Las guerras imperialistas sobre los pueblos árabes (versión Siria)
02/09/2013
Las pugnas entre las naciones imperialistas por el control de las fuentes energéticas se mantienen más vivas que nunca. La nueva amenaza contra el pueblo sirio no es más que la continuación de la disputa por un nuevo reparto del mundo, por el control de fuentes energéticas como el gas y el petróleo que, se pretende justificar aprovechando levantamientos justos de los pueblos árabes contra modelos autoritarios y despóticos de tradición arabesca, se han impuesto los imperialistas comprando con dinero y armas a casi todas las luchas desarrolladas.
Hoy, hasta el Papa Francisco ha advertido la posibilidad de una conflagración mundial, que algunos consideran ya ha comenzado. Las contradicciones interimperialistas agudizadas por el desespero de abastecerse con nuevas y/o más baratas fuentes de energía y/o fuerza de trabajo para su voraz acumulación y el surgimiento de nuevos bloques imperialistas como el Brics, hacen que las pugnas se agudicen a extremos criminales.
Lo que comenzó en Túnez como un levantamiento popular contra el despotismo, logró amalgamar luchas obreras de alto vuelo que inmediatamente recorrieron varios países. Esta insurgencia fue apodada la “primavera árabe”, pero hasta en este nombre se le dio un carácter adocenado que terminó por ser una vía idónea para que los imperialistas la convirtieran esta rápidamente en vulgares y criminales guerras entre facciones instigadas, financiadas, entrenadas y dirigidas por las disputas territoriales y por materia prima barata entre Europa, China, Rusia, Estados Unidos y sus países periféricos.
La lucha de clases, frívolamente substituida por el maniqueísmo de “favor o en contra” de la invasión, pasa a un plano subalterno. Lo que comenzó en Afganistán e Irak con vulgares nuevos repartos de tierra para los imperialistas en 2001 y 2003 respectivamente, hoy tiene mejor aliento en Egipto y Libia. Así, los talibanes y los Bin Laden de otrora, hoy tienen nuevos actores en los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda (salvando las diferencias casuísticas), y todas las expresiones de grupos religiosos o terroristas que son puntas de lanza de los imperialistas para hacer sucumbir las contradicciones reales de los trabajadores y los pueblos por su emancipación, en luchas fratricidas entre facciones religiosas que son alineadas internacionalmente y de manera abyecta y descarada, entre quienes están con EEUU, Reino Unido o Francia, o con Rusia, China o Alemania, y sus expresiones locales como Arabia Saudita, Irán, Qatar o Turquía, según sea el interés.
La gente común termina lamentablemente dividida en una contradicción absolutamente frívola entre los criminales de diverso signo; entre invasores e invadidos; entre opresores locales (asistidos por algún imperialismo) y opresores “renovados” o “insurgentes” también apoyados por algún imperialismo. Así, en Egipto por ejemplo, los insurgentes contra el totalitarismo de Mubarak se convirtieron en corto tiempo en los nuevos totalitarios bajo el gobierno caído de Mursi y los Hermanos Musulmanes. En última instancia, los resultados directos, descarados y concretos han sido y son el reparto de las riquezas de cada país. No otra cosa. Ninguna libertad ha alcanzado Irak, Afganistán o Libia -por nombrar algunos- luego de las terribles intervenciones militares. Una ola de muerte y descomposición sustantiva de la sociedad ha derivado de aquellos antiguos reinos de nuestros cuentos infantiles. Pero sus riquezas, y principalmente sus trabajadores y mujeres, casi en su totalidad, simplemente han comenzado a ser regentadas y expoliadas por nuevos explotadores; con otro idioma, con otras costumbres, con otra cultura de consumo.
