La expresión que titula este artículo la escuché de una señora en una cola de esas que la mayoría de la población venezolana hacemos para comprar alimentos. Ella se refería a la “maldad” que se observa en los uniformados (PNB, GNB y “esos que llaman colectivos”, que no son mas que grupos paramilitares pagados y protegidos por la dictadura de Maduro) cuando desatan la represión contra jóvenes y la población civil desarmada.

Vivimos momentos de gran crispación social. Vemos imágenes, videos, leemos textos y nos enteramos de lo que está sucediendo por estas calles de Venezuela en momento real. Muchas personas viven directamente la situación, bien porque participan o porque sus comunidades están en la mira de los ataques. Otras lo viven al ver los hechos por las redes e incluso quienes se enteran por los cuentos de familiares y amigos

Pero a toda la población los hechos nos mantiene en una sobrexaltación emocional, no dejamos de abismarnos ante tanta barbarie. Conocemos de los increíbles e insospechados límites de la violencia humana. Cada instante suceden hechos que nos resulta difícil de asimilar. «¿De dónde sale tanto odio?», completó la señora en sus comentarios de cola.

Me dejó pensando y me hice la pregunta, ¿cómo se incubó este odio entre nosotros?  ¿Por qué ahora vemos tanta gente odiando y maldiciendo a otros? ¿Antes estábamos libres de odio?

Por mi condición de feminista no comparto esa discriminación benevolente hacia las mujeres que nos considera ”incapaces” de cualquier acción de maldad. Porque lo somos como cualquier ser humano. Pero debo reconocer que quedé muy impactada cuando supe de una funcionaria policial de Ciudad Bolívar, mujer de 26 años de edad (Digmar Bastardo) que fue fuertemente golpeada por un grupo de personas quedando hospitalizada. Me impactó saber que la paliza se la dieron en venganza por sus actos como “torturadora” de estudiantes. Ella destacó torturando estudiantes universitarios de la UDO Bolívar. Testigos y víctimas narran que les insultó, pegó con el casco por la cabeza y cuerpo reiteradamente y les obligó a tomar alcohol con merthiolatte, se ensañó contra los jóvenes apresados. Hizo gala de un odio visceral y de su desprecio por la vida humana y no de la esperada “feminidad”.

La identidad femenina nutrida por una ética del cuidado pudo menos en ella que el odio sembrado y mostró el lado oscuro de su corazón de mujer. Pensé yo, así será el deterioro al que hemos llegado, que ya destacan mujeres torturadoras. Y me dije a mi misma, verdad que “El Diablo anda suelto”, como dijo la señora.

¿De dónde nos surgió este odio? ¿Cómo nos convertimos en una sociedad tan violenta? Sufrimos más de 28 mil muertes violentas por año, ¿cómo reconocernos en actos de extrema crueldad?  ¿Cómo llegamos a aborrecer, incluso, a anteriores amistades y familiares siendo tan afiliativos culturalmente?

Bueno la respuesta no está en nuestra subjetividad como el origen del odio o de la maldad, aunque es allí donde se incubó. Hemos vivido siglos de injusticia social, hambre, exclusión, discriminación, carencias de todo tipo y esto, que pertenece a una violencia estructural, ha estado acompañado por mecanismos de alienación y enajenación en la imposición de una ideología que oculta a quienes tienen la responsabilidad económica, política y social de esta situación.

Es una media verdad que en la llamada “cuarta república” “éramos felices y no lo sabíamos”, ya que sobre el descontento de Venezuela acumulado durante el régimen bipartidista montó Chávez su proyecto político. Pero ese proyecto, convertido luego en régimen despótico, devino en una dictadura, resultando peor el remedio que la enfermedad.

Esta estafa para su viabilidad hubo de hacerse del apoyo masivo de la población, mayoritariamente pobre y tenía en su haber, un gran sentimiento de cambio como urgente necesidad, acompañada de una gran alienación e ingenuidad política. Y también se hizo de apoyos de las élites económicas nacionales e internacionales y del aparato militar sometiéndolo desde la complicidad brindada para acumular dinero mal habido.

Chávez basó su discurso hacia la población pobre en esa necesidad, se apropió de símbolos de la izquierda y fomentó desde su arenga, no la conciencia de derechos de la población sino el resentimiento y la venganza revanchista. Venganza dirigida a buscar culpables en “otros” que eran menos pobres, pero que no eran responsables de la situación de injusticia que existía. ¿Dónde estaban esos “culpables” en el discurso estafador?  En la clase media profesional, en las universidades, urbanizaciones medias, en la militancia de base de los partidos tradicionales, en los gremios, en la iglesia e incluso en las familias. Alimentó de forma sistemática el resentimiento social existente y le inoculó el odio y la irracionalidad necesaria. Aprovechó una cuantiosa renta petrolera que por varios años le permitió “comprar apoyos” fuera y dentro, alimentar una burocracia corrupta y clientelar y diseñar “políticas públicas” basadas en dádivas, como las misiones. Misiones que han sobado los dolores del pueblo, pero que no curaron la enfermedad de raíz.

Instituyó un odio irracional que demuestra que el chavismo terminará como empezó, “un sentimiento” cargado ahora solo con lo peor que tenemos como sociedad y como personas. Hoy a Maduro solo le queda el apoyo militar. Está enredado en su propia sobrevivencia, pues ya no cuenta con la presencia del carismático “supremo” para embobar masas; los recursos no alcanzan para sostener apoyos ni dentro ni fuera; el deterioro de las condiciones de existencia son insufribles para la gran mayoría de la población y las misiones ya no funcionan. El régimen se sustenta entonces en las bayonetas y en ese odio incubado, en las almas más retorcidas. Con eso cuentan para enfrentar una Rebelión Democrática inédita, que le avisa al régimen que se le acabó su tiempo en el poder. De allí sale este odio sinigual, esta saña desmedida, solo le queda sacar el diablo que lleva dentro y dejarlo suelto. Pero siempre el bien triunfa sobre el mal y esta Rebelión Democrática representa en contraste el rostro más querido y noble de las fuerzas sociales: profundamente humana, genuina, limpia, no manipulable, rebelde, valiente, creativa, indomable e hinchada de futuro, la juventud venezolana asume de nuevo su papel como la vanguardia invencible del momento. El diablo está suelto sí, pero hay ángeles también y están hecho un ejército invencible, con la firme determinación de extirpar el odio y  alcanzar cambios verdaderos.

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