No a la intervención militar en Siria
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BR denuncia nueva amenaza a la paz mundial
El mundo sigue convulsionado. Los pueblos se resisten a pagar los costos de la crisis y continúan luchando por su dignidad, por la soberanía, por la libertad, por la independencia frente a los designios de las grandes potencias. Quienes luchamos por la democracia, por el socialismo y por la libertad no podemos estar contemplativos frente a lo que sucede en Siria. Debemos comenzar por preguntarnos qué es lo que en verdad está en juego, más allá de las profusas y amplias campañas propagandísticas de variados orígenes.
El guerrerismo norteamericano, la crisis mundial del capitalismo, la pugna por zonas de influencia, por mercados y fuentes de materia prima, la rivalidad interimperialista atizada por la pelea para debilitar al rival, por arrebatarle áreas conquistadas por uno u otro, son expresiones claras del incremento de las pugnas interimperialistas, y es lo que está en el fondo de esta amenaza del gobierno de Estados Unidos contra Siria.
BR condena esta agresión a Siria, que trata de cubrirse como intervención humanitaria y cuyo propósito real es apoderarse de esta región, que hoy es zona en disputa.
La independencia, la soberanía, la autodeterminación de los pueblos y el avance hacia repúblicas con más libertades se han convertido en los principales derroteros que guían las aspiraciones, luchas y combates en el mundo árabe, de lo cual no escapa Siria. Y una vez más se demuestra lo erróneo y contraproducente que es para los pueblos conducir estas justas luchas apoyándose en un imperialismo buscando contrarrestar los efectos de otro similar, pues se terminan haciendo concesiones a ambos.
La pérdida por parte de Estados Unidos de su condición hegemónica mundial ―expresada en haber cedido la primacía a China en la producción de manufacturas a escala planetaria― y la pérdida de competitividad en casi todas las áreas productivas, incluso en la industria bélica, así como el terreno perdido en el comercio mundial, hacen al imperialismo norteamericano una potencia más agresiva, más guerrerista. Esta es la principal determinación en el caso que nos ocupa. Además, EEUU encuentra en las guerras un mecanismo manido para recuperar su alicaída economía. Todo esto demuestra claramente que la teoría de “el Imperio” ―que justifica la alianza con otro imperialismo por parte de una nación débil para buscar protección― resulta una pérdida neta de soberanía frente al nuevo “amigo”, en tanto se convierte en área en disputa. La nueva amenaza contra el pueblo sirio no es más que la agudización de las contradicciones entre las potencias imperialistas que anuncian un nuevo reparto del mundo. Los imperialistas estadounidenses, para justificar esta nueva agresión, aprovechan los levantamientos justos de los pueblos árabes contra tradicionales modelos autoritarios y despóticos, en los que se han impuesto los imperialistas comprando con dinero y armas a algunos sectores dirigentes de esas luchas.
Hasta el papa Francisco ha advertido la posibilidad de una conflagración mundial, que algunos consideran ya ha comenzado. Las contradicciones interimperialistas ―agudizadas por el desespero de abastecerse con nuevas y más baratas fuentes de energía y de trabajo para su voraz acumulación― y el surgimiento de nuevos bloques imperialistas, como el BRICS, hacen que las pugnas se agudicen hasta extremos inconfesables.
Lo que se inició en Túnez como un levantamiento popular contra el despotismo logró amalgamar luchas obreras de alto vuelo que inmediatamente recorrieron varios países. Esta insurgencia ―apodada la “primavera árabe”― terminó por ser una vía idónea para que Europa, China, Rusia, Estados Unidos y sus países periféricos la convirtieran rápidamente en guerras vulgares entre facciones, que instigaron, financiaron, entrenaron y dirigieron. En las luchas de carácter nacional y democrático-burguesas, la intervención extranjera se enclava con la finalidad de bastardear y hacer sucumbir las verdaderas intenciones libertarias que animan a sus pueblos. Además, algunas contradicciones propias de la lucha de clases en estos países son aplazadas para enfrentar la principal tarea de liberación nacional y libertades democráticas. Un proletariado fuerte, consciente y dispuesto a cumplir su rol histórico contra la explotación será la garantía de un proceso ininterrumpido en las transformaciones que estos pueblos requieren. Túnez es una muestra en el trabajo por construir una fuerza de cambio de largo aliento.
