El cambio político en Venezuela no puede ser pospuesto. Las condiciones de vida en el país lo claman con urgencia. La implantación de un régimen dictatorial que viola abiertamente los derechos humanos y niega la democracia y la libertad, plantea ese reto a todos los ciudadanos. La descomposición moral y ética de los gobernantes es tal que los emparenta con mafias de delincuentes. La destrucción de nuestras capacidades productivas propias, en industria y agricultura, y el aumento de la dependencia del producto importado, nos llaman a actuar con rapidez para no terminar de perder nuestra ya menguada soberanía.

El cambio se abre caminos pese a la intransigencia, tozudez o inconsecuencia de las principales figuras de la dirigencia política nacional. El grito de ¡ya basta! es ahogado por la represión o por el temor, pero no se rinde y vence chantajes y amenazas en la búsqueda de su mejor forma de expresión: la insurgencia transformadora de la protesta y el reclamo, la actitud valiente del obrero cansado y con más pobreza a cuestas, la insumisión del estudiante vilipendiado, la rabia contenida del ama de casa que no consigue cómo alimentar a su familia, el desplante irreverente de los jóvenes frente a la impostura, la traición y las medias tintas, la defensa del universitario por la verdad, el saber, la autonomía y la libertad.

Es la hora de la solidaridad, de la mano tendida, del abrazo de hermano para luchar juntos. De lo que se trata es de salvar a Venezuela. Hay que unir distintos y variados colores y banderías en un solo torrente para salir de este desastre. Es tiempo de sacar a relucir el espíritu indomable de un pueblo libertario. De que los venezolanos decentes y de buena voluntad nos unamos en la acción decidida y persistente para desplazar esta dictadura.

¡Este régimen dictatorial no puede resolver la crisis!

Esta crisis ha hecho desastres en nuestro pueblo, que está cargando sobre sus espaldas los más altos costos de erróneas y erráticas políticas que han convertido a Venezuela en tierra inhóspita para la vida, el trabajo, el bienestar y el desarrollo. La desesperanza y el escepticismo se han apoderado del sentimiento de buena parte de la población.

De cada 100 venezolanos 83 son pobres y 51 llegan a grados de indigencia. La altísima desnutrición infantil augura futuras generaciones con muchas deficiencias intelectuales y manuales. Las grandes insuficiencias para atender la salud nos hablan de un drama que solo estimula la muerte prematura. La enorme desmejora cuantitativa y cualitativa en la educación apunta a la inexistencia de factores sustanciales para el necesario despegue industrial independiente, cuestión que se refuerza con la diáspora de jóvenes, profesionales y trabajadores en plena vida útil. Dilapidaron en 15 años una fortuna con los altos precios del petróleo y ahora solo la fuerza y el despotismo los mantienen en el poder, pues ya no cuentan con apoyo popular. Es de ilusos creer en sus demagógicos discursos populistas. Hay que construir una nueva esperanza que aliente la reconstrucción de Venezuela.

¡El movimiento se demuestra andando!

Enfrentar y derrotar esta crisis exige un cambio de Gobierno que, a la par de atender las urgencias, siente las bases para las transformaciones que requiere el país en todos los órdenes: social, económico, moral, cultural y político. Hay que quitarles las riendas de la patria, para que ésta no fenezca en la inanición, la ignominia o en la entrega servil a las grandes potencias.

Sin embargo, los debates y disertaciones que copan —algunos dirían que ofuscan por la obsesión de tener algunas “cuotas” de poder— a buena parte de la dirigencia opositora evidencian, en el mejor de los casos, poca disposición a promover el cambio urgente, aun cuando en el discurso o en sus escritos lo planteen como algo primordial. Basta que el régimen les ofrezca unas migajas de espacios para retroceder en los llamados a la lucha. Han hecho apología de las formas y los medios, olvidando que esto es una dictadura, que quienes conducen el país han violentado abiertamente el estado de derecho, la Constitución y las leyes, que juegan al diálogo solo para engatusar incautos, que cierran los caminos electorales y cercenan los derechos y las libertades públicas, implantando un régimen militar que nada tiene que envidiar a los otrora del Cono Sur.

Por eso decimos ¡echemos a andar!, el propio movimiento nos irá allanando los caminos para el avance y el progreso. Es necesario levantar el ánimo de lucha para que florezcan millares de nuevos líderes. Iniciemos la movilización dentro de las posibilidades al alcance de cada militante, de cada luchador social, de cada dirigente político. Vayamos de las acciones pequeñas a las manifestaciones de más envergadura.

En las encrucijadas lo peor son las dudas y las ambigüedades. Y no menos dañinas las posturas estáticas y la expectación. No sigamos postergando o entrabando la marcha, argumentando debilidades o cálculos que son propios de la politiquería que antepone sus fines particulares a la emergencia y las necesidades colectivas, y que no confía en las potencialidades de un pueblo en rebeldía.

¡El cambio requiere una fuerza política y social activa!

El desprestigio y descrédito de los actuales gobernantes en el seno de la población venezolana —en todos los aspectos y en todos los sentidos— alcanzan niveles tales que parecieran ser suficientes para que renunciaran y se retiraran de la conducción del país. Pero esto no sucederá, pues para ellos significa la administración de un botín, en este caso de un legado traspasado y sostenido en la más grande estafa de que han sido víctimas los venezolanos, autodenominada falsamente “socialismo del siglo XXI”.

Por más que el régimen esté desacreditado, no se derrumbará por generación espontánea. Se necesita una fuerza que dé el empujón y que represente, a la par, los intereses generales del pueblo y de la patria. Y esa fuerza se muestra no solo en los partidos políticos, sino —y principalmente— en la organización social y autónoma del pueblo, como verdadera expresión del poder soberano y constituyente de la nación.

La espera de un salvador o de un mesías, de un predestinado o un heredero de algún libertador, no hace más que alargar la vida de esta dictadura, oxigenarla por más tiempo. Asumirnos como protagonistas de una gesta que saldrá de las entrañas de la sociedad es lo que nos corresponde. Por eso decimos ¡ahora le toca al pueblo!, pues ya las dirigencias partidistas han intentado de varias maneras y no han podido -o no han sabido- mantener la iniciativa exitosa, aunque con ellas también hay que contar como importante reserva de nuestra lucha.

¡La asamblea popular y ciudadana debe asumir el protagonismo social!

Desde hace casi un siglo los dineros provenientes de la venta del petróleo se convirtieron en fuente principal de ingresos estales. Junto con el rentismo también se incrementaron el presidencialismo y el despotismo de los Gobiernos, conjugándose con el caudillismo heredado del siglo pasado. Y además la corrupción se hizo sistémica y de Estado. La sociedad que algunos llaman “civil” era tratada —y lo sigue siendo— como un menor de edad que debía ser tutelado por el papá-Estado. Y en los últimos 18 años ese rentismo fue llevado a la máxima expresión con criterios fascistas y militaristas que se impusieron para mantener un control sobre toda la sociedad, y ha servido de base material para la actual dictadura, con todos los falsos revestimientos sociales y discursivos.

Es tiempo de que la democracia dé un salto cualitativo, de hacer verdad esos tan difundidos adjetivos de “participativa y protagónica”. Ya en años anteriores los venezolanos dimos unos pininos en eso de utilizar el artículo 70 de la Constitución que habla del poder vinculante de las asambleas ciudadanas: la rebelión ciudadana de 2014 fue una muestra. Los trabajadores, por su parte, están acostumbrados a las asambleas para declarar conflictos o aprobar arreglos contractuales; los estudiantes suelen llenar sus auditorios cuando les urge una acción decidida y hacerse respetar. Las comunidades urbanas y rurales suelen congregarse para revisar sus atribulaciones y buscar soluciones compartidas, en sus juntas y consejos comunales. De eso se trata. De que el pueblo unido, con toda su diversidad de dirigencia política y social, asuma el camino del cambio político y lo sepa conjugar con la lucha por reivindicaciones apremiantes para sobrevivir. De que el pueblo haga la política simple y llana, sin tantas supercherías ni tecnicismo, la política para el bien común, para el rescate del bienestar y la construcción de nuestra propia esperanza. Claro está, ¡necesitamos extender la ética del trabajo, de la honradez, de la solidaridad, del sentido comunitario, de la verdad! Desechar ese individualismo extremo que manifiesta el que se quiere salvarse él solo, así tenga que aplastar al que tiene al lado.

Proponemos impulsar la formación de equipos promotores con el nombre muy común de Comités por el Cambio, para garantizar la preparación de las reuniones, el seguimiento de las conclusiones acordadas, las pequeñas tareas ejecutivas y los llamados a movilizarse. Que prepare los debates sobre los temas que se discutirían y oriente en las mejores acciones a llevar adelante. Luego vendrán las coordinaciones con otras asambleas de urbanizaciones y barrios cercanos, y así extender las comunicaciones y la solidaridad entre municipios, ciudades y más.

¡La alternativa es la Reconstrucción Nacional!

El escepticismo y la desesperanza hoy presentes en los venezolanos —principalmente en gran parte de la juventud y también en sectores profesionales y de trabajadores— solo pueden revertirse mostrando con claridad una propuesta programática que dé confianza en torno a las principales líneas de acción para frenar esta catástrofe y edificar una economía próspera y una sociedad de progreso y de justicia social. Un Programa de Reconstrucción Nacional debe atacar la emergencia, pero a la vez ir sentando las bases para la solución estructural de la crisis, que necesariamente debe conjugar líneas en cuanto al desarrollo económico de nuestras capacidades productivas, a la reversión de las políticas que han llevado a esta hambruna y destruido los salarios y el empleo productivo, lo que necesariamente pasa por replantear nuestra relación con los países industrializados y por la valoración del producto venezolano que debe ser suficiente y de calidad para cubrir nuestro mercado interno. Ya basta de que la democracia se fundamente en las decisiones de las élites, de los cogollos partidistas o de los líderes preclaros. Hay que promover la insurgencia de millares de nuevos líderes que asuman la conducción de la gesta libertaria y de la organización popular para edificar el futuro. Y para ello se necesita también que se imponga una nueva ética ciudadana y para el manejo de la cosa pública, donde prevalezcan los principios de transparencia administrativa, honradez, solidaridad, esfuerzo de superación colectiva e individual, y de defensa de nuestra soberanía e independencia.

¡La más amplia unidad nacional frente a la catástrofe!

Ya basta de sectarismos y de poner por delante intereses particulares, grupales o personales. Es la Venezuela multicolor la que clama con angustia y desesperación. Ya habrá el tiempo para dirimir las controversias ideológicas y las diversidades partidistas, y de hacerlo de una manera civilizada y democrática. Primero debemos librar a nuestra patria de las amenazas de descomposición que adelanta este régimen dictatorial. Ya vendrá el momento para que se abran cien flores y compitan cien escuelas de pensamiento. Y esa diversidad en la acción requiere de una dirección política que sume todas las fuerzas para dar eficacia a la conducción, y de muchas capacidades que unifiquen y den direccionalidad al conjunto del movimiento. Conjugar diversas formas de lucha y diversos frentes de acción irá acerando tanto a nuestro pueblo como a sus líderes. El nacimiento de una esperanza requiere de tenacidad y de mucha confianza en las “capacidades creadoras del pueblo”, como dijera Aquiles Nazoa.

#AhoraLeTocaAlPueblo

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