Lo que en primer momento fue catalogado como «actos de vandalismo», se fue convirtiendo en un levantamiento con masiva participación por parte de las fuerzas vivas del pueblo chileno. Esta vez, de forma más organizada, pacífica pero activa en la mayoría de los casos, y en los que no, fue resultado de las provocaciones por parte de los órganos represivos estatales.

A tal punto es la participación que el presidente Piñera tuvo que reconocer los 30 años de desamparo por parte de la tan mentada democracia, decretando para ello una serie de medidas que no resuelven de fondo la mora histórica.

Es impresionante la presencia del pueblo chileno en las calles, indiscutible incluso por parte de las esferas del poder, que han tenido que bajarle el tono a su discurso. Lo interesante de esto, es que a pesar de anular el aumento del pasaje del metro, en principio, y ahora dictar algunas medidas paliativas, el pueblo continúa en las calles.

Es importante señalar que cuando nos referimos a pueblo, no lo hacemos desde una categoría manoseada, trillada, nos referimos al cuerpo unificado de diversos sectores organizados que se han sumado a las distintas acciones; de calle, asambleas en sus sitios de trabajo, marchas vecinales, toma de avenidas y plazas, entre otras. Estamos hablando de gremios docentes, de un respaldo unánime del sector público, sindicatos de trabajadores y empleados de las municipalidades, organizaciones de los pueblos originarios, obreros de la educación, juntas de vecinos, colectivos culturales (poesía, cueca, payadores, teatreros, bailadores, músicos, etc). Se ha levantado el pueblo, como categoría histórica.

UN DIVORCIO

El elemento resaltante acá es la indiscutible participación popular, hay un parto que se está gestando. Sin embargo, desentona el escenario carente de vocería cónsona con el espíritu de la lucha. Hay un letargo del liderazgo de los partidos que adversan a Sebastián Piñera. Pareciera que intentan interpretar moderadamente las exigencias del pueblo cuando la realidad es que abajo eso es un hervidero. No pasan de declaraciones, subrogarse peticiones, insultar, alzar la voz para parecer los defensores del pueblo desde el parlamento, en el caso de los senadores y diputados.

Nada más alejado de la realidad. El descontento es tal que la sociedad rebelada tampoco creen en quienes desde los medios o el parlamento alzan la voz, sin atinar un mensaje realmente radical (de raíz).

Las convocatorias han sido producto de las organizaciones de base, gremios, sindicatos. No desde «arriba», no de los partidos (que en muchos casos son acusados de acomodarse al poder durante todos estos años). Hoy la gente, usando las redes sociales como herramienta para la convocatoria, ha llegado a establecer incluso cronogramas de actividades por hora, por ciudad, por sector. Estamos hablando de convocatorias que aunque aún espontáneas, han adquirido cierta organicidad en su desarrollo.

DESAFÍOS

Ante este divorcio entre parlamentarios y dirigentes y la interesante situación de organización y convocatoria que están llevando a cabo los sectores orgánicos del pueblo chileno, urge la conformación de una plataforma nacional de lucha, o en lenguaje más llano: una vanguardia. Inclusiva, combativa, conformada por las fuerzas o sectores que hoy son los actores protagónicos de la actual coyuntura; una instancia que podríamos atrevernos decir, suprapartidos. No con esto queremos caer en la burda posición antipartido. En lo absoluto. Reivindicamos la teoría del partido pero, ante esta coyuntura, en la que las organizaciones partidarias parecen estar en un letargo o amodorramiento teórico, conceptual y organizativo, se hace necesario encausar ese volcán de sentimientos y aspiraciones del pueblo chileno en una fuerza real de cambio.

Está platoforma debiera tener los siguientes retos:

1) Establecer una agenda claramente definida, un programa mínimo, que no aparece en el escenario más allá de que se vea en algunas pancartas; «No más AFP, fuera los milicos, renuncia Piñera, constituyente, etc».

2) Estructurarse a nivel nacional con una coherente articulación en lo provincial, municipal y local.

3) No menos importante, definir la política de participación de los distintos sectores, federaciones estudiantiles, sindicatos, asociaciones, crear la cultura de la participación popular en esa plataforma unificada, donde el máximo órgano de decisión sea las asambleas. Sin un factor convocante tenemos un pueblo envalentonado, pese a la presencia militar, que no pasará de la revuelta. Imaginemos que exista una instancia que oriente la lucha. Si Chile quiere avanzar hacia una democracia más inclusiva y popular, debe, desde ya, comenzar a ejercerla. Esto sin hablar de lo que puede estar por delante.

En Chile se vive una situación convulsa que pudiera derivar en una revolución popular. De la vanguardia, aunque aún no se vislumbre aún de forma orgánica, dependerá el desarrollo progresivo que pueda tener esta convulsión. Chile despierta.

Desde un pueblo de Chile…

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