Con una carcajada atrapada en la garganta; con una juventud encerrada en un cuerpo en la vejez; con unos pies que corren atrapados en una silla de ruedas; intranquilo y en su cuarto nos recibió Domingo Alberto Rangel, frente a la cama y frente a un televisor. Nos recibe convencido de la estrella roja que lleva en su pecho, tatuada en una franela amarilla del Che, su fiel compañero.

Cuenta Domingo Alberto, uno de los protagonistas más importantes de los sucesos del 18 de octubre de 1945, que el golpe tuvo su origen histórico en la “casi desaparición de Venezuela” en el siglo anterior. “Venezuela no desapareció entre 1870 y 1900 porque no hubo alguna potencia extranjera que tuviese interés en colonizarla, porque era tal el desorden sangriento, que apropiársela era como importar bachacos o importar caimanes como comercio; a eso equivalía Venezuela. Por eso el país recibe con cierta benevolencia y con cierta esperanza a Cipriano Castro”.

Con una voz contenida en una risa preñada de sarcasmo y lamento, afirma Domingo Alberto que “la gente estaba cansada de que en la mañana venía una guerrilla y le quitaba la gallina, en la tarde otra guerrilla le quitaba el gallo, en la noche otra le quitaba el cochino y al día siguiente le reclutaban al hijo. Era un desorden casi eterno como el que decía en la Biblia el padre Jehová, desde lo más alto del cielo”.

La fuerza con la que dice “no chico, qué revolución” es la misma del que sabe desde el protagonismo de haber sido el Secretario General de AD en Caracas para ese momento, y haber sido uno de los oradores que, desde la radio clandestina montada por los militares alzados, arengó a los caraqueños a salir a las calles a respaldar el alzamiento. Participó con algunos de sus compañeros en la toma del Cuartel San Carlos y estuvo en pie para contarnos hoy su historia, como si la acabara de vivir en estos días.

AD fue para Domingo Alberto Rangel la organización en la que encontró “los debates y discusiones más apasionadas, más cultas y más densas que haya tenido la historia venezolana”. Habla de una AD en la que confluían Marxistas, Leninistas, socialdemócratas… “yo creo –agrega en risas– que hasta fascistas había por allí”. Una organización que confrontó un momento histórico con los mejores talentos políticos, con los mejores oradores, y que para Domingo Alberto fue la organización escuela de la política venezolana.

Del desorden a la Nación

¿Qué medió en Venezuela para que se suscitara el 18 de octubre de 1945?

Casi todo el siglo anterior estuvo signado por guerras y guerritas internas que imposibilitaron la integración nacional de Venezuela. Este fue un fenómeno que se termina con la llegada de los andinos al poder y que es consolidado finalmente por Cipriano Castro en su invasión a Venezuela desde el Táchira. Los andinos en el poder fueron el primer signo de consolidación nacional que había quedado incompleto en la primera parte del siglo XX, y que fue arrastrado incluso hasta la llegada de Medina, pero más claramente con la aparición del Petróleo que es en definitiva el que logra integrar más a Venezuela como nación. Entonces, este el problema de la integración nacional que se venía arrastrando desde el siglo pasado se planteó de una manera aguda en julio de 1945, porque buscando un candidato de consenso los adecos encuentran a Diógenes Escalante, y entonces van Betancourt y Leoni a Washington, conversan con él y Escalante accede a ser el candidato de unidad nacional de todos los partidos, oficialismo y oposición. Si no se hacía eso venía un golpe de fuerza o una potencial guerra civil. Querían evitar la violencia y efectivamente Diógenes procede a aceptar y llega a Venezuela, recibido por todas las fuerzas políticas del país. Pero, repentinamente, como por obra del Maligno, para citar de nuevo a la biblia, enloquece. Parece que en la mañana le formó un escándalo a una de las mucamas o señoras de la casa porque le habían robado sus 500 corbatas y camisas, y que dónde estaba la ladrona o el ladrón que él lo iba a meter preso. A medida que pasó el tiempo el hombre empeora y termina creyendo que estaba en el cielo o en el infierno. Luego, ordenan un reconocimiento médico y los médicos no vacilan en decir que ese señor había sufrido un proceso de desquiciamiento mental que era irreparable.

¿No había ninguna posibilidad de sustituto en toda la política Venezolana para aquel momento?

Cuando viene el proceso de escoger el sucesor el gobierno escoge a un abogado oscuro, tinterillo infeliz llamado Ángel Biaggini, cuyo único capital político era que su partida de nacimiento no estaba en Parapara de Ortiz sino en Seboruco, estado Táchira; haber nacido en Los Andes y no haber nacido en Monagas o en Bolívar. Es decir, el hecho de ser andino le daba a este infeliz el privilegio de ser candidato a la Presidencia. AD rompe el pacto y entonces ocurre un suceso que los historiadores del 18 de octubre han destacado: el viejo Prieto (Luis Beltrán Prieto Figueroa) tenía una librería cerca de las esquinas de Principal a Reducto. La librería El Maestro, que era la mejor librería de Caracas porque no era “siglo IXX” sino “siglo XX” ya que servían café y había una mesa en la cual se podía leer. Entonces, a esa librería concurrían muchos militares, entre los que estaban Pancho Gutiérrez y Eladio Vargas, el ala progresista del golpe ya que parece que Pancho había estudiado Normal en el instituto en donde el viejo Prieto había sido su maestro. Allí se establecieron algunos contactos y por cosas de la vida, Edmundo Fernández, amigo de Rómulo, había entablado amistad con algunos de los cabecillas de la conspiración. Allí se dio el contacto.