Lo que comenzó en Afganistán e Irak con vulgares nuevos repartos de tierra para los imperialistas, en 2001 y 2003 respectivamente, hoy tiene mejor aliento en Egipto y Libia. Así, los talibanes y los Ben Laden de ese entonces tienen nuevos actores en los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda ―salvando las diferencias casuísticas― y todas las expresiones de grupos religiosos o terroristas que son puntas de lanza de los imperialistas para hacer sucumbir las contradicciones reales de los trabajadores y los pueblos por su emancipación, y convertirlas en luchas fratricidas entre facciones de diverso aliento, alineadas internacionalmente y de manera abyecta y descarada, entre quienes están con EEUU, Reino Unido o Francia, o con Rusia, China o Alemania, y sus expresiones locales como Arabia Saudita, Irán, Qatar o Turquía, según sea el interés.
Lamentablemente la gente humilde termina dividida en una contradicción bastarda entre criminales de diverso signo; entre opresores locales ―asistidos por algún imperialismo― y opresores “renovados” o “insurgentes” también apoyados por otro imperialismo. En Egipto, por ejemplo, los insurgentes contra el totalitarismo de Mubarak se convirtieron en corto tiempo en los nuevos totalitarios bajo el gobierno caído de Mursi y los Hermanos Musulmanes. En última instancia, el resultado directo, concreto e indudable es la garantía del alineamiento del país en cuestión en torno de un bloque imperialista u otro, siendo en el caso que nos ocupa, en torno del estadunidense. No otra cosa. Ninguna libertad han alcanzado Irak, Afganistán o Libia ―por nombrar algunos― luego de las terribles intervenciones militares.
El papel de Bashar al-Assad se corresponde con esta circunstancia. Está condenado por la realidad histórica y económica, muy a pesar de lo cual ha pretendido dirigir el gobierno en Siria, a la continuidad despótica de su “linaje familiar”. A su vez, la determinación respecto del papel de Siria en la división internacional del trabajo y en el reparto ―o rebatiña― imperialista de las riquezas del planeta, resumen la orientación que busca darle el imperialismo al curso de los acontecimientos en su seno.
Lo que sucede en Siria no es más que una guerra de rapiña. El carácter económico del conflicto en este país árabe salta de bulto en cualquier análisis. Se trata de una guerra por el control de la producción, el comercio y en general del negocio petrolero. Siria podría significar un riesgo a los envíos de crudo desde Irak y Azerbaiyán pues está emplazada en un lugar privilegiado, donde se encuentra la más importante reserva de gas del planeta, en el Mediterráneo oriental. Para el imperialismo cualquier excusa es válida para hacerse del control de esas riquezas. Aumenta el interés cuando, adicionalmente, Siria representa la principal vía de tránsito comercial de Irán, particularmente en gas y petróleo, hacia países europeos que han aumentado su demanda, como Alemania, que pareciera pasar de bajo perfil aun cuando tiene una de las más elevadas demandas de recursos energéticos.
