En Chile estamos viendo y viviendo horas muy complejas. Una situación se desarrolla sobre dos rieles: el político y social muy concreto y una fuerte oleada de especulaciones que gravita en torno del primer riel. Intentaré analizar la primera, basándome en sus causas y efectos. En la segunda debo citar al gran Virgilio, parafraseado a su vez por el viejo de Tréveris: «Segui il tuo corso, e lascia dir le genti!» («Sigue tu camino y deja hablar a la gente»).
El reciente aumento en la tarifa del metro de Santiago causó un descontento inmediato, en principio en el sector estudiantil de educación media de la capital chilena, generando una jornada de protesta pacífica a la que denominaron «Evasión». Consistía en apersonarse en las diferentes estaciones del Metro y evitar el pago del servicio saltando torniquetes, y haciendo que el ciudadano común tampoco lo hiciera.
Estas protestas masivas de los jóvenes y casi niños, comenzó a crecer y a tener respaldo por parte de los usuarios, que al fin y al cabo son la clase trabajadora. Con esto quiero dejar claro que no tengo otra herramienta de comprensión de la realidad que no sea la de la lucha de clases expresada en un asunto tan aparentemente banal. Basta con saber que alguien no posee los medios de producción en el actual régimen económico hegemónico, para darnos cuenta a qué clase pertenece, incluso sin conciencia de tal. Quienes usan metro o cualquier otro sistema de transporte público son en inmensa mayoría de la clase desposeída y fundamentalmente de la obrera, al margen del fetiche que el capital ha inoculado en los obreros tecnificados, llamándolos «clase media».
En los días que siguieron a esa jornada de protesta producto de muchos elementos, tanto la presencia de brigadas antimotín de carabineros, la posición provocadora del Ministro de Economía, la postura inflexible por parte de un jefe de Estado que responde al establishment del país y la siempre presencia de elementos del lumpen en la jornadas populares, las manifestaciones terminaron por convertirse en violentas las protestas de los adolescentes contra el sistema.
Creo que no nos corresponde a nosotros arremeter, como se hace desde la oficialidad burguesa, contra lo que desde el poder han bautizado como «vándalos» o «hechos de vandalismo». No es una defensa a priori en lo absoluto del vandalismo, pero ese discurso se lo dejamos a quienes buscan empañar las verdaderas razones del pueblo en la calle, y la respuesta irracional que tiene en un primer momento.
Aunque es necesario advertir que, aprovechando las condiciones sociales y las exigencias populares, pudiesen también sectores oficiales y la extrema derecha cabalgar sobre esta ola de manifestaciones, sembrando actos violentos contra la propiedad personal, contra instalaciones públicas vitales para la sociedad, sumado a la permisividad que se ha observado en muchos casos por parte de Carabineros.
No sabemos si para justificar posteriormente una brutal represión e imponer cómodamente la agenda económica, para tener adeptos dentro de las capas medias de la sociedad que se repulsa de estas acciones, para que se desvirtúe la lucha justa de la juventud, o todas las anteriores. Queda este aspecto en el tintero pero la sospecha vuela con los hechos que hemos observado de manera directa.
¿ESTÁ MADURO INVOLUCRADO EN LA SITUACIÓN CHILENA?
No. Desde la objetividad, no. Esta es una de las especulaciones ramplonas que comienza a rodar en redes sociales y en la mayoría de venezolanos en el exilio. Aseverar esto es aceptar entonces que si el dictador venezolano tiene la capacidad de movilizar masivamente personas en Chile y recientemente Ecuador, entonces estamos en presencia de un líder no solo nacional, sino continental con un a especie de superpoder. Conclusión lógica sería que es imposible derrotarlo en Venezuela.
Ninguna de las anteriores. Estamos en Venezuela frente a un dictador que carece de legitimidad popular y que su único recurso de supervivencia es la fuerza, la manipulación y el cinismo, y la institucionalidad tomada por asalto. Mucho menos legitimado por el continente, no solo desde las esferas diplomáticas sino también desde los pueblos, que aunque aspiran a cambios en sus respectivos países, tampoco quieren transitar por el modelo hambreador, desmantelador y de saqueo venezolano. Esto está claro en la inmensa mayoría del pueblo chileno.
CHILE, EL CLÁSICO MODELO NEOLIBERAL QUE COLAPSA
Por el contrario en Chile, estamos en presencia de una sociedad que vivió -si no la más cruenta- una de las dictaduras militares más cruentas del continente. Que respondía al capital mundial. Que se mantuvo casi hasta fines del siglo XX. Es decir, estamos en presencia de una novel democracia (desde la definición clásica de la república burguesa).
Luego del frustrado primer intento de cambio político revolucionario mediante los caminos electorales, liderado por Salvador Allende, el gran capital estadounidense y anglosajón junto a la oligarquía chilena, usando la Fuerza Armada como su brazo coercitivo, lograron hacerse del poder en 1973 mediante un vil golpe de Estado. A partir de allí el proceso de privatización de las distintas áreas estratégicas del país; salud, educación, recursos naturales y energéticos, pasó a ser la agenda principal de la dictadura, que a su vez se hizo una Carta Magna a su medida que se mantiene vigente hasta nuestros días.
Llegada la democracia tradicional, solo fue un cambio de mandatarios. El Estado pinochetista quedó incólume. Ni hablar de sus fuerzas represivas.