Las formas de la dominación. Ciertamente Siria ha sido dominada en favor de los intereses imperialistas bajo un régimen bárbaro, arcáicamente hereditario y de naturaleza despótica durante más de 40 años. Pero es importante conocer brevemente que Bashar al-Assad, de profesión Médico Oftalmólogo, asume la jefatura de Estado luego que ocurre la muerte de su padre, Hafez al-Assad, quien gobernó Siria durante 30 años bajo un modelo totalitario, y posterior a la muerte accidental de su hermano, quien era heredero de la Presidencia, lo que hace que el Partido Baath (socialismo árabe) proclame a al-Assad candidato único para un proceso electoral en el año 2000, cuando gana por primera vez la Presidencia. Este partido, que gobierna diversos países en la región, responde a una política que parte de la tesis de que «alianzas estratégicas» con un imperialismo para enfrentar o defenderse de otro, en este caso el estadounidense, les permite avanzar en una supuesta ruta hacia el socialismo, confundiendo así el aprovechamiento de las contradicciones interimperialistas con la entrega a determinado imperialismo en contra de otro. Así, lo que antes fue una dependencia del socialimperialismo soviético, vio en una alianza con Rusia su tabla de «salvación» dentro de un esquema «nacionalista» sumamente sui géneri, y bastante parecido al que se pretende mantener en Venezuela con el imperialismo ruso, y chino principalmente.
En este esquema, al-Assad ha gobernado ininterrumpidamente hasta ahora, cruzado por una segunda elección. En los últimos dos años ha enfrentado la rebelión de la oposición suní (versión de los Hermanos Musulmanes en Siria), respaldada por EEUU y Reino Unido desde 2011 a través de Qatar y Arabia Saudita, aunque recientemente había logrado un relativo control sobre el territorio, a pesar del armamento y tecnología facilitada por occidente a la oposición.
Al-Assad había logrado la reelección en 2007 tras un referéndum de continuidad de mandato y como miembro de la minoritaria comunidad alauita y con el apoyo de los chiíes, drusos y cristianos, todos enfrentados históricamente con la oposición suní de ese país, había logrado el dominio de Siria. Sin embargo, había introducido elementos democrático-burgueses como resultado de dos factores. Primero, la presión internacional por reformas democráticas estimuladas por occidente y resultado de las contradicciones sociales presentes en la región, sobre todo contra los modelos despóticos y monárquicos que desembocaron en la llamada primavera árabe. Y segundo, porque al-Assad, quien se formó en Londres, se occidentalizó a tal punto que de no ser por las muertes de su padre y hermano, no habría participado en política, al menos hasta donde apuntaba su ruta de vida. El azar, su formación y su disposición parecieran haber ido en una dirección distinta al de la vieja forma de tiranía monárquica generalizada en el oriente medio. Sin embargo, incluso contrario a las propias fotos que se conocen de al-Assad, en el que se muestra una figura absolutamente occidentalizada y civil, de cierta forma adocenada, la propaganda imperialista afianza por todos los medios su carácter «genocida y criminal».
No tratamos en ninguna forma de reivindicar la figura de al-Assad, quien inevitablemente cumple el papel en el ejercicio de la dominación que le corresponde, en esta ocasión en favor del imperialismo ruso y europeo, sino de colocar las cosas en la más justa dimensión. Al-Assad inevitablemente significó en esta última década un «avance» modernizador y de desarrollo para Siria, entendidas estas categorías en un sentido estrictamente histórico. Las mujeres o los trabajadores en general, por dar un ejemplo, habían logrado avanzar en materia de derechos democrático-burgueses de diverso signo. Y es que en general los grupos religiosos emparentados y/o aliados con el cristianismo en algunos de estos países resultan, frente al dogmatismo y fanatismo islamista y al sistema teocrático establecido en varios países árabes, un avance cultural e histórico, verbigracia el ejemplo con los intentos teocráticos en Egipto que recientemente generaron reacciones incluso en amplios sectores islamistas egipcios, hasta la insurrección popular y el golpe de Estado, por el atraso y despotismo que este sistema de gobierno de “Dios” significan.
Aun así, el papel de al-Assad está condenado por la realidad histórica y económica hacia la que decidió dirigir el Gobierno en Siria. La determinación respecto al papel de Siria en la división internacional del trabajo, y el reparto (o rebatiña) imperialista de las riquezas del planeta en función de frenar la caída de la tasa de la ganancia y el freno al proceso en la acumulación en cada caso, se imponen como signo inquebrantable en las decisiones de gobierno burgueses en países neocolonizados, particularmente países enclaves como Siria.
La guerra de rapiña. Varios analistas colocan de relieve el carácter económico del conflicto en este país árabe. “Siria ha estado en el frente de una guerra de poder entre potencias regionales, y ponerse de un lado u otro en Siria es ser arrastrado a esta guerra entre Irán, Rusia, Arabia Saudita, Kuwait”, dijo AmritaSen, de la consultora Energy Aspects a Reuters hace pocos días.
