Una de las evidencias más publicitadas acerca del gran fraude que ha significado el chavismo es justamente el surgimiento de Marea Socialista. Para muchos revolucionarios en 1998 el chavismo representaba un engaño premeditado de salvación de un régimen de producción para entonces descompuesto, y la posibilidad de superación de una situación revolucionaria. Hoy, aquella preclaridad es “descubierta” nuevamente y puesta de manifiesto como tal por una escisión del propio partido de Gobierno.

Recientemente el dirigente recién expulsado del Psuv, Heiber Barreto, en una entrevista vía Skype alentaba a la población chavista a través de Promar Televisión: «Quien sea socialista y no esté de acuerdo con la corrupción y el autoritarismo, venga con Marea Socialista». Evoca, quizás con intención, aquella frase de «quienes quieran patria, vengan conmigo». Casi el mismo mensaje con el que el finado Hugo Chávez aglutinó una fuerza revivida de antiguos revolucionarios en retirada en torno de su candidatura presidencial en 1997.

Lo que llaman la «izquierda latinoamericana» en aquella fecha vio con angelical esperanza el advenimiento del chavismo como posibilidad de redención revolucionaria. Había llegado la hora de construir el socialismo según aquellos esperanzados -como si la revolución socialista fuese un asunto de esperanzas o de redentores-.

La única alerta que hubo entre las fuerzas de lo que llaman izquierda en Venezuela, fue la realizada por Bandera Roja, que calificaba en julio de 1997 como un engaño el proyecto de Hugo Chávez. Sin embargo, la embriaguez de la forma pudo más que la racionalidad revolucionaria en la inmensa mayoría de los socialistas venezolanos.

Durante el tiempo transcurrido -al menos 15 años de ejercicio del poder- ni una sola medida socialista se ha visto por estos lares. Por el contrario, la propia Constitución de 1999 establece el afianzamiento de la naturaleza del capitalismo rentista y semicolonial que se desarrolló en Venezuela a lo largo del siglo pasado. Ni una sola ley que proteja o propenda el desarrollo autónomo de nuestras fuerzas productivas, sino por el contrario, las iguala al capital trasnacional en su artículo 301 bajo un lenguaje engañoso. Es necesario entonces que señalemos algunos principios elementales del socialismo.

El gran engaño igualitario

Uno de los principales puntos de apoyo del chavismo en su engaño fue presentar el igualitarismo como socialismo. Esto se convirtió en discurso, propaganda y estética; arrastró a toda la sociedad en ese sueño ilusorio, propio de un revisionismo devenido en populismo latinoamericano. En este proyecto no faltaron muchos liberales que «denunciaban» como «comunismo» este mensaje de igualación. Sin embargo, para Lenin «la primera fase del comunismo (el socialismo) no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad (…), no será posible ya la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.». Para el dirigente de la primera revolución socialista del planeta, “Marx muestra el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir solamente aquella ‘injusticia’ que consiste en que los medios de producción sean usurpados por individuos aislados, (aunque) no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo ‘según el trabajo’ (y no según las necesidades)».

En el socialismo, siguiendo lo planteado por Lenin en El Estado y la Revolución, aun cuando no es el reino de la abundancia, sino su tránsito hacia él, rige un principio que aunque se origina en la sociedad burguesa, es elemental: «El que no trabaja, no come, (…) ‘a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos’, (…). Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el ‘derecho burgués’, que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo».

Sin desarrollo no hay socialismo

Bajo estos dos principios, el obligatorio desarrollo de las fuerzas productivas y del trabajo de manera particular; la construcción de una base material que brinde tal cantidad de productos que permita, al menos, una justa distribución, lucen como la primera tarea de cualquier revolución socialista. Contrario al principio capitalista de división internacional del trabajo, que especializa a algunos países en determinadas áreas, el socialismo debe propender a una diversificación y multiplicación de sus fuerzas productivas; crear abundante riqueza para poder distribuirla.

