, disminuyen las posibilidades de creación de nuevos puestos de trabajo, toda vez que: “… de una muestra de 2.500 empresas el 30% está en peligro de cierre”. Merman las posibilidades de creación de nueva riqueza.

Si algo de producción hay en el campo, obedece a que ya no les alcanza para importar tanto. Se producen algunas cosas que no requieren mayor tecnología. Algunos bienes que por el proceso natural de concentración de capitales encuentran algo de demanda.

Por lo visto, algo han invertido en agricultura en general. Por lo visto, han jerarquizado en la pequeña producción agraria, agroindustria y pesca. Sin embargo, “Los niveles de producción se han ido al piso, debido a que el Estado se ha dedicado a beneficiar a unos pocos productores, afirmó Celso Fantinel, primer vicepresidente de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro)… El gobierno de Maduro centralizó todos los insumos y la maquinaria que llegaron al país en 2019 sobre la estatal Agropatria y el ministro Castro Soteldo dirigió esos insumos para un pequeño grupo de productores, dejando a la gran mayoría por fuera”.

Prefieren mermar la producción, en medio de la crisis y del hambre de los venezolanos, favoreciendo a los suyos y buscando la ruina de los productores que no les son afines.

En ese mismo sentido ya resulta manida y cínica la excusa de no brindar ningún incremento importante en materia salarial debido a las sanciones de Estados Unidos contra Venezuela. Y es que el cinismo acompaña a la dictadura. Jesús Farías diputado a la Asamblea Constituyente de la dictadura, afirma que “las sanciones impiden el aumento salarial y son las causantes de la destrucción del aparato productivo”.

Esa historia ya la conocemos. Durante décadas, el gobierno cubano ha justificado su poco y lento desarrollo al bloqueo estadounidense. No haber abierto las vías para la liberación de las fuerzas productivas, no haber confiado en sus propias fuerzas, no haber sido consecuentes con las leyes y principios de la construcción del socialismo, los condujo al estancamiento de la revolución cubana. Como alguien la ha llamado: la revolución inconclusa, más que el resultado del bloqueo, que sí causó y causa perjuicios contra el pueblo cubano, fue el resultado de abandonar el camino de echar las bases para la construcción del socialismo. No es el mismo caso ya que lo que ha vivido Venezuela es una forma primitiva de revisionismo, eso de socialismo de palabra, de fraseología, pero capitalismo duro de hecho. Pero el desastre que crearon mediante la corrupción, la ineficiencia e ineficacia y la entrega del país a los intereses imperialistas de chinos y rusos, principalmente, lo achacan a las sanciones estadounidenses. Mismo argumento de aquellos. Parte del ropaje.

La dictadura demuestra que el neoliberalismo sigue vivo
Y es que su política es la mejor muestra al respecto. Es tanto el liberalismo chavista, ahora más que antes, que cada iniciativa que se les viene, afianza una economía donde el despotismo del mercado es puro y duro. Ni cuando los tiempos de AD y Copei hubo tanto dominio del mercado.

El capitalismo ciertamente puede funcionar a la perfección con o sin controles. Puede funcionar con propiedad estatal o sin ella. Aunque siempre habrá propiedad estatal sobre los medios de producción, en mayor o menor medida, así como control de una parte del ahorro social y de la intermediación. El capitalismo puede funcionar con medidas compensatorias del salario para preservar la demanda efectiva, para decirlo en términos keynesianos. El capitalismo puede funcionar con populismo. Siempre el capitalismo, al menos desde los tiempos de la revolución industrial inglesa, hubo de producir medidas para llevar el salario mínimo a una escala que permitiera la reproducción de la raza de los trabajadores en un nivel elemental. Pero estos chavistas han llevado la cosa a un punto en el cual apenas se busca administrar la mengua. De allí los bonos que brindan como dádivas que sirven para muy poco. Es lo peor que ha habido de capitalismo en uno de los países con más riquezas en el planeta.