También Oliver Jakob, de la consultora del sector petrolero Petromatrix, explicó que Siria podría significar un riesgo a los envíos de crudo desde Irak y Azerbaiyán. “La bahía de Iskenderun, en Turquía a unas pocas millas de la frontera con Siria, es una importante ruta de exportación para el crudo de Irak y Azerbaiyán”, afirmó. Se trata de una guerra por el petróleo a todas luces.
Pero hay más. En varios medios de análisis económico, como noticia marginal y de poco relieve, podemos encontrar joyas como la publicada por El Confidencial, en el que se explica que:
Siria está emplazada en un lugar privilegiado, donde se halla “la más importante reserva de gas del planeta”, según asegura a El Confidencial Osama Monahid, del prestigioso Centro Carnegie de Oriente Medio.
“En la cuenca del Mediterráneo oriental (Israel-Líbano-Siria) “se encuentran las mayores reservas de gas, lo que ha provocado la disputa territorial entre los tres países”, insiste el experto, que intuye que “hasta que Estados Unidos y Rusia no lleguen a un acuerdo sobre la gestión de los recursos energéticos de Siria, no habrá solución posible”.
¿Por qué no? La actual guerra en Siria podría estar directamente conectada con la puja por el gas del Mediterráneo oriental. Basta analizar los aliados y enemigos de Bashar al Asad para encontrar esta relación. Turquía, que ha abanderado a la oposición siria, es uno de los principales interesados en que caiga el régimen de Damasco. Lo mismo ocurre con Estados Unidos y, en tercer lugar, Francia, que quiere recuperar su papel hegemónico en Oriente Medio, como ya ha hecho con Libia. ( http://goo.gl/8VHwUz ).
Cualquier excusa vale al imperialismo para obtener esas riquezas. En este caso, aumenta este interés cuando, adicionalmente, Siria representa el espacio territorial de la principal vía de tránsito comercial de Irán, particularmente en gas y petróleo, hacia países europeos que han aumentado su demanda, como Alemania, que pareciera pasar de bajo perfil aún cuando una de las demandas de recursos energéticos más elevada se concentra en su territorio.
Sin embargo, la estrategia internacional va acompañada de la descalificación de todo tipo de pruebas, y todo tipo de informaciones, en consecuencia. Damasco, desde el mismo día de la explosión de las bombas químicas, había acusado a la oposición, y posteriormente lo había hecho con pruebas sumamente contundentes. “Hemos entregado a la ONU todas las pruebas y documentos que muestran que fue la oposición, no el Estado, la que utilizó armas químicas”, dijo a los periodistas la semana pasada el viceministro sirio de Asuntos Exteriores, Faisal Miqdad, luego de conversar con funcionarios de la ONU. Sin embargo, esto no trascendió.
El 1 de septiembre Dale Gavlak, corresponsal de Assosiated Press, agencia norteamericana de noticias, señalaba que:
De sus múltiples entrevistas de estos días pasados con residentes y rebeldes en el barrio de Ghouta y en otras zonas de Damasco, se desprende una conclusión sorprendente y escandalosa: las armas químicas que explotaron hace diez días, matando a centenares de personas -entre ellos muchos niños- estaban en manos de los rebeldes y procedían de Arabia Saudí. Las fuentes utilizadas por Gavlak afirman que se produjo “un accidente” cuando fueron erróneamente manipuladas.
Abu Abdel-Moneim, residente en Ghouta y padre de un rebelde, dijo que su hijo murió junto a otros 12 combatientes en el interior de un túnel, utilizado como almacén de armas recibidas de manos de un yihadista saudí, Abu Ayesha, comandante de un batallón insurgente. El padre describió las armas que custodiaba su hijo: tenían “una estructura de tubo”, y otras eran como “una enorme botella de gas”.
El túnel estalló el día que se produjo el ataque con armas químicas, que la Inteligencia norteamericana achaca al ejército de al–Assad.
“No nos dijeron qué tipo de armas eran, ni cómo usarlas”, se quejó una combatiente a la corresponsal de AP, que la denomina como “K”. “No sabíamos ni nos podíamos imaginar que eran armas químicas”. “Cuando el príncipe Bandar (jefe de la Inteligencia saudí) entrega esas armas debería hacerlo a quienes saben cómo usarlas”.
