La desaparición de sueldos y salarios de buena parte de los trabajadores que cumplen funciones en el Estado venezolano, deja una secuela de hechos que debemos atender. En entrega pasada ya dimos cuenta de algunos de ellos. No todos. Hay otros, de relativa mayor complejidad, que debemos ubicar en esta oportunidad. Por lo que debemos plasmar algunas categorías que explican estos respectos.

El salario es el precio de una mercancía específica. Es el precio de la fuerza de trabajo. Esa condición humana para convertir los objetos de trabajo en valores útiles que, bajo el capitalismo es una mercancía concreta. Pero también deben recibir un emolumento similar, proveniente del erario público, quienes echan a andar la maquinaria estatal. El salario es lo que se le paga al trabajador para que se reproduzca. Luego, lo que reciben los empleados públicos no son sueldos y salarios en la Venezuela de hoy. Se convirtió en un pequeño emolumento que para muy poco alcanