Dentro de la oposición se comenta la necesidad de “elegir” un líder, un vocero… Se dice esto pues no hay elección a la vista para que pueda relacionarse con una candidatura presidencial, pero ello significaría que lo tendríamos listo en caso de que la hubiera. Incluso ya algunos se vienen presentando como si fueran candidatos para cualquier elección o para cualquier eventualidad, y algunos partidos hacen lo propio con respecto a alguno de sus dirigentes.

En general, no es negativo que nosotros nos preparemos para cualquier eventualidad, porque no descartamos —porque no puede descartarse— ninguna posibilidad en esta difícil situación política que vive nuestro país. Pero distraernos nosotros, la dirigencia opositora, en diseñar o programar la elección de un liderazgo, de una vocería, de un candidato, constituye simple y llanamente una acción distraccionista. Es un divertimiento para alejar a la gente de sus reales problemas (como si eso se pudiera), y además llama a la suspicacia pues a cualquiera se le ocurriría relacionarlo con una treta, con armar un debate y una discusión —como fue el intento de diálogo en República Dominicana— para matar la lucha, la protesta, para aplazar las huelgas, para entorpecer la acción del pueblo. Entonces, ahora, en vez de debatir sobre los problemas que son fundamentales, más importantes y que con mayor urgencia debemos tratar y dar respuesta, nos enfrascamos en una discusión que nada les dice a las mayorías nacionales que están sufriendo las más terribles penurias.

Las deficiencias de la oposición no son como algunas gentes dicen —y recalcamos esto: dicen, pues no estamos seguros de que hayan sido suficientemente pensadas—, sino que están relacionadas fundamentalmente con estrategias políticas, con el desarrollo de la práctica política, es decir, de las tácticas, de los programas inmediatos de acción. Cuando se habla de estrategia y de unidad como cuestión fundamental, esto tiene que ver con la presentación de un programa político general, que no pasa de diez grandes líneas para conducir el país y donde todos los sectores sociales se puedan sentir representados, gananciosos en lo que se relaciona con sus intereses, pero también con la visión de que la propuesta es común y favorece a todos. Es encontrar los puntos comunes —no de “sentido común”— para aunar la diversidad y atraer a la mayoría de la gente, donde los intereses de uno se encuentran con los intereses del otro. Con esta óptica, si los salarios alcanzan para pagar la tarifa que se debe pagar por el transporte, entonces no habrá problema en pagarla; igualmente, si alcanzan para pagar la comida al precio que valga, se pagará a ese precio, pues hay con qué hacerlo. Y así se beneficia el empresario, se beneficia el trabajador, se apoya a los pequeños y medianos productores, se generan buenos servicios, etcétera.

El problema no es la falta de un líder, de un caudillo. Cuando oigo estas cosas, no puedo dejar de pensar en que poquito les falta para pedir que esté montado en un caballo blanco, para que definitivamente regresemos al viejo tiempo del caudillismo. No es un caudillo ni un mesías lo que necesita Venezuela. Lo que nuestro país necesita es una unión, una fuerza política enraizada en las bases de la sociedad, una gran unidad de todos los sectores, desde los que están arriba —en la dirección: todos los que tienen que ver con el comando de las fuerzas sociales y políticas principales—, lo que están en el medio —liderazgos locales, municipales, militantes de partidos y dirigentes gremiales, sindicales, estudiantiles, entre otros— y los que están en la base, la ciudadanía de a pie, el vecino, el obrero, el comerciante, el campesino, entre otros. Pues, muy poco podrá avanzarse en la conquista del cambio político sin una fuerza social, sin una fuerza de base, sin una fuerza de pueblo, que haga valer lo que nosotros estamos ahora reivindicando: la vigencia de la Constitución nacional, el restablecimiento del estado de derecho, la apertura de los caminos para el ejercicio pleno de las libertades políticas y los espacios para que la gente pueda expresarse, luchar y hacer sus reclamos en libertad, y pueda a la par discutir sobre los grandes problemas del país.

Son esos problemas cardinales los que nos deben unir hoy en día, junto a la búsqueda de una respuesta mancomunada y programática que podamos darles. Unen las estrategias, unen las políticas que tengan esa visión como norte, no los cálculos electoralistas ni la hegemonía de unos partidos supuestamente “predestinados” o “mayoritarios”. Unen las políticas concretas, pues la unidad es social, de sectores sociales y políticos, de diversas tendencias ideológicas, de distintas escuelas de pensamiento y credos religiosos. Se trata de unir a estudiantes, profesionales, obreros, campesinos, productores del campo y la ciudad, empresarios, de la inmensa mayoría de venezolanos que está hoy en día en oposición a este régimen y que aspira a un cambio para transitar por caminos distintos al actual desastre.

