Carta a  Arnold Ruge
C. Marx
Carta a
ARNOLD
RUGE
Esta es
la tercera de la serie de cartas que Marx [25 años] escribió a su amigo, Arnold
Ruge, en 1843 – como así también es la última carta de las ocho que
intercambiaron. Marx y Ruge incluirían toda la serie en la primera y única
edición de su empresa conjunta, la Deutsch-Franzosische Jahrbucher (ANALES
FRANCO ALEMANES), febrero de 1844.
 
Esta
carta de Marx es en respuesta a la carta anterior de Ruge, en la que este
último se proclamó a sí mismo ateo y un vigoroso defensor de los «nuevos
filósofos».
 
 
De Marx
para Ruge
Kreuznach,
septiembre de 1843
Me alegra
que se haya decidido y que, habiendo dejado de mirar el pasado, esté dirigiendo
sus pensamientos hacia un nuevo proyecto. Y por ende, hacia Paris, hacia la
vieja universidad de filosofía – ¡Absit omen![1] (que no
sea un mal augurio) – y la nueva capital del nuevo mundo. Lo necesario está
aconteciendo. No tengo dudas, por lo tanto, de que será posible superar
cualquier obstáculo, cuya importancia reconozco. 
En
cualquier caso, sea posible o no la concreción del proyecto, estaré en París a
fin de mes, ya que la atmósfera aquí lo convierte a uno en siervo, y en
Alemania no veo ninguna posibilidad para la actividad libre.
En
Alemania, todo es suprimido por la fuerza; una verdadera anarquía de la mente,
el reino de la estupidez misma, prevalece allí, y Zúrich obedece órdenes de
Berlín. Por esto, se vuelve cada vez más obvia la necesidad de buscar un nuevo
punto de concentración para el pensamiento genuino y las mentes independientes.
Estoy convencido de que nuestro plan responde a una necesidad real, y después
de todo, las necesidades reales deben poder satisfacerse en la realidad. Por
esto, no tengo dudas acerca de esta iniciativa, siempre y cuando se la lleva
acabo seriamente
Las
dificultades internas parecen ser mayores que los obstáculos externos. Si bien
no caben dudas en cuanto a “de dónde”, gran confusión prevalece en la cuestión
“hacia dónde”. No sólo se ha instalado un estado de anarquía general entre los
reformistas, sino que todos deberán admitir que no tienen idea exacta de lo que
ocurrirá en el futuro. Por otro lado, es precisamente una ventaja de la nueva
tendencia la de no anticipar dogmáticamente el mundo, sino que sólo queremos
encontrar el nuevo mundo a través de la crítica del viejo. Hasta el momento,
los filósofos han tenido la solución de todos los enigmas guardada en sus
escritorios, y al estúpido mundo exotérico sólo le bastaba abrir su boca para
que cayeran en ella las palomas asadas del conocimiento absoluto[2] . Hoy
la filosofía se ha secularizado, y la prueba más contundente es que la misma
conciencia filosófica ha sido arrastrada al tormento de la lucha, no sólo
externa sino también internamente. Pero, si construir el futuro y asentar todo
definitivamente no es nuestro asunto, es más claro aún lo que, al presente,
debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica despiadada de todo lo existente,
despiadada tanto en el sentido de no temer las consecuencias de la misma y de
no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder.
Por lo
tanto, no estoy a favor de levantar ninguna pancarta dogmática. Por el
contrario, debemos ayudar a los dogmáticos a ver claro sus propias
proposiciones. Así, el comunismo, particularmente, es una abstracción
dogmática. Sin embargo, no estoy pensando en un comunismo imaginario y posible,
sino un comunismo que de hecho existe, como aquel que profesan Cabet, Dézamy,
Weitling, etc. Es este comunismo solamente una forma particular del principio
humanista, aún contaminada por su propia antítesis – el sistema privado. De
allí que la abolición de la propiedad privada y el comunismo no son bajo ningún
punto idénticos, y no es accidental sino inevitable, que el comunismo haya
visto otras doctrinas socialistas – como aquellas de Fourier, Proudhon, etc.-
surgir para confrontarlo porque él es en sí mismo sólo una forma especial y
unilateral del principio socialista
Y todo el
principio socialista a su vez es sólo un aspecto, en lo que respecta a la realidad
del verdadero ser humano. Pero debemos prestar igual atención al otro aspecto,
a la existencia teórica del hombre, y por ende, hacer que la religión, la
ciencia, etc. sean el objeto de nuestra crítica. Además, queremos influenciar a
nuestros coetáneos, especialmente a los alemanes. Surge la pregunta: ¿cómo
comenzar? Hay dos cuestiones innegables. En primer lugar la religión, y luego
la política -son los dos temas que más interesan a la Alemania de hoy. Debemos
