Hace no mucho tiempo leí estas palabras, que cito textual a continuación, de una filósofa argentina, sopena de desagradarle a muchos y tristemente a muchas también, pero no me canso de señalar el sexismo cada vez que me lo tropiezo, y miren que no son pocas.

“Cuestión cultural”
“La violencia de género es una cuestión cultural, simbólica, verbal. Son formas de violencia que forman parte de una cultura institucionalizada, que es muy difícil detectar”, advierte Diana Maffei. “Por ejemplo, en un chiste, en el uso de la palabra, se filtra algún aspecto desvalorizante, estigmatizante, estereotipante. Todas estas cosas tendríamos que acostumbrarnos a percibirlas, a caracterizarlas, cuando constituyen formas de violencia. Son patrones culturales que promueven la desigualdad de género. La ley para evitar la violencia contra las mujeres establece definiciones, pero no dice de qué manera se debe implementar para remover esos patrones de conducta. No aparece de qué manera va a ser tratada la violencia simbólica. Se habla de la violencia mediática, pero ¿qué acciones se van a tomar para prevenir, sancionar y erradicar la difusión de imágenes o mensajes que inciten a la violencia, para impedir que se perpetúen patrones sexistas de dominación masculina, que estimulan la explotación sexual y contienen prácticas injuriosas o humillantes a través de expresiones, juegos o publicidad?” (Diana Maffia, filósofa argentina, especialista en temas de género).

Cierto es que el sexismo en el lenguaje, es una expresión cultural y unas veces directa y otras simbólica pero no podemos olvidar que obedece a una cuestión estructural, que tiene su expresión cultural. Las sociedades desde que “descubrieron” los beneficios de la explotación humana para unos pocos, han diseñado políticas para naturalizar esa explotación, que como bien entendemos se mantiene y sostiene de la diada explotadores/as y explotados/as y dominantes y dominados/as. Entre los caminos encantados desde el punto de vista cultural (superestructural) está el camino de la construcción del yo y como éste siempre es sexuado, pues la educación de la sexualidad es y ha sido una manera de naturalizar, introyectar, e influir en la subjetividad de cada quien y de todas las personas a la vez.

Eso que llaman el “sentido común”, que no es más que la generalización de los sin sentidos impuestos, expresa perfectamente en el área de la sexualidad humana esto de la internalización de rasgos de personalidad para cada sexo, asegurando que el elemento fundante de la personalidad es la dimensión biológica y que este priva sobre elementos de la psiquis humana y con la sociedad o tiempo histórico que le toca vivir a cada cual.

El milenario tiempo de las sociedades basadas en la explotación pareciera justificar, ante los ojos de muchos/as y con mucho “sentido común”, que ese sin sentido de que el sexo, o sea, los genitales y la fisiología sexual con la que nacemos, determina nuestra personalidad, sea una verdad comprobable a la luz de la historia. Esa máxima de que «siempre ha sido así y por tanto seguirá siendo así» parece ser la mejor evidencia desde ese “sentido común”.  Pero lo que no parece ser tan evidente es que esas sociedades que han cambiado de forma no han cambiado de fondo y su esencia basada en la explotación de muchos/as por unos pocos/as sigue siendo su fundamento. Cambian los métodos, las técnicas y las estrategias de mantenimiento de esta explotación, cuando han cambiado modos de producción por otros, pero todos se basan en la explotación. Eso es lo que no ha cambiado. Eso es lo que ha hecho al patriarcado metaestable como dice Amoros.

Por eso cuando mencionaba lo del sexismo naturalizado me refería a esa manera sutil, moderna, posmoderna y engañosa por de más, de seguir utilizando la construcción de sexualidades dicotómicas, excluyentes, opuestas y complementarias a la vez,  como  un camino encantado para naturalizar a las sociedades explotadoras y por tanto patriarcales.

Por ejemplo el humor negro, descalificador, burlista y agresivo que esta muy generalizado es utilizado para producir un efecto contrario a la toma de conciencia de los anclajes subjetivos de la explotación y contradictoriamente personas dedicadas de manera conciente a combatir la explotación humana, una los ve como utilizan este humor sexista y negativo cuando se trata de hablar de las mujeres y las relaciones con los hombre o viceversa.   Chistes de mal gusto, como utilizar palabras para referirse a las mujeres como “cuaimas, culitos, brujas, histéricas”, incluso palabras condecendientes como “bellas, buenotas, adorables, hipersensibles, dulces creaciones”  y otras que lo único que buscan es minimizar la seriedad de las conductas y sentimientos de las mujeres y de otras sexualidades diversas, diferentes a los hombres. Son expresiones de un sexismo sutil que defienden algunas personas de manera que presiona, cuando se trata de personas inteligentes, formadas y que se definen como revolucionarios.

Una realmente se siente abrumada, ante estas formas que el sistema patriarcal encuentra para que lo sostengan incluso quienes están llamados a superarlo como dirigentes. Importante resaltar los beneficios del humor positivo, afiliativo e incrementador de si mismos/as  ya que este tipo de humor  beneficia la salud y puede sortear situaciones, como la que estamos viviendo, que generan altos niveles de estrés y de ansiedad. Pero cuando el humor es negativo y destructivo hacia las personas no es un humor beneficioso.

El humor sexista es una ofensa sistemática contra las sexualidades diversas al hombre-macho: mujeres, homosexuales, bisexuales, trans y otras pero además sostiene, este humor, hilos subjetivos de la explotación humana y la dominación que naturaliza.

Precisamente es el humor más utilizado por los hombres, según explicaban los resultados de una investigación realizada en Lara en la UNEXPO en el 2008. Definitivamente hay que revisar la masculinidad y la feminidad que hemos estado y seguimos construyendo, porque hasta en términos del humor, el mas utilizado por los varones no es precisamente el mas positivo para la salud, ni para las mujeres. El Sexismo tiene también un canal encantado para naturalizarse por medio del humor.

Esa es la razón por la que muchas veces cuando una señala lo negativo de los chistes malos que hacen algunos hombres, una suena reiterativa y genera en ellos expresiones sexistas como que “esta compañera es recalcitrante como feminista”, parece que prefieren un feminismo silencioso y obediente que no enfrente su inconsistencia política.

Si caemos en el chantaje masculino de no señalar esas cosas y tolerar sus “juegos” le estaremos haciendo un flaco servicio a la transformación que urgimos, para nosotras y para todos.

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