Desde pequeña intuí que en mi hogar existían “fantasmas”, o bueno, al menos uno; cuando tuve edad para percatarme de ello, en principio surgió el miedo, un temor absoluto a la oscuridad y su complacencia con los seres, que hasta ese entonces, pensaba serían indeseables, sin embargo, ya a esos de los 8 años fui adentrándome en los vericuetos de ese espíritu que habitaba más allá de las puertas entreabiertas, bajo la cama, etc., comencé a intuir que aquel “fantasma” era un ser compartido que nadie nombraba, una especie de inconsciente colectivo familiar.

Con la vocación de las letras ya a cuestas, no fue difícil que el misterio viniera a quedarse en mi mente, como un tenaz mandato a ser resuelto. Y empecé a descubrirlo, en los temores de mi abuela, en los gestos de mi madre, en el semblante de mi tío, en las flores del día de todos los santos, en los sueños de los días en que la fiebre se empecinaba en quedarse, ahí estaba, cautelando la angustia de mi madre con una mano sobre su hombro. Pronto fueron fotos sin marco mal guardadas en los cajones, una tía abuela que mencionaba un nombre en susurros, una extraña visita al cementerio, una suma de peculiares hechos disonantes, hasta que el fantasma eligió un nombre y su presencia se transformó en una cruel ausencia.

Nací diez años después de su muerte, en el 85, aún bajo la dictadura de un tipo que se aparecía en la tele en medio de los dibujos animados y que me idiotizaba con la vehemencia de sus continuos discursos.

No tuve consciencia sino hasta al menos 10 años después, de que mi abuelo no estaba, y que su muerte sumía a mi familia en un silencio temeroso, que solo contaba con una respuesta en un libro que osadamente tomé de una repisa: “víctima de la represión”. Años después esa frase calaría hondo en mis pensamientos para siempre, dejando sobre mí el pesado vacío y la certeza de que soy nieta de un abuelo al que no me dieron oportunidad de conocer.

Mi abuelo, no partencia a un partido político, tampoco simpatizaba con alguno en particular, eso no lo dice mi familia, lo señalan los innumerables testigos que declararon en la investigación, con los cuales lamentablemente no alcanzo para encontrar culpables hasta el día de hoy. No, no era comunacho, y no, no todos los fallecidos, detenidos, torturados, violados, desaparecidos en dictadura lo eran.

Mientras escribo estas líneas pienso en mi abuela, y en la probabilidad inminente de que se me vaya sin saber jamás qué pasó, por qué, ni mucho menos quiénes, y es que en mi país hay muchos desaparecidos en dictadura y nuestro conformismo nos hace sentir poco agradecidos pues nosotros, mi familia y yo, al menos tenemos una tumba en la cual dejar flores, sin embargo, en mi vida ese abuelo más allá del calificativo del informe Rettig es una ausencia, “un desaparecido”.

Por qué relatar todo lo anterior en este momento, porque miro alrededor y todas las frases que resonaron en mi mente retrotraídas desde el pasado, vuelven a cobrar fuerza, abriéndose paso galopantes frente a las nuevas injusticias, las nuevas torturas, las nuevas muertes, las nuevas violaciones, abusos sexuales, desapariciones y más; no podemos permitírnoslo, no podemos permitírselos, somos muchos los que cantamos a viva voz “para que nunca más en Chile”, y hoy no debemos sino poner la cara en alto, dejar esta cultura del miedo que nos han impuesto hace más de treinta años y salir a la calle a gritar, a cacerolear, a bailar, a cantar, a conocer al vecino, a reencontrarse con los amigos de antaño, a reconciliarse con los que creímos enemigos porque son nuestros hermanos, nuestra gente, el pueblo.

Hoy más que nunca necesitamos responderle a los “cabros” con valentía, decirles que no están solos, que no ha sido en vano, que si ellos tienen fusiles nosotros tenemos las manos abiertas para el prójimo, que ya no nos hacemos la vista gorda, que aquello que nos duele hoy tenemos derecho a decirlo, eso es democracia.

No quiero más “fantasmas” en las vidas de las familias de mi país, quiero niños y niñas jugando con sus padres, con sus abuelos en los parques como ha sido estos días, quiero eventos culturales masivos y gratuitos como los que han colmado calles y plazas en los distintos rincones de Chile hace una semana, quiero que podamos vivir tranquilos, seguros, y no extenuados por horas de trabajo interminables que con suerte nos dejan como retorno lo suficiente para pagar deudas, quiero que la educación sea un derecho garantizado por el estado y no un bien de consumo que educa a las nuevas generaciones para fines de reproducción, en donde la filosofía y la historia estorban porque no favorecen el pensamiento crítico, porque nos quieren pueblo pasivo, miedoso, silencioso y creyeron haberlo logrado, pero no, aquí estamos de pie, desafiando sus fusiles con cacerolas.

Debemos entender que la historia no la pueden eliminar porque la construimos nosotros, y estamos siendo protagonistas de este momento, y en consecuencia, nos corresponde estar a la altura, no nos fracturemos en movimientos individualistas, sé que hay reivindicaciones necesarias, pero hoy el llamado es a unirnos por un causa, por el bien común, tenemos todo lo necesario, lo hemos tenido demasiados años, no es casual, ni vandálico que una turba de jóvenes haya despertado en cada uno de nosotros el pesar, la rabia, el dolor, es nuestro momento de tomar nuestros derechos y deberes ciudadanos y hacernos partícipes de una revolución mayor, una que sitúe a nuestro país no como una potencia económica, porque eso hasta ahora solo ha demostrado servirles a unos pocos, sino como una potencia de humanidad, de compromiso social.

Cualquier alma en este país, tiene deseos de un lugar mejor, sueños que no podemos soñar ahora porque debemos mantenernos despiertos, pero que no permitiremos que nos vuelvan a robar. La gente en la calle, tiene las cosas claras, aunque no lo crean, se escucha fuerte “Chile despertó”, “que se vayan los milicos”, “nueva constitución”, “asamblea constituyente”, “fuera Piñera”, y más. Es el sentir popular que nadie nos representa, o al menos no totalmente, porque suena muy fácil ahora subirse a este barco, cuando la realidad nos muestra que si no hubiera existido un estallido social sus dietas parlamentarias no se hubieran movido, los impuestos seguirían siendo los mismos, los profesores seguirían sin soluciones, los estudiantes seguirían siendo repelidos por fuerzas especiales dentro de sus liceos, las pensiones seguirían violentando a los más frágiles, la salud aun no sería una prioridad país, las afp seguirían siendo convenientes, y tendríamos, al menos, treinta pesos menos cada día en los bolsillos.

Después de todo, y finalmente los “fantasmas” no estaban bajo la cama, ni en las puertas entreabiertas, ni en el closet, ni en el informe Valech, ni en el Rettig, ni son detenidos desaparecidos, han estado todo este tiempo a la vista, en el congreso, legislando para sus propios intereses, pero el pueblo encendió la luz y ya no tiene miedo.

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