tomarlos, de cualquier manera que se nos presenten, como nuestro punto de
partida, y no confrontarlos con algún sistema ya terminado como ser el de
Voyage en Icarie. [Etienne Cabet, Voyage en Icarie. Roman philosophique et
social.]
La razón
ha existido siempre, pero no siempre bajo su forma razonable. El crítico puede
por lo tanto comenzar por cualquier forma de conciencia teórica y práctica y
por las formas peculiares de la realidad existente, para desarrollar la
verdadera realidad como su obligación y fin último. En cuanto a la vida real, es
precisamente el estado político –en todas sus formas modernas- el que, aún
cuando no está conscientemente imbuido en las exigencias socialistas, contiene
las exigencias de la razón. Y el estado político no se detiene allí. Por todas
partes supone que la razón ha sido materializada. Pero precisamente por esto es
que cae siempre en la contradicción entre su función ideal y sus prerrequisitos
reales.
Partiendo
de este conflicto del Estado político consigo mismo, es posible desarrollar la
verdad social. Así como la religión es un registro de las luchas teóricas de la
humanidad, el Estado político es un registro de las luchas prácticas de la
humanidad. Por ende, el estado político expresa, dentro de los límites de su
forma sub specie rei publicae (desde el punto de vista político) todas las
luchas, necesidades y verdades sociales. Entonces, tomar como objeto de crítica
una de las cuestiones políticas más específicas – tal como la diferencia entre
el sistema basado en Estado social y el sistema representativo– no está por
debajo de hauteur des principles (el nivel de los principios). De hecho, esta
cuestión sólo expresa, de manera política, la diferencia entre el poder del
hombre y el poder de la propiedad privada. Por esto, el crítico no sólo puede,
sino que debe lidiar con estas cuestiones políticas (que, de acuerdo a los
socialistas extremos, no son dignas de atención). Al analizar la superioridad
del sistema representativo sobre el social-estatal, la crítica, de manera
práctica, gana el interés de un gran grupo. Al elevar el sistema representativo
de su forma política a la forma universal y al acentuar la verdadera
importancia que subyace a este sistema, el crítico obliga al mismo tiempo a
este grupo a ir más allá de sus confines, ya que su victoria es a la vez su
derrota.
Por lo
tanto, nada nos impide convertir en el punto de partida de nuestra crítica, a
la crítica de la política, a la participación en la política, y por ende, a las
luchas reales, e identificar nuestra crítica con ellas. En ese caso, no nos enfrentamos
al mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡Esta es la verdad,
arrodíllense ante ella! Desarrollamos nuevos principios para el mundo a base de
los propios principios del mundo. No le decimos al mundo: termina con tus
luchas, pues son estúpidas; te daremos la verdadera consigna de lucha. Nos
limitamos a mostrarle al mundo por qué está luchando en verdad, y la conciencia
es algo que tendrá que asimilar, aunque no quiera.
La
reforma de la conciencia consiste solamente en hacer que el mundo sea
consciente de su propia consciencia, en despertarlo de la ensoñación que tiene
de sí mismo, de explicarle el significado de sus propias acciones. Nuestro
objetivo general no puede ser otra cosa que –como también lo es para la crítica
de la religión de Feuerbach- darle a los problemas religiosos y filosóficos la
forma que le corresponde al hombre, que se ha vuelto consciente de sí mismo.
Entonces,
nuestro lema deberá ser: la reforma de la conciencia, no por medio de dogmas,
sino a través el análisis de la conciencia mística, ininteligible a sí misma,
ya sea que se manifieste en su forma religiosa o política. Luego será evidente
que el mundo ha estado soñando por mucho tiempo con la posesión de una cosa de
la cual, para poseerla realmente, debe tener consciencia. Será evidente que no
se trata de trazar una línea mental entre el pasado y el presente, sino de
materializar los pensamientos del pasado. Finalmente, será evidente que la
humanidad no está comenzando una nueva tarea, sino que está llevando a cabo de
manera consciente su vieja tarea.
En
resumen, podemos formular la tendencia de la revista: la autoconsciencia
(filosofía crítica) por parte del presente de sus luchas y deseos. Ésta es una
tarea para el mundo y para nosotros. Sólo puede ser la tarea de fuerzas unidas.
Requiere de una confesión y nada más. Para asegurar el perdón de sus pecados,
la humanidad sólo debe declararlos tal y como son.

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