Las últimas actuaciones del TSJ, condensadas en las sentencias 155 y 156 de la Sala Constitucional han ratificado lo que desde hace años es una realidad; el afianzamiento de un régimen de facto que progresivamente ha venido cercenando los derechos democráticos, en la misma proporción en la que ha hundido a Venezuela, a las grandes mayorías, en el lodazal del hambre, la miseria y la inseguridad.

No se necesitaba de mayores capacidades, ni ser un vidente para advertir lo que se avecinaba sobre el pueblo venezolano. La llegada de un militar al poder, solo podía servir para instaurar un régimen militarista y despótico. El desmantelamiento de la industria nacional, solo podía producir escasez y carestía. La ausencia de equilibrio en los poderes, solo podía servir para favorecer el saqueo del patrimonio público por vía de la corrupción, la represión y encarcelamiento de la disidencia y la violación de los derechos democráticos. La derrota del régimen en las elecciones parlamentarias del 2015, conocida su tendencia autoritaria y militarista, no podía augurar más que el cercenamiento de las atribuciones de la Asamblea Nacional.

Pero, no obstante las rebeliones populares de los años 2014 y 2016 que pusieron de manifiesto la inquebrantable voluntad y determinación de cambio del pueblo venezolano, el colaboracionismo con el régimen pudo más y, por la vía del dialogo, no solo se le oxigenó, sino que se le abrieron las compuertas para que, bajo el maniqueo argumento de la ruta pacifica y electoral, las practicas fascistas y dictatoriales se hicieran cotidianas.

Hoy, no solo se trata de exigir el respeto a uno de los poderes (como la invalidada Asamblea Nacional), se trata de exigir la restitución de los derechos democráticos que, sistemáticamente, ha venido violentando el régimen y ello solo es posible con un cambio político. Y para que pueda haber cambio político es necesario que el pueblo se organice, en frentes, coordinadoras, bloques, que debata en asambleas, una las luchas y se movilice, de manera decidida, para acumular la fuerza necesaria que propicie la salida del régimen, atenuando las posibilidades de que el colaboracionismo y el oportunismo puedan desviar a las mayorías del propósito de reconstruir a Venezuela

Creer que la validación de los partidos frente a la dictadura, que la competencia por ser los que más militancia registren, que prepararse para unas elecciones primarias o para unas eventuales elecciones regionales y municipales es lo fundamental, es no entender la dimensión y la naturaleza del régimen que usurpa el poder. Lo vital es, reitero, salir del régimen y para ello el pueblo en rebelión democrática ha de convertirse en el garante de la restitución del hilo constitucional y en la fuerza que obligue a los parlamentarios y a todas las expresiones de la oposición venezolana a acompañarle, asumiendo posiciones de vanguardia alejadas del oportunismo y la vacilación, evitando con ello nuevas frustraciones en un pueblo sediento y urgido de un nuevo rumbo para Venezuela.

No es tiempo de esperar que, sin desmeritar la importancia de sus posiciones, los organismos internacionales resuelvan, o que algunos militares lo hagan. No es tiempo de esperar que otros se arrechen, que otros hagan y de seguir cacareando que aquí nada pasa. No es tiempo de críticas y lamentos, ni de oraciones sin acciones. Ahora le toca al pueblo debatir, organizarse, movilizarse hasta convertirse en una fuerza incontenible, dotada de una dirección política y de un programa de cambio que, en lo inmediato, abra caminos para la reconstrucción nacional. Es tiempo del protagonismo popular.

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