Sin embargo, la estrategia estadounidense y de sus aliados va acompañada de la descalificación de todo tipo de pruebas, y en consecuencia de todo tipo de informaciones. El gobierno de Damasco, desde el mismo día de la explosión de las bombas químicas, acusó a sectores de la oposición y posteriormente presentó pruebas contundentes sobre la procedencia de esas armas (Arabia Saudita), que eran manipuladas por los rebeldes. Sin embargo, esto no trascendió, pues se estaba montando la gran mentira de las armas químicas para dar argumento a los planes intervencionistas. Aunque entendemos lo difícil que es en estas condiciones establecer con claridad la responsabilidad del uso de las armas químicas, cada día surgen más evidencias que refuerzan la tesis de Damasco; sin embargo, las noticias que van en esta dirección son minimizadas al tiempo que grandes titulares señalan “informes secretos” que nadie puede ver o “videos que demuestran participación del régimen”, como el caso francés, pero sin abrir posibilidades de confirmar esas informaciones. Aun con tal nivel de confusión y con pocas posibilidades de encontrar de manera precisa y en corto plazo la verdad, los imperialistas aliados de EEUU hacen ver la invasión como “inevitable y necesaria”.
Esta forma de reflexión se impone en gran parte de la población occidental, pues al ocultamiento en los portales de noticias de la información sobre la responsabilidad opositora se añade el carácter “indudablemente” libertario de la acción militar intervencionista.
La invasión busca ―como desde Vietnam ha sido― consagrar la “libertad de los pueblos oprimidos y abrir cauces to the democracy”. Se les pasa por alto a unos cuantos que los resultados han sido criminales y neocoloniales, para nada libertarios.
Aunque hayan abierto posibilidades de negociar un acuerdo, hoy Siria está bajo amenaza de un bombardeo “quirúrgico” por parte de EEUU. Con ello se busca reforzar los avances que requieren las fuerzas opositoras para tomar finalmente posesión del territorio y colocarlo en manos de sus nuevos amos. No hay ―como en Libia, Irak, Egipto, Túnez, Afganistán, por nombrar algunos― ningún espíritu libertario ni democrático más que de palabra, y solo en algunos. Sin embargo, las bombas no detienen la lucha de los pueblos por su emancipación.
Las contradicciones profundas e indelebles que se siguen fraguando en los barrios y comunidades populares del mundo árabe ―entre los trabajadores, contra la explotación y por los derechos de las clases explotadas― siguen empujando a las fuerzas sociales hacia la confrontación revolucionaria. Las formas de gobierno y las contradicciones religiosas o culturales han sido “adaptadas” a las formas de dominación que impone el imperialismo, sea cual sea la nación que lo exprese en determinado momento histórico.
En estas circunstancias, las luchas democrático-burguesas o similares adquieren un carácter inevitablemente revolucionario, frente a viejas formas de dominación ―que incluso son un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas.
Pero las luchas por establecer nuevas formas de dominación, entonces, son tan reaccionarias como las que tratan de mantener las viejas formas, pues buscan someter a los pueblos a determinados intereses imperialistas contra otros, también imperialistas, según rezan algunas “reflexiones” de algunos “socialistas”, como los oficialistas en Venezuel. Es en estos casos en los que el discurso de Marx sobre el libre cambio termina teniendo una vigencia atronadora, así como, y parafraseada para la ocasión, la de Lenin: Todos contra Estados Unidos sin apoyar a Bashar al-Assad, o lo que es lo mismo: Combatir hasta el final todas las guerras imperialistas sin apoyar a ninguno de los contendores. Con toda seguridad, la convocatoria a la paz también debe suponer la convocatoria a la soberanía, a la no injerencia y a la autodeterminación de los pueblos. Una guerra de dos años en Siria, atizada y financiada por el imperialismo estadounidense no puede justificar bajo ningún concepto intervención alguna.
Los revolucionarios deben inscribirse siempre en las luchas que levantan programas de carácter popular y de reivindicación de la soberanía nacional, la independencia y la autonomía y autodeterminación; los revolucionarios del mundo deben condenar cualquier guerra imperialista, y más cuando terminan por ser fratricidas. Por tanto, todos contra el imperialismo sin apoyar dictadores ni despotismo alguno.
BR
Gabriel Puerta Aponte
Secretario General
Caracas, 11 de septiembre de 2013