“Gracias a Dios existe la dolarización”, esa fue la afirmación de Maduro en reciente entrevista. No es de extrañar. Confluyen ignorancia y cinismo. Gana el cinismo. A estas alturas, y afirmar la cosa tan olímpicamente, resulta realmente una muestra de desvergüenza. Más cuando lo ve como una cosa buena.
La dolarización es el resultado del quiebre del signo monetario de la economía venezolana. Sucumbe frente al dólar por el descalabro al que lo llevó el gobierno. Ya venía trastabillando desde el viernes negro de 1983. Larga la historia. Cuando un signo fiduciario deja de ser instrumento de cambio mundial, pierde su condición de equivalente universal, no sirve para atesorar, deja de ser medio para la capitalización: pierde en su condición de dinero.
Ese es el resultado de una política basada en el afianzamiento de la monoproducción, mientras rinde tributo al fetiche de la deuda y, en consecuencia, la adopción de medidas propias del deudor, sustentadas en el llamado neoliberalismo. Esa es la política afianzada por el chavismo. En vez de cambiar la orientación, apenas colocó un manto socialista, aunque es justo reconocer que cambió de amos. Ahora son los chinos y rusos, no gringos, de quienes somos más dependientes, que son tan despiadados como sus predecesores.
La inflación va minando el signo monetario. El desequilibrio fiscal, teniendo en el déficit comercial su expresión material más acabada, se hace crónico. Recordemos que, producto de que somos productores de materias primas, por aquello de la división internacional del trabajo, debemos comprar los bienes finales para satisfacer las necesidades sociales. La tendencia a la ralentización del crecimiento a la que conduce esta circunstancia merma la capacidad de recaudación vía impuesto sobre la renta. Cae el consumo, lo que redunda en lo anterior ya que se reduce la recaudación en términos reales vía tributación. De allí que el creciente déficit fiscal va ampliando la brecha entre el presupuesto de ingresos y el de gastos. Las corrientes dependentistas, percatados de esta tendencia, unidas a la necesidad de la oligarquía financiera de incrementar la deuda pública mundial, llevan al creciente endeudamiento público. Así, se convierte el asunto de la deuda en un fetiche al que se debe rendir la genuflexión del caso. Misma que amplía la brecha fiscal, toda vez que se hace creciente en el presupuesto de gastos la partida para honrar el compromiso. A su vez, el país debe mantener su capacidad de crédito, con lo que se echan las bases para mantener el ritmo de endeudamiento.
Eso es lo que determina que en América Latina los signos monetarios nativos sean tan débiles. Es una tendencia dominante, solamente frenada a ratos.
Endeudada la economía nacional, con un signo monetario cada vez más débil, mermados los ingresos petroleros, la dolarización de la economía se impone de manera objetiva. De allí la caída del salario real de los trabajadores. De allí la caída del crecimiento a una escala inaudita. Más del 50% de caída. Hambre y miseria para las grandes mayorías. Migración de millones de venezolanos. Vaya dios el de Maduro.
Dolarización y salarios
Tarde, pero llega. La dolarización comienza a arropar la determinación del salario. Por aquello de que la fuerza de trabajo también es una mercancía, va a alcanzar al salario como su expresión dineraria. El salario se dolariza. Pero a un ritmo mucho más lento. La ventaja para los dueños de los medios de producción, de contar con obreros tan baratos, hace que se ralentice aún más la cosa. Sumemos que superar la caída del crecimiento pasa por una recuperación de los sectores de la economía que pueden dinamizarla. Agro e industria deben ver mercado para realizar la mercancía. Esa es la contradicción genérica del orden capitalista. Para realizar la plusvalía debe haber quien compre. Eso supone salarios. Pero los dueños de medios no van a perder la oportunidad de sobreexplotar a los trabajadores por el tiempo que se lo permitan las condiciones. Los más competitivos, absorción mediante de los débiles, se crecen. Así, mientras vaya creciendo la economía, a la espera de mayor estabilidad, la tasa de explotación es superlativa.