Ahora, durante los últimos años de democracia han sido mínimas las conquistas de los trabajadores chilenos. Las pequeñas reformas que han logrado han sido producto de sus luchas y no por la legítima reivindicación que debió darse por parte de los Gobiernos de la llamada «concertación». Es decir, el régimen neoliberal impuesto por el «general» a sangre y fuego en el país austral, es el más vigoroso de la región actualmente. Esas demandas que siempre estuvieron allí, que se pensó que con la llegada de Allende al poder serían satisfechas, quedaron postergadas después del golpe. Aún siguen postergadas pero vigentes con cada vez mayor fuerza.
¿POR SUBIR EL PASAJE SE PUEDE REBELAR UN PAÍS?
Las protestas contra del alza de las tarifas del metro no son más que la punta del iceberg, en el que subyacen años de frustración, enojo, llantos e intereses de la clase dominante impuestos y sostenidos tras la dictadura. Aunque el presidente Sebastián Piñera derogó el decreto, los manifestantes siguen en la calle. ¿Por qué? Porque es la oportunidad para denunciar la descarada estafa que representa el modelo de las AFP (seguridad social y jubilación privatizada), la salud privatizada, el régimen represivo estatal contra líderes populares e indígenas como el caso de Camilo Catrillanca, líder Mapuche asesinado por el escuadrón jungla de Carabineros, el desalojo de tierras productivas indígenas, entre otros reclamos históricos que comienzan a aparecer en las declaraciones de algunos voceros.
«Estamos en guerra». Así se expresó el mandatario chileno para justificar la firma del toque de queda, ordenando la presencia de las FACh en las calles, con armas de guerra para «controlar la situación». Esta respuesta en nada contribuyó a calmar las cosas. Al contrario, nos demuestra que la burguesía siempre será la primera en presentar sus bayonetas cuando considere que sus intereses están en juego. Más aún, cuando el capital enfrenta una crisis global resumida en la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia, en donde esa tasa del llamado «beneficio» ha bajado en el caso Chile en los últimos años. Es difícil que estén dispuestos a perder.
No existe en este movimiento, por ahora espontáneo, una idea clara de política ni objetivos estratégicos. El componente social no es hegemónicamente aún el trabajador, el obrero, la clase proletaria, sino más bien una expresión inmadura de un sector de la pequeña burguesía venida a menos producto de la tendencia general de caída de la tasa de ganancia, que siente la crisis de manera más dura en las ciudades y pueblos de Chile. Sin embargo, ese descontento generalizado, acumulado de tantos años, no deja de ser el vector que transversaliza toda la lucha social chilena en este momento.
Sin embargo, esta hora ya no son solo los jóvenes, hijos de trabajadores, de sectores populares quienes están en la calle. Se les han sumado vecinos. Tímidamente algunos movimientos sociales y los gremios han manifestado que irán a asamblea para definir posturas, si van a una huelga o acciones de luchas diversas. No estaban alertados de un estallido, quizás por la tradición subyacente de haberse acostumbrado a llevar latente el malestar, sin elementos que indicaran que podía convertirse en una fuerza como la actual, expresada en las luchas de calle.
En cuanto elementos del lumpen proletariado, desclasados que siempre brota del ejército de reserva dispuesto al desmán producto del hambre, los desclasados sin interés colectivo que siempre aparecen en las luchas populares como la actúan fundamentalmente en las luchas espontáneas, no pueden solapar con sus actos las demandas de fondo del pueblo chileno. Ya el fragor de la lucha irá poniendo a cada quien en el lugar donde le corresponda estar.
¿QUÉ VIENE DESPUÉS?
Aquellos que tenemos el privilegio de tener la dialéctica marxista como herramienta de análisis, estamos lejos de ser adivinos pero sí podemos avizorar tendencias claras. Podemos asegurar que donde haya explotación y desigualdad extrema (y en Chile la hay) siempre estarán las condiciones para las insurrecciones y levantamientos populares.
No obstante, en el caso chileno podemos pasearnos por al menos dos escenarios. 1) Las cosas siguen tal cual se han mantenido hasta ahora, violencia generalizada, represión, daño a instalaciones públicas sin objetivos políticos claros, que por desgaste comienza a extinguirse el incipiente movimiento de masas, resultando victorioso el Estado burgués con sus sentencias de «vándalos, terroristas, comunachos, delincuentes» que puede eventualmente alejar el fantasma en la burguesía chilena de que otro 73 es posible, o mejor dicho, que el «general» no se ha ido; y 2) Continúa el auge de las protestas, comienzan a sumarse otros sectores más orgánicos que ya han asomado disponibilidad para la lucha como los camioneros, pequeños productores, el sindicato de mineros, gremio docente, etc. De ser así, estaríamos hablando una situación mucho más conflictiva de la que vivimos mientras escribimos este texto.
Lo fundamental aquí es cómo pudiera llegar a madurar la lucha, ¿Quién o quiénes serían la vanguardia, que no se ve en este país? ¿Cuáles serían las aspiraciones del movimiento popular? ¿Tendrá alguna propuesta programática? ¿Podrán ir más allá de las reivindicaciones economicistas? Creo que cualquier reforma, por más chica que sea, en esta coyuntura es un punto a favor de la clase obrera chilena de cara a una sociedad que aún tiene en su sangre el gen del miedo y el terror del pasado inmediato, pero también la memoria de las flores cortadas, que aún así, no impidieron la llegada de la primavera.
Excelente artículo. Creo que los inmigrantes en Chile tienen mucho que aportar a la lucha, ya que es su segundo hogar, y desde éstas palabras, que ojalá lleguen a mucha gente, estás aportando un granito de arena importante al movimiento. Que no quede impune el actuar del gobierno frente a su pueblo, ni aquí en Chile ni en cualquier otra parte del mundo, porque el pueblo no merece que lo silencien, menos a balas.