Suicidio andino

¿Qué motivó al gobierno a colocar a este candidato?

El andinismo en el poder se suicidó. Escogió a Biaggini porque Arturo Uslar Pietri –uno de los personajes más funestos en la historia de este país porque es una mezcla de “pernalete” y “mujiquita”, las dos vainas. Él quería ser pernalete pero era mujiquita. Para todo fue funesto el Uslar menos para las pobres letras que no se pueden defender–, Uslar detiene a Medina Angarita porque Medina quería escoger un candidato que no fuera andino para iniciar una revolución y empinar y refrescar el poder público, que tenía 40 años de estancamiento. Uslar lo convence de lo contrario, de escoger a un andino porque, según él, era la única garantía de estabilidad no solo para sectores internos de la oligarquía sino para el capital externo, que tenía intereses considerables por el casi millón de barriles diarios que producía Venezuela, en un mundo cuyo consumo no pasaba de 10 millones de barriles diarios. En esas circunstancias se dio el golpe del 18 de octubre.

Amanecí de Golpe

¿Cómo participa usted en el 18 de octubre?

Yo supe del golpe durmiendo la siesta en una cama como esta. Yo vivía en una pensión situada de Socarrás a Puente Llánez, regentada por la señora Olivares, madre de un muchacho que fue después destacado futbolista: “el quema’o Olivares”. De pronto siento que alguien toca la puerta y se asoma la señora Olivares y me dice: Bachiller, levántese que se alzó un cuartel. Ella se había dado cuenta de que a mí me interesaba la política y creyó de su deber darme la noticia, como efectivamente lo hizo. Me fui para la casa de Acción Democrática, que estaba situada a media cuadra de esa pensión, y allí encontré a Luis Lander, porque la casa de resto estaba sola. Las casas de Caracas eran de un piso todas y un edificio de 3 pisos era una cosa inusitada. Lander me dijo: vete para la Universidad que es lo fundamental en este momento. Tenía la mano en el auricular del teléfono y estaba pálido. Cuando llegué a la Universidad me encontré a Carlos Andrés Pérez en el Boulevard que está frente al Capitolio, en pleno centro de Caracas, en la esquina de La Bolsa, y me dijo: Rómulo te está buscando como palito ‘e Romero.

¿Por qué a usted en particular en ese momento?

Resulta que Rómulo y Andrés Eloy Blanco se habían dado cuenta que yo era un extraordinario orador. Carlos Andrés me dice que me vaya a San Agustín a la casa de Alejandro Ávila Chacín que era miembro del CEN. Cuando llegué, Betancourt me dijo: Mire, ¿usted ha oído las bolserías que están diciendo los militares? Le dije que no, que no había oído nada. Los militares habían instalado una radio clandestina que estaba instalada en Miraflores y desde allí estaban transmitiendo mensajes sobre Bolívar y Páez y la República, y esto era una bolsería para los adecos, por lo que me mandaron solo para que me hiciera cargo del micrófono y me lanzara uno de esos discursos incendiarios. Pues corrí solo y cuando me faltaban apenas unas cuadras para llegar, encontré una plomazón increíble de parte de la policía que venía avanzando a todo dar hacia Miraflores. Me metí en un zaguán de una casa a esconderme asustado de tanto disparo, y no salí hasta que de pronto cesó el tiroteo. Los policías, que venían avanzando y que evidentemente por un drama que hasta hoy sigue presente en Venezuela, tenían más entrenamiento en combate que el propio Ejército y sabían moverse mejor en enfrentamientos y esas cosas, así que si se hubieran propuesto acabar con el alzamiento, no tengo duda que lo hubieran logrado. Pero hubo alguna orden, alguna decisión, que los obligó a retirarse. Ese fue el comienzo del triunfo del golpe. Años más tarde conocí al jefe de la Policía quien por cierto era el padre del ex Ministro de Defensa cuando el golpe de estado de 1992, el General Fernando Ochoa Antich, y le pregunté el porqué de esa decisión de retirarse si evidentemente, por lo que yo mismo vi, podían haber derrotado al alzamiento. Nunca me contestó. Guardó silencio pero con una sonrisa de picardía que me llamó muchísimo la atención y me convenció de que el espíritu democrático de Medina tuvo que haber jugado en ese momento, porque más que una victoria, fue una rendición.

Con un cuadro de Ernesto Guevara en la foto de Korda al fondo, en donde reza el escrito “la juventud es la arcilla fundamental de nuestra obra”, este hombre, que aún espera la vida con la alegría de un muchacho y que tiene intacta la capacidad de sorprenderse como el más nuevo de los adolescentes, impacta con la sentencia de despedida que nos disparó sin titubeo, con sarcasmo y temeridad, y sin que mediara algún silencio reflexivo: “de algo hay que morirse”.

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