Aunque no son de extrañar, resultan dramáticos los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Población Venezolana (Encovi) para los años 2019-2020, realizado por las universidades Católica Andrés Bello (UCAB), Central de Venezuela (UCV) y Simón Bolívar (USB).

Son conclusiones de una investigación que pasó por la rigurosidad de la recolección de datos de manera rigurosa y la utilización de herramientas pertinentes y verificables. A falta de informaciones oficiales —cuando las hay, gozan de poca credibilidad—, muy bien valen las estadísticas alternativas, más cuando se trata de las formuladas por instituciones de prestigio, muy a pesar de haber sido tan golpeadas por la dictadura. Por lo que vaya nuestro reconocimiento.

Entre las circunstancias sociales creadas por la política chavista, medidas en esta investigación, está la despoblación del país. El crecimiento vegetativo ha ido de positivo a negativo. La migración nos ha llevado a ser menos. Según este estudio, somos 28 los millones de venezolanos que poblamos el país. La pobreza se ha incrementado, al punto de que “Venezuela solo está detrás de Nigeria en materia de pobreza y desigualdad. La pobreza multidimensional pasó de 51% en 2018 a 64,8% en 2019. 96,3% de los hogares son pobres desde el punto de vista de ingreso. 79,3% de la población no tiene cómo cubrir la canasta de alimentos. 70% de los hogares reportan inseguridad alimentaria grave y moderada. 30% de los niños registran desnutrición crónica. 44% de la población está en inactividad económica. Casi 4 millones de niños están en situación de vulnerabilidad, y no tienen garantía en su derecho a la educación”.

Estas notas son apenas las de mayor relevancia, a nuestro juicio. Aterradoras señas de la situación social de Venezuela.

La política económica, he allí el origen

Este es el resultado de una política económica erosiva del aparato productivo. Resumen la principal consecuencia de la política liberal del régimen chavista desde sus inicios. Le dio continuidad Chávez —asume el testigo Maduro—, a la política iniciada por CAP II, cuyo primer efecto fue el sacudón o caracazo del 27-28 de febrero de 1989.

Los liberales de tomo y lomo, conspicuos y religiosos pues, niegan que el chavismo haya aplicado el liberalismo. Y es que los dogmas y el anticomunismo no les dejan ver el problema en su esencia. Una de las cuestiones que dejan a un lado estos liberales, es lo fundamental de esta política. El librecambio lo debemos medir, en primera instancia, en el mercado externo. No en el interno. Y es que los importadores, requieren que sus mercancías sean realizadas. Además de que eso les permite obtener sus ganancias, pueden mantener los ritmos de importación. De allí los controles. Mientras liberalizan la economía con el sector externo y la ponen a competir con capitales más competitivos, como el estadounidense y el chino, por ejemplo, o con los países de Mercosur —para citar los que fueron más dañinos a la economía—, aplican controles para reducir todavía más, la capacidad competitiva del producto nativo. Ganan los importadores.

Mientras, los liberales, sólo ven en la protección y los controles en el mercado interno su negación, cuando es su ratificación. Pero a estas alturas, ni eso.

De allí la desertificación del aparato económico.

El librecambio es una política económica que nace con la revolución industrial inglesa. La imponen los anglosajones al mundo entero para garantizarse los mercados para su más que pujante industria. Su diversificación en la producción de mercancías que inundan el mundo entero, requiere de crecientes mercados.

Siglos antes, con el nacimiento del mercado mundial, surge el proteccionismo. Antes de ese hecho, el intercambio se realizaba con base en la ley del valor. Era natural el asunto. Luego, con el surgimiento de los Estados Nacionales y el mercantilismo, la cosa se hace compleja. Se erige el andamiaje de la protección. Se protegen los mercados interiores y la disputa se hace a muerte.

Luego, el librecambio inglés se va imponiendo contando esta economía con un arma poderosa, la competitividad y la diversificación. Se levanta el andamiaje liberal. Más adelante hacen lo mismo los estadounidenses y ahora los chinos. El librecambio, además, impone una división del trabajo a escala internacional, a su medida.

Para los países débiles, el liberalismo, el neoliberalismo —como lo quieran llamar, es la misma cosa—, ha traído nefastas consecuencias. En Venezuela, a raíz de la caída de los precios del crudo y de la producción y esta transición a la que induce el chavismo de convertir a Venezuela en una economía petrolera-minera, agudizó al extremo la cosa, opacando la experiencia del 89.

Sin embargo, los fríos números que arroja la investigación sobre la circunstancia venezolana, resultan poco dramáticos, en comparación con el dolor que se anida en el alma de tanta gente pobre que pasa calamidades que resultan difícil de ser descritas. Bastante la dibujan en la cotidianidad los venezolanos en sus correrías en búsqueda de alimentos o medicinas y en sus tristes rostros. Aunque a momentos airados.

Así siembra el odio la dictadura. No requiere de ayuda en la materia. Y es que “el odio no se manifiesta de pronto, sino que se cultiva”. Las cifras que arroja la investigación de Encovi, abona el sembrado. Luego, ¿hay que castigar a quienes hacen la investigación, o a quienes denuncian este estado de cosas?

La represión y la prisión de Nícmer

A la hora de dar cuenta de estas letras, recibimos el video cuando Nícmer Evans era detenido por el Digecim. En grabación realizada por él mismo, además de mostrar firmeza frente a sus captores, no pierde oportunidad de formular las denuncias de rigor contra la dictadura. La detención del dirigente político ya estaba cantada. No le perdona el régimen las denuncias que viene reiterando. No le perdonan que haya pasado a las filas de quienes luchan por conquistar una nueva democracia. Tampoco que haya sido baluarte en la creación de la Plataforma Nacional de Conflicto, cuya consolidación se ha convertido en una alternativa para encauzar las luchas de los trabajadores venezolanos. Tampoco le pueden eximir que no los haya acompañado en la farsa electoral que andan montando con personajillos de baja ralea.

Apela la dictadura al expediente del odio. Vaya cosa. Acusan a Nícmer de promoción al odio. Creativa manera de tratar de acallar la disidencia. De silenciar la oposición.

Buen momento para la dictadura para arreciar la represión: El confinamiento; el incremento de la pandemia, el número de casos lleva a extremar medidas que les sirven también para sus perversos propósitos. Mientras, la oposición dividida, desarticulada. Es el momento oportuno para más tropelías. Hay disidencia que resume un potencial que debe ser neutralizado de manera temprana.

Un tanto paradójica la cosa, cuando es la política del gobierno y sus consecuencias, como lo plasma la investigación de Encovi, la que siembra el dolor y odio en mucha gente. No solamente se trata de los pobres de siempre, también se suma la de millones de ciudadanos que formaban parte de los sectores medios de la sociedad, al engrosar las filas de los pobres.

Siembra odio la dictadura, con el cinismo que ostenta el dinero mal habido. Siembra odio un presidente cuando recomienda a la gente que vea Netflix. En medio del hambre, qué Netflix ni que ocho cuartos. Si no hay pan, buenas son tortas, dice María Antonieta a los hambrientos parisinos, según la mitología que se arma, días previos a la revolución francesa. El telúrico estremecimiento social cercenó su bello cuello.

El odio es un sentimiento negativo que se siembra. Su estímulo, como el del resentimiento, lo encontramos en las condiciones de vida de la gente. Es un asunto primitivo, ciertamente. Prende en las masas y debe ser orientado. Como señala el gran psiquiatra Carlos Castilla Del Pino: “el odio se suscita por el mal que se nos hace, no como en la envidia, por el bien… por la cualidad que el envidiado posee…”. Y vaya que tanto mal se le ha hecho al pueblo venezolano. Al país y a la sociedad toda. Pocos han sido los que han aprovechado en medio de este drama que no concluye.

El fascismo, en cualquiera de sus manifestaciones, las dictaduras con sus rasgos fascistas como la chavista, siembra odio, por el mal que le hacen a la gente y entre sus filas para convertirla en fuerza material contra sus oponentes. Pero no logra que se anide en la conciencia de quienes los enfrentan desde posiciones avanzadas.

Muy a pesar del odio que siembran los fascistas, nada pudieron contra la poesía de Miguel Hernández. Una de sus obras más bellas, Nanas de la cebolla, escrita en la cárcel Torrijos de Madrid, es una de sus tantas muestras de amor, a pesar de la cercanía de la muerte. En el cine, difícil encontrar obras de la talla de El laberinto del faunoLa lengua de las mariposasEl Lápiz del carpinteroLas trece rosas. El odio franquista contra el pueblo, no lo indujo entre los creadores de los cuentos y novelas, o en quienes narraron los hechos que inspiraron los guiones que son realizados en bellas obras del celuloide.

Y es que, en las conciencias más elevadas, no logra penetrar el odio como sí el desprecio en su sentido lato de considerar a una persona indigna de ser apreciada desde un sentido humano y, por tanto, rechazada. Cómo no despreciar, en ese sentido, el cinismo de los poderosos sin humanidad. De los poderosos sin alma. De los poderosos tan pobres de espíritu. De los poderosos que, a pesar de no contar con carisma alguno, se hacen los graciosos, sin esconder su cinismo.

Julius Fucik en su Reportaje al pie de la horcada cuenta de cómo vivir hasta el final frente a estos despreciables, dejando una huella imborrable contra los fascistas de todo pelaje, cuando dice “hemos vivido para la alegría. Por la alegría hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza jamás vaya unida a nuestro nombre… hombres: os he amado. ¡Estad alerta!

En solidaridad con Nícmer Evans.

Publicado en El Pitazo

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