Pero el chavismo prefiere que el capitalismo funcione de la manera más natural posible. Que sean las fuerzas del mercado las que determinen el precio de todos los bienes y de la fuerza de trabajo. Que la dolarización de la economía sea absoluta. Que el salario real lo determine el mercado, mientras establece un salario mínimo que regula el ingreso de los empleados públicos. El salario de los trabajadores por cuenta propia y de la empresa privada, se determina con base en las fuerzas del mercado teniendo como parámetro objetivo las condiciones mínimas de reproducción. Los más perjudicados por tanto son los empleados del Estado, cuyo salario termina siendo ridículo en relación con lo que se puede adquirir con él en el mercado. Regula sí, el precio de las bolsas Clap para el control social. Regula los servicios dada la nula capacidad de demanda de la gente. Algo de consumo requiere en capital. Alcanzan ingresos por presión tributaria, pagan a los chinos y demás acreedores, y algo le dejan a la gente con servicios estatales a muy bajo precio. Por debajo de su costo, ciertamente.

Logra la dictadura otro objetivo liberal como es la reducción del aparato de Estado. Son muchos quienes se han retirado de la administración pública, dados los salarios que brinda el chavismo. De allí la merma de la plantilla en salud y educación, principalmente. Se quedan, en lo básico, quienes desde sus cargos pueden obtener beneficios brindando un servicio público. Policías; trabajadores tribunalicios, desde jueces, alguaciles, secretarios, entre otros; de identificación y extranjería; de tránsito; entre otros, gozan de ese privilegio que supone la llamada matraca, martillo, mordida o como se quiera llamar. En Latinoamérica lleva distinto nombre. Pero la categoría es la misma. Se trata de una manera pedestre de privatización. Parte de la descomposición. El gobierno se hace de la vista gorda ya que eso permite que esos funcionarios formen parte de la estructura.

Ya la dictadura ha asumido la tesis de que la política económica, de cualquier signo, se presenta ajena al sentimiento de quienes gobiernan y de los gobernados. Que debe ser fría. Ya hablan de las fuerzas del mercado y de la oferta y la demanda. Del gasto público y su equilibrio con base en los ingresos fiscales. La fraseología socialista la dejan para cosas más generales. Para el discurso de ocasión. Natalicios de figuras históricas y de las que han entronizado. Allí sí aparecen las frases hechas del socialismo y la revolución, independientemente de que la ostentación deje llena de envidia a cualquier burguesa de postín que no haya alcanzado la prenda del último grito de la moda de marcas.

Asuntos de la política

En medio de este drama, resulta notable el relativo silencio de la política contra la dictadura. Solamente ellos parecen tener iniciativas. La pandemia los ayuda. Confinamiento significa mayor y mejor control. Pero, la oposición dividida, acosada y carente de iniciativas, coloca la guinda.

La situación de la gente, su abatimiento, en medio de la rabia, puede llegar a dar un susto. Lo que requiere es dirección política, de iniciativas dentro de un plan estratégico. Parece fácil la cosa. Pero sin disposición de quienes deben hacerlo y cuentan con los recursos, eso no arranca.

Y es que el asunto es cómo convertir la indignación en acción de masas. Cómo guiar a la gente a la lucha por un mundo mejor. Estrategia y táctica. La movilización como forma de lucha principal, en torno de la cual se articula el resto de sus expresiones en el combate. El camino es la rebelión. La democracia, entendida como la participación de la gente en la toma de decisiones, es el mejor ejercicio para elevar la conciencia, para educar a la gente.

Con todo, vientos de pueblo nos llegan. Convirtámoslos en un huracán que dé al traste con la dictadura. Falta apenas una dirección política. De resto, existen sobradas condiciones objetivas y subjetivas. Corrijo, falta una sola condición subjetiva, el destacamento de hombres dispuestos y con liderazgo para asumir el compromiso de dirigir, aunque se corra el riesgo de perder la libertad personal y hasta la vida.

De lo contrario, de no edificarse una dirección, el gobierno mantendrá su ofensiva política y económica, afianzada por el control social y el discurso demagógico sustentado en la fraseología socialista.

No cansarse de luchar por un mundo mejor es un riesgo. Siempre lo ha sido. Pero hay momentos en los que la vida nos empuja, más por la sombra de la muerte rondando que por la elaboración consciente… a eso ayuda la pandemia. ¿Qué tienen que perder los millones de pobres venezolanos en esa aventura de lucha por cambiar este corrompido estado de cosas, más que el hambre y la miseria?

Publicado en El Pitazo, 04/08/2020

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