Recordemos que la suma de la plusvalía apropiada por el dueño de los medios de producción; más la inversión en medios, capital constante pues; más lo que paga el capitalista en salario, o capital variable, va a expresar el valor de cambio de la mercancía. Con la dolarización va a encontrar una expresión ajustada. De allí la tendencia a que deba el capitalista cancelar a los trabajadores salarios en una cantidad de dólares que les permiten reproducirse en condiciones como las que arroja la política chavista. Casi de hambre, son los salarios reales más bajos de la economía mundial. Pero muy superior al del trabajador improductivo, el empleado público.
A su vez, comienza un tanto la localización de empresas en nuestra economía, cuya casa matriz se halla fuera de nuestras fronteras. Aprovechando la ventaja que representa el salario de hambre de los trabajadores venezolanos, incluso de los más calificados, se asientan en nuestra economía. Pocas, pero marcan el inicio de una tendencia. Ubiquemos que, en empresas de telecomunicaciones, para hablar de un caso emblemático, un trabajador venezolano percibe un salario que representa el diez por ciento apenas del que recibe el mismo trabajador, con la misma calificación y oficio en la casa matriz.
Así, la dolarización ha permitido que la determinación del salario tienda a aproximarse a las condiciones mínimas de reproducción. Sobre todo, el trabajador por cuenta propia en el área de la producción o de los servicios. Las empresas privadas comienzan a elevar tendencialmente el salario en virtud de que deben garantizarse una plusvalía que les permita seguir subsistiendo como unidad productiva. La esclavitud moderna es eso, para que no se muera de hambre y, además, esté en condiciones de seguir siendo explotado, debe pagarle no con base en el salario mínimo de Maduro. Le da un tantico más. Así, se va creando una capacidad de demanda que puede convertirse en tendencia a una relativa recuperación. Siempre en el camino de la dependencia y el condicionamiento del desarrollo atrofiado que impide la diversificación del aparato productivo, la independencia y la soberanía nacional.
Ahora bien, ese asunto del papel del Estado, en las actuales condiciones, cobra cuerpo. La crisis chilena ayuda mucho. Este es uno de los asuntos de la economía menos atendido. Muy a pesar de que su papel es inherente a la producción, distribución y cambio de los bienes que satisfacen necesidades. Es inherente a este asunto del salario y de las condiciones de reproducción. Hay circunstancias en las cuales el Estado ha dejado en manos de las fuerzas naturales de la economía basada en la propiedad sobre los medios de producción, la que se encargue de la determinación del salario y su escala. Así, en lo que va de año, el salario del sector productivo se ha ido ajustando de manera natural. Liberal en extremo a partir de la dolarización. Ese parece ser el verdadero dios de Maduro.
De otra parte, el asunto de la contabilidad social parece no ser atendido por buena parte de los ideólogos liberales. En días reciente alguien narraba un debate entre dirigentes estudiantiles acerca de la gratuidad de la educación y la necesidad, según algunos, de su privatización. No se percatan, quienes así opinan, dirigentes estudiantiles para colmo, que la gratuidad es un decir. En realidad, el término más ajustado es el derecho al estudio, mismo que se cubre con los ingresos del Estado. El presupuesto de ingresos se obtiene de la renta de nuestros recursos naturales, del Impuesto al Valor Agregado, principalísimo contribuyente, tributos por licores y cigarrillos y otros ingresos por servicios públicos y timbres fiscales, que pagamos los venezolanos y algo de impuesto sobre la renta. No es muy gratuita la cosa. Es un derecho que se debe garantizar su realización con los ingresos del Estado venezolano. Igual sucede con el salario de los millones de empleados públicos de las distintas dependencias del aparato de Estado. Salario que debe ser progresivo. Que debe permitir garantizar las mejores condiciones de reproducción de los trabajadores y sus familias. Ubiquemos que son estos trabajadores quienes responden por el funcionamiento de esta maquinaria. Que garantizan el funcionamiento del sistema educativo y de salud, de justicia, del ejército, entre otros aspectos de la maquinaria en cuestión. De allí la justa lucha por el uso probo del presupuesto gubernamental, de su eficacia, de las políticas que garantizan los ingresos con base en el principio de la progresividad.
Mientras, ha preferido quien invoca a su dios, dejar que la determinación del salario se haga a partir del hambre de los venezolanos. Más liberalismo imposible, aunque haya ingenuos, anticomunistas más bien, que señalan a este gobierno como socialista.
Publicado en El Pitazo