Basta colocar sólo un párrafo de Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico: “La fuerza expansiva de los medios de producción rompe las ligaduras con que los sujeta el modo capitalista de producción. Esta liberación (de la propiedad privada) de los medios de producción  es lo único que puede permitir el desarrollo ininterrumpido y cada vez más rápido de las fuerzas productivas, y con ello, el crecimiento prácticamente ilimitado de la producción. Mas no es esto solo. La apropiación social de los medios de producción no sólo arrolla los obstáculos artificiales que hoy se le oponen a la producción, sino que acaba también con el derroche y la asolación de fuerzas productivas y de productos, que es una de las consecuencias inevitables de la producción actual y que alcanza su punto de apogeo en las crisis. Además, al acabar con el necio derroche de lujo de las clases dominantes y de sus representantes políticos, pone en circulación para la colectividad toda una masa de medios de producción y de productos. Por vez primera, se da ahora, y se da de un modo efectivo, la posibilidad de asegurar a todos los miembros de la sociedad, por medio de un sistema de producción social, una existencia que, además de satisfacer plenamente y cada día con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantiza el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales”.

A la luz de esté párrafo, no quedaría duda de que el camino tomado desde el principio por la falsificación chavista de una revolución, no fue ni por asomo un intento socialista. Pudiese plantear algún ilusionado soñador oficialista que el camino planteaba primero el desarrollo de un “modelo democrático de participación e inclusión social” para luego empujar, bajo una sociedad “más libre”, el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta necedad es pueril responderla si se es consecuentemente marxista. Diría Marx en el Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. No puede haber cambio de conciencia en una sociedad que mantiene y afianza este singular capitalismo venezolano mientras impulsa un modelo de destrucción de sus propias fuerzas productivas que determina aún más su carácter dependiente.

¿Retomar el camino?

Este engaño, que adquirió carácter continental y que ahora pareciera tener una realización como fenómeno europeo con el surgimiento del partido Podemos en España, ha pervertido de tal forma el lenguaje de los revolucionarios que ha logrado incluso secuestrar los iconos y formas revolucionarias, para transfigurarlas y putearlas hasta despojarlas de todo sentido. Hoy un comunista es cualquier cosa con franela del Che, con buen precio y marca comercial. Y furibundos, algunos liberales de tendencia generalmente mediocre, acompañan el Fuente Ovejuna anticomunista con berreos desesperados, acusando a cualquiera de hereje comunista.

A estas alturas hay que preguntarse: ¿Barreto, Nicmer Evans y demás dirigentes realmente están dispuestos a avanzar en la construcción de una fuerza socialista y revolucionaria en Venezuela? Si es así, esto no supone un asunto de formas y modos de hacer, cosa que se debate regularmente entre los revolucionarios. En este caso supone una reflexión real (y seguramente autocrítica) sobre el socialismo, sobre la vía de la revolución, sobre el papel de la vanguardia y sobre los objetivos estratégicos de los revolucionarios. O en el peor de los casos, renunciar a ese proyecto que los marxistas seguimos abrazando y pugnando con duros sacrificios, incluso con la propia vida.

Es bueno recordar nuevamente a Engels: “El desarrollo de la producción convierte en un anacronismo la subsistencia de diversas clases sociales. A medida que desaparece la anarquía de la producción social languidece también la autoridad política del Estado. Los hombres, dueños por fin de su propia existencia social, se convierten en dueños de la naturaleza, en dueños de sí mismos, en hombres libres”.

El chavismo condujo a Venezuela a un abismo que hoy ni los chavistas ponen en cuestión. Una política económica que benefició a los importadores y a la gran banca no podía tener otro resultado que la destrucción de las fuerzas productivas propias, y esto de por sí es un atentado a cualquier proyecto socialista.  Solo se puede comprender la naturaleza de clase de un régimen definiendo a su principal beneficiario. Marea Socialista ha denunciado efectivamente a quiénes ha beneficiado esta política económica, y se ha colocado probablemente con conciencia en la posición de denunciar la naturaleza de clase de este régimen. El asunto es que la naturaleza de clase del chavismo, siempre fue la misma, y esto los obliga una reflexión.

Filosóficamente hablando no hay nada nuevo bajo el sol sino divagaciones de cafetín. En el terreno del marxismo y del socialismo no hay más que las diferencias coyunturales en realización práctica de la actividad revolucionaria. Es decir, la vida misma. No hay un socialismo qué «salvar» en Venezuela porque nunca hubo socialismo en construcción. El socialismo sigue siendo el mismo en términos conceptuales aquí y en cualquier lado: la construcción de la poderosa base material, espiritual, ética y moral de una sociedad en tránsito hacia la más elevada expresión de la libertad: la sociedad comunista.

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