Pero el 13 de noviembre de 2021 se rompieron dos récords Guinness en el país: el de la Orquesta más grande del mundo y el del pueblo más inocente del mundo. Y no es que no sea bonito y espectacular y que no se me erice la piel al ver a tantos talentosos músicos venezolanos juntos interpretando las más sublimes melodías al son de una gigantesca y bien acoplada orquesta. No se trata de eso en lo absoluto. En otro contexto país hubiera sido lo más hermoso y el corazón se me hincharía de orgullo patrio. Y no es que ese bravo pueblo de nuestro himno nacional no exista ya, simplemente está en shock, está como el boxeador vapuleado por la andanada de golpes sufridos y que sólo busca una bocanada de aire y mantenerse en pie. Es innegable el trabajo impecable y maquiavélico del gobierno con los venezolanos, nos arrincona con el hambre, nos cansa con sus múltiples obstáculos para enfrentar el día a día: la hiperinflación, la precariedad de la salud y la educación, las colas para la gasolina, utilizar esa nueva máquina generadora de angustias y estrés como lo es el Metro de Caracas, la destrucción sistemática y progresiva del ambiente, de los bienes públicos, de las universidades, de la moral y paz mental de quienes habitamos este hermoso país. Nos han convertido en zombies que deambulamos sin rumbo fijo, sin metas y sin sueños en muchos casos, ávidos de buenas noticias y esperanzados con un cambio que llevamos atesorado en un rincón oculto de nuestro corazón.
Sin embargo, en una nación sacudida por tantas crisis, con los hospitales a reventar y sin insumos médicos para atender, médicos mal pagados que con «sus uñas» tratan de salvar a los pacientes, familias enlutadas por la pandemia que aún hoy está haciendo estragos, el país que se vanagloria de tener la orquesta más grande del mundo
El régimen hizo alarde de una logística y promoción multimillonaria no con el propósito de impulsar al Sistema de Orquestas a la cúspide del éxito porque en realidad no lo necesitaba, sino con la firme y calculada intención de mostrar al mundo una cara de normalidad y desarrollo que bien sabemos no existe. Con el espectáculo brindado (no podemos negar que fue hermoso y apoteósico) el gobierno de Maduro (con su hijo como emblema irrefutable) se vistió de gala ante la comunidad internacional, incluso muchos de quienes lo adversan deben haber quedado impactados y hasta con dudas sobre lo mal que está Venezuela y sobre las atrocidades que se dicen del presidente ilegítimo.
No hay dinero para pagarle un sueldo digno a los músicos del país, ni a los médicos ni a los maestros, no hay dinero para dotar los hospitales y escuelas, no hay dinero para recuperar los espacios públicos, no hay dinero para invertir en turismo, no hay plata para impulsar el aparato productivo del país, pero si para lograr la logística de movilizar a más de 12.000 músicos. Todo esto en un país que carece de combustible, pero si tiene para el traslado desde todo el territorio nacional de esta cantidad ingente de grandes talentos que, seguro estoy, dieron lo mejor de sí por poner en alto el nombre de nuestro país y cuyos corazones palpitaron sin bandera política alguna por el hecho de amar la tierra donde nacieron, tal como lo hacen los integrantes de la Vinotinto, Yulimar Rojas y Edgar Ramírez por nombrar sólo algunos que llevan sembrado en sus genes la semilla de nuestra patria querida.
Pero el récord que debemos perseguir como líderes reales y con credibilidad es advertir, informar y orientar para alertar y despertar al bravo pueblo que, urgido de cosas positivas, aplaudió tal evento sin condiciones ni análisis. Que no hemos debido enviar a nuestros hijos a exponerse. Aislando de nuestra conciencia cualquier relación con la realidad que vivimos. No es el récord Guinness sino el trabajo constante y de recuperación del espíritu crítico de la sociedad venezolana el que debemos perseguir los que todavía no hemos sido víctimas de la anestesia colectiva que viene aplicando la dictadura moderna de Nicolás Maduro. Sí criticamos con toda fuerza las acciones políticas del gobierno y enviamos a nuestros hijos a ser la cara hermosa de un ficticio país, estamos haciendo un flaco favor a la lucha por el cambio político y social que el país viene reclamando hace tiempo y que no se ha logrado por incongruencias como estas.
Me disculpo por no compartir el orgullo y la felicidad que debería embargarme como venezolano, pero más que alegrarme como hijo de la patria de Bolívar por romper el récord Guinness, veo con dolor las imágenes tétricas del Fuerte Tiuna (la casa de los Reyes militares de nuestro país) como la más infame propaganda política que jamás se haya visto en nuestro territorio. Todo esto coronado con la imagen del príncipe Nicolasito tocando la flauta (o haciendo el aguaje) y donde el director de la transmisión también luchaba por el récord Guinness del jalabola del año.