«Solo el pueblo salva al pueblo»

Dos planos parecen dividir el quehacer de la lucha política venezolana. Un plano celestial; una fuerza que empuja su energía desde arriba hacia ningún lado o hacia una dimensión desconocida pero obviamente perdida entre sus cálculos políticos hegemonistas e individualísimos intereses; y un plano terrenal, esclarecido con base en la más cruel y dura realidad, cuya fuerza empuja con dispersas energías, desde abajo, hacia lo medular.

En el plano terrenal estamos los venezolanos absolutamente conscientes de las condiciones en las cuales nos están obligando a sobrevivir. Quiero decir, en medio de la más profunda descomposición social, empobrecidos, depauperados, hambreados, envilecidos y humillados, en medio de una permanente y sistemática pérdida de derechos políticos y libertades democráticas, víctimas de una cacería humana orquestada desde el centro de poder despótico, para rendirnos por el hambre, por la represión política, policial, militar, paramilitar, o por el miedo y la inseguridad personal, de la sacrosanta y simbiótica alianza entre el régimen dictatorial de Maduro y el Paraestado del pranato, que se ha erigido en nuestras urbanizaciones, barrios y caseríos.

Sí. Estamos muy claros de cuál es la realidad. Pero además también estamos absolutamente claros y conscientes de qué es lo que debemos hacer para salir de esta barbarie. Muy pocos no atinan a darse cuenta de lo que es un verdadero y estruendoso sentir popular y nacional, más de una vez demostrado en las máquinas electorales, regando tinta y papel; más de una vez demostrado en las calles, en las luchas, regando piel y sangre; exponiéndole al mundo nuestra disposición para el cambio político urgente.

¿Quién puede negarlo? ¿Quién? En las colas para el pan, en la camionetica o el Metro, en las universidades, en las fábricas, en las propias instituciones del Estado y del partido de Gobierno, en los cuarteles y destacamentos policiales, en el campo, en las calles y en los barrios, todos dicen: «Esto no se aguanta», «esto es insoportable», «hay que sacar a Maduro», «tiene que haber un cambio», «tenemos que organizarnos», «hay que cambiar de líderes», «los dirigentes de la oposición están negociando y nosotros jodidos», “esto va para peor”, «hay que salir a la calle», etc. Es el sentir común, inmensamente mayoritario, que no se ve, que no se quiere ver, y que se niega interesadamente, desde los que se ubicaron, cómodamente, en el plano celestial, por incapacidad manifiesta en la dirección política del conflicto y por el temor al protagonismo social y popular, que amenazaba y amenaza con barrer con sus vacilaciones e inconsecuencias. Solo esto y nada más es la razón de que se sentaran al “diálogo” y abandonaran las calles, adormeciendo a un pueblo que se alzaba en rebelión democrática.

Para ser aún más precisos, estamos conscientes de que este Gobierno es dictatorial, en esto no vacila la gente; que no se vislumbra cambio por vía electoral, que solo la presión popular y la rebelión democrática producirá el cambio. Unos los decimos abiertamente, otros no lo dicen, por presiones del sectarismo partidista, pero lo reconocen y en el fondo están dispuestos a trabajar para ella, a pesar de su deseo de salidas menos turbulentas; pero saben que cada día que pasa, las mafias que gobiernan cierran más las puertas de la participación política para el cambio y al mismo tiempo se profundiza la crisis humanitaria, el hambre y la muerte.

Pero también estamos contestes de quiénes representan un estorbo para la rebelión y el cambio, quienes, entre sombrías y subterráneas negociaciones, sacrifican al pueblo y dan oxígeno a la dictadura, quienes hacen las poses en cámaras y en la lucha van contrarios. Sabemos quiénes le tienen miedo y desconfianza a los «poderes creadores del pueblo». Pues sepan que el pueblo tampoco confía en ustedes. Son la dimensión desconocida, la que se perdió a discreción de las luchas intestinas, la que miró desde su plano las alturas y se perdió en el horizonte. A fuerza de reconocerse en su carácter y esencia, fueron desconectándose de la realidad y de las reales aspiraciones de la gente y se postraron por acción u omisión, sin caminos, sin estrategias, sin esperanzas que ofrecer.

Algunos siguen cacareando su estéril anticomunismo, pero sepan que el pueblo llano, a diferencia de ustedes, reconoce, desde hace tiempo, que este régimen no es socialista y mucho menos comunista. Que para llegar a esa conclusión nunca hizo falta muchos esfuerzos, ni estudios. No caemos en la farsa ni en la estafa del palabrerío seudorevolucionario y vacío. Al régimen y sus voceros los tenemos identificados desde hace tiempo, no engañamos ni caemos en engaño: son fascistas, con eso nos basta, que para despojarlos de su poder, sabemos dónde buscar las fuerzas, quiénes son los luchadores y los aliados por el cambio real.

Sabemos de todo lo que necesitamos saber en la lucha, lo sabemos, tenemos experiencia, lo aprendimos palmo a palmo y con sacrificios. Cultivamos la unidad desde abajo, desde las entrañas del pueblo, sin sectarismo, sin exclusión, sin discriminación de tamaño o fuerza, sin ver el color en su preferencia política; nos basta que quieran decididamente, salir de la dictadura y reconstruir la patria, el pueblo más que nadie sabe y reclama a diario esta unidad, que es superior, el pueblo aborrece, ya está cansado de la “unidad” hipócrita de las elites.

Ya la rebelión arrancó… Empeñados, buscamos los modos de seguir tejiendo las redes de la organización popular, sumando aquí y allá, reuniendo asambleas pequeñas, muy pequeñas aún, pero embrión del futuro poder democratizador y constructor de la nueva sociedad, juntando voluntades de distintos pensamientos, pariendo los líderes y dirigentes del futuro que van naciendo de cada lucha concreta, “nadie detendrá esta victoria cargada de futuro”, nadie nos detendrá, lo sabemos. De eso estamos más que convencidos. El pueblo tiene las herramientas y más temprano que tarde encontrará y configurará a quienes, colectivamente, los dirija en la labor constructora de la libertad, la justicia, la igualdad y el bienestar. A pesar de los músicos del Titanic…

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