Un conocido líder rebelde del barrio de Ghoutta, al que se denomina “J”, declaró a Dale Gavlak que “desgraciadamente algunos de nuestros combatientes manipularon erróneamente esas armas, y dieron lugar a las explosiones”.
Hasta que se produjo el dramático incidente del 21 de agosto, tanto las fuerzas de Al Assad como los rebeldes habían sido acusados en el pasado de utilizar armas químicas, pero de modo muy ocasional y de manera muy limitada.
Esta noticia ha sido minimizada al tiempo en que se destacan grandes titulares en los que se señalan “informes secretos” que nadie puede ver, o como el caso francés en el que anuncian “videos que demuestran participación del régimen”, pero en los que no hay forma alguna de confirmar esta afirmación. Aún así, hay quienes no dan crédito a esta información ya que, bajo la premisa inmodificable de que al-Assad es un “criminal y genocida consumado”, la invasión de los EEUU resulta “inevitable y necesaria”.
Esta forma de reflexión se impone en un sector importante de la población occidental luego de que no solo la noticia sobre la responsabilidad opositora es casi excluida de los portales de noticias en el mundo occidental, sino que además, ya se ha establecido que el asunto es “indudablemente” libertario. La invasión busca (como desde Vietnam ha sido) consagrar la “libertad de los pueblos oprimidos”. Se les pasa por alto a unos tantos que los resultados han sido criminales y neocoloniales no libertarios precisamente.
Hoy, Siria espera un bombardeo «quirúrgico» por parte de EEUU. Pero tras el bombardeo se busca reforzar los avances que requieren las fuerzas opositoras para tomar finalmente posesión del territorio y colocarlo en manos de sus nuevos amos. No hay, como en Libia, Irak, Egipto, Túnez, Afganistán, por nombrar algunos, ningún espíritu libertario ni democrático más que, en algunos, de palabras. Sin embargo, las bombas no detienen la lucha de los pueblos por su emancipación.
Las contradicciones profundas e indelebles que se siguen fraguando en los barrios del mundo árabe, entre los trabajadores y contra la explotación y por los derechos de las clases explotadas, siguen empujando a las fuerzas sociales hacia la confrontación revolucionaria. Las contradicciones no son culturales o por formas de gobierno. Más bien son las formas de gobierno y las contradicciones, religiosas o culturales, las que se han tenido que adaptar a las formas de dominación que impone el imperialismo, sea cual sea la nación que lo expresa en determinado momento histórico. Entonces, y es en esta circunstancia, las luchas liberales adquieren un carácter inevitablemente revolucionario. Frente a viejas formas de dominación, incluso que se convierten en frenos para el desarrollo de las fuerzas productivas, las luchas burguesas nacionales, las luchas liberales, terminan siendo luchas revolucionarias cuando se inscriben, inevitablemente, en la reivindicación de la soberanía y el interés popular.
Pero las luchas por establecer nuevas formas de dominación, entonces, son reaccionarias, tanto como las que buscan mantener las viejas formas de dominación, ya que buscan someter a los pueblos a determinados intereses imperialistas contra otros, también imperialistas. Es en estos casos en los que el discurso de Marx sobre el libre cambio termina teniendo una vigencia atronadora, así como, y parafraseada para la ocasión, la de Lenin: todos contra los Estados Unidos sin apoyar a Bashar al-Assad, o lo que es lo mismo, combatir hasta el final todas las guerras imperialistas sin apoyar a ninguno de los contenedores. Con toda seguridad, la convocatoria a la paz también debe suponer la convocatoria a la soberanía, a la no ingerencia y a la autodeterminación de los pueblos. Una guerra de dos años en Siria, atizada y financiada por el imperialismo estadounidense contra el imperialismo ruso, no puede justificar bajo ningún concepto ningún tipo de intervención que no sea que se detenga el financiamiento ruso o norteamericano en favor de cada una de las facciones enfrentadas. Los revolucionarios deben inscribirse siempre en las luchas que levantan programas de carácter popular y de reivindicación de la soberanía nacional, la independencia y la autonomía y autodeterminación; los revolucionarios del mundo deben condenar cualquier guerra imperialista, y más cuando terminan por ser fratricidas. Por tanto, todos contra el imperialismo sin apoyar dictadores.
Jesús Noel Hermoso Fernández
Dirigente nacional de Bandera Roja
Caracas – Venezuela