En tiempos de crisis,
los pueblos casi siempre se las ingenian para buscar caminos que conduzcan al
progreso. En ocasiones pueden producirse regresiones, generalmente
fundamentadas en visiones irracionales que logran llenar las expectativas de
una población en situación de incertidumbre. A escala internacional, el
fascismo se convirtió en amenaza mundial, pues vino a encender las pasiones
luego de la debacle del capitalismo a finales de los años 20.
Racismo,
discriminación, exclusión, sectarismo, veleidades ultranacionalistas y afanes
hegemonicistas fueron convertidos en valores
—en muchos casos respaldados por leyes nacionales— en gran parte de Europa y
Asia, y condujeron a la segunda gran guerra, con la consiguiente muerte de
millones de personas y la destrucción inmisericorde de poblaciones enteras. La
irracionalidad convertida en política había frenado la posibilidad de que los
cambios posteriores a la crisis general del capital fueran dirigidos en un
sentido progresista. Sin embargo, la amenaza fue detenida y derrotada.
Venezuela cerraba el
siglo XX con una pérdida de credibilidad en la democracia representativa
instaurada luego del derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez, y con un
deterioro creciente de las condiciones de vida de las mayorías, destacándose la
pérdida de significación del salario, la inexistencia de un sistema de
seguridad social confiable, la merma de la producción nacional y el deterioro
creciente de los servicios públicos.
En esta circunstancia,
las “fuerzas vivas” —¡no dudéis nunca de su viveza!— buscaban construir una
alternativa política que ofreciera cambios pero que en verdad nada cambiara,
que no tocara el statu quo. Zafándose
de las insípidas, incómodas y cansinas opciones bipartidistas, probaron con
Irene Sáenz, pero pese a su gran belleza no cuajó; al catire Salas Römer le
faltaba colorcito populachero y ni siquiera mencionemos a Alfaro Ucero. Así que
—con un discurso antipartido— probaron suerte con un militar exgolpista de
verbo encendido y enormes agallas, tantas que si se queda un ratico más hubiera
superado a Bolívar en retratos, idiosincrasia y religiosidad popular, ya que en
los nuevos libros de historia está a la par.

La oligarquía se la
jugaba con el teniente coronel, para seguir la juerga. Pero el muchacho salió
respondón, no contra sus intereses —las ganancias de banqueros y grandes
capitales nunca fueron tan gigantescas como en estos tres últimos lustros— sino contra el entramado político convertido en negocio. Un
verdadero encantador de serpientes con gran carisma sembró en la gente una
esperanza, rayana en la irracionalidad. “Con hambre y sin empleo con Chávez me
resteo” dibuja muy bien el sentimiento sembrado en gran parte de la población.
Si a esto se le une el falso discurso de “socialismo” y la supuesta instalación
del “poder popular”, la estafa cobra dimensiones que hacen soñar a las mafias
del gobierno con durar perennemente en el poder. Y, pa más ñapa, con más de una
década con enormes ingresos por renta petrolera y exacciones fiscales, dilapidados
en forma estruendosa en ineficacia, destrucción de fuerzas productivas y
extendida corrupción, y con las pretensiones de depravar o controlar a
importantes sectores del liderazgo social y partidista —como PPT, Podemos y
ahora la “quinta columna” de Véliz-Guanique.
Hoy, esa esperanza se
ha desvanecido en una profunda crisis social, económica y política, y las
mafias gobierneras pretenden contenerla a punta de represión, restricción de
las libertades públicas, y control de las protestas y las luchas. Pero, así
como la vida se abre caminos insospechados, el pueblo venezolano se ha decidido
a hacer política de una manera
nueva. La unidad ya no estará más restringida a quienes estamos organizados en
partidos, ni a que sean los partidos los que señalen las rutas y las tácticas,
aunque como militantes sintamos que debemos seguir ofreciendo nuestros análisis
y nuestra perseverancia política para esclarecer. La política no será más un
espectáculo y un show. La conquista de las reivindicaciones sociales y
económicas ya no estará separada de la búsqueda del cambio político. Deslastrar
la política del negociado, de la trampa y de la insinceridad se convierte en
una necesidad insoslayable para una superación progresista del actual régimen
despótico, militarista y represivo. El Congreso Ciudadano por la Reconstrucción
Nacional nos abre esa oportunidad.
Que en cada barrio,
urbanización, universidad, caserío, fábrica se abran los espacios para conjugar
nuestras luchas diarias, para elevar nuestra solidaridad y para ir construyendo
un programa de salvación de la patria. Nadie podrá detener el cambio.
Pedro
Arturo Moreno
Dirigente nacional de BR
Sindicalista
revolucionario

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