Cuando se habla de construir una Venezuela que produzca, que vaya desarrollándose industrialmente, que vaya adquiriendo la capacidad de satisfacer la demanda nacional en materia alimentaria, que no solo sustituya importaciones sino que aprecie el producto venezolano y logre incrementar la oferta de bienes y servicios en cantidad y calidad, estamos hablando de algo que nos une a todos y cuyos avances se multiplicarán y reflejarán en todas las facetas de la vida social, especialmente en la educación, en la capacitación, en el esfuerzo, en el mérito, en la valoración del trabajo, que deben ir acordes con el empujón hacia el progreso, hacia el avance, hacia la igualdad y hacia nuevos estadios de la democracia. Esa es la Venezuela que deseamos, pues allí ganamos todos los venezolanos honestos y de buena voluntad.

Es totalmente erróneo desviar la atención al proponer que el problema es única o principalmente una cuestión de liderazgo, para dar respuesta a las exigencias de los egos, que ciertamente existen y han sido un verdadero obstáculo para avanzar a la velocidad que debía y podía hacerse. Hemos llegado a fórmulas unitarias, a compromisos, hasta un determinado nivel; pero las insuficiencias por no alcanzar una unidad hasta donde debía llegarse se deben, en buena medida, a las ambiciones o apetitos personalistas, partidistas o sencillamente oportunistas. Y con ello no queremos tapar un hecho inocultable, pues ciertamente hay fallas en la calidad del liderazgo, en la capacidad de dirigir acciones en una circunstancia tan compleja como la que actualmente vive el país.

Eso es verdad. Pero eso no se resuelve eligiendo “líderes” sino mediante la designación —dentro de los organismos colegiados que articulan toda la fuerza— de equipos de trabajo (el equipo político, el órgano ejecutivo, los comandos de las acciones, las responsabilidades de propaganda, de comunicación, entre otros) formados por gente idónea y con capacidad de dirigir en circunstancias como esta, donde impera una dictadura que además utiliza la demagogia, que se presenta con discursos y eslóganes que tratan de emparentarse con los deseos y aspiraciones de la población.

Se trata de terminar de desnudar la falsedad, demagogia y trampa del gobierno que, pese a la catástrofe a que nos ha conducido, continúa hablando de “empoderamiento” de los más pobres, que representa los intereses de los trabajadores, que lucha por el “socialismo”, una cantidad de mentiras que nosotros desde hace muchísimos años (en 1998, antes del comienzo del mandato de Chávez) hemos catalogado como una gran farsa, un gran engaño y una estafa a los sentimientos de cambio de los venezolanos. Y todo lo que se ofertó, si lo sometemos a la prueba de la práctica, resultó que era MENTIRA. Nunca trabajaron en esa dirección, no hicieron nada por enrumbar al país hacia sendas de progreso, y ahora tenemos uno de los capitalismos más rapaces y salvajes que existen en el orbe.

Sin embargo, alguna gente se deleita al hacer la crítica diciendo: “ahí está el socialismo” y tratando de estigmatizar escuelas de pensamiento, planteamientos filosóficos, visiones sociales a nivel mundial a favor del proletariado, que plantean un mundo mejor donde de verdad la gente pueda vivir en el reino de la abundancia, que logre vencer la pobreza, que logre superar las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual, entre el trabajo en el campo y en la ciudad, entre el trabajo de la mujer y el del hombre; que se cree una nueva relación de trabajo que abra las compuertas a una verdadera libertad, y que, al superarse el reino de la necesidad, todos podamos entrar en los espacios donde la política, tal vez, se vuelva superflua. Lo que deberá administrarse son las cosas comunes a toda la sociedad y el Estado ya no sería un órgano de coerción (y por lo tanto dejaría de ser propiamente Estado) ni un instrumento para mantener el dominio o para ejercer una autoridad, sino, más bien, para mantener un orden de las cosas. Sería el poder sobre las cosas, sobre la naturaleza, y no sobre las personas, para determinar las líneas de acción y de trabajo de la sociedad. No preocupará tanto el asunto de quién manda a quién, pues ello sería algo muy insustancial y subalterno, y ni siquiera sería un problema a ser considerado cuando lo que impere sea la voluntad de la gente por trabajar, por producir, por esforzarse en el bien común, por el surgimiento y el avance de la sociedad en todos los ámbitos.

Lo paradójico de esto es que, mientras se gasta esfuerzo, saliva y recursos en este asunto del superdotado “líder”, en la sociedad se está hablando de realizar un paro general por salarios, contra el hambre y por servicios públicos. Un paro de trabajadores y de ciudadanía con un tiempo definido, que sería como una acción inicial para ir creando músculo para la lucha contra las políticas destructoras de la dictadura. Se está haciendo una consulta con diversidad de sectores, algunos que ya están en lucha y otros que están próximos a iniciarse, para que haya el compromiso de realizar una protesta de esa naturaleza. No sería un paro armado o violento, ni se trata de cerrar vías y calles, sino que es la expresión de un sentido reclamo por el respeto a la dignidad, al valor del trabajo, y por la conquista de condiciones de vida dignas.

Lograr que sea exitoso ayudaría a retomar la confianza en nuestras propias fuerzas para resolver el conflicto interno y abriría caminos para que de verdad el cambio se produzca, para reafirmar el compromiso y la voluntad de salir de este régimen oprobioso. Queremos decirle al gobierno que el pueblo venezolano no es tonto, no está dormido ni resignado tampoco. Y que el hecho de vivir en estas condiciones infrahumanas no le ha quitado la capacidad de reaccionar y de sobreponerse a ese estado anímico, y menos le ha borrado la voluntad de sacudirse el yugo que hoy lo oprime y reprime. Lo que hoy sucede con las capacidades de convocatoria es algo normal en la historia de los pueblos: las luchas tienen altibajos; no son una línea recta puramente en ascenso, tienen vaivenes, baches y chinchorros.

En uno de esos baches nos encontramos ahora y la posibilidad de un paro general sería una respuesta no tan solo audaz, sino también atrevida, pues aún no se tiene la fuerza para que sea contundente, pero se está confiando en lo que es la realidad de Venezuela: la situación de hambruna, el empobrecimiento de la mayoría de la población, la imposibilidad de vivir con los ingresos que se obtienen, pues con ellos cada día podemos cubrir menos necesidades por los altos precios de una acelerada hiperinflación. Los salarios nominales son aumentados sin ninguna relación con el costo de la canasta alimentaria y menos aún si los referimos a la canasta básica, recordando el artículo 91 de la CRBV. El rezago tan gigantesco del poder adquisitivo en su relación con el ingreso normal, legal y hasta constitucional, lo que produce es un deterioro permanente de las condiciones de vida de los ciudadanos y con ello se agravan más las condiciones laborales, disminuye el empleo formal, aumenta el desempleo general y la diáspora sigue su curso ascendente… Todo ello contribuye a reforzar la desesperanza y hace crecer la desconfianza en que esto pueda ser cambiado con la rapidez que apremia, y de allí ese estado de ánimo pesimista, desesperado y hasta pesaroso.

La manera de salir a flote aquí y ahora es partir de considerar que el problema nos corresponde solucionarlo a todos los venezolanos. No hay otra alternativa: no es con caudillos, con liderazgos providenciales o “pulcramente” escogidos como se va a superar esta crisis generalizada. Es con un pueblo consciente y organizado, con capacidad de hacer las cosas necesarias a la velocidad que nos exigen el cansancio, la molestia y la desesperación de la gente, que cada día muestra más su disposición a decir ¡basta! y lanzarse a la lucha que conjugue la necesidad de supervivencia y la posibilidad de dar un salto que supere el presente y el pasado.

Ese paro cívico-laboral —que creemos debería ser de 24 horas— es para abrir el camino a retomar la confianza en que sí podemos desplazar, derrocar, a esta dictadura del hambre, de la represión, de la tortura; a este capitalismo rapaz y salvaje que, por mantenerse en el poder a toda costa, subasta y entrega la soberanía de nuestra nación e hipoteca el futuro de las venideras generaciones. Nosotros tenemos la plena confianza en que, si se realiza una buena consulta que concluya en un real compromiso, será un paso adelante para gritarle a Venezuela y al mundo que hay un pueblo que no se deja pisotear, y para demostrar de qué sangre estamos hechos los venezolanos.

 

Y no queda otra que luchar… hasta que la victoria nos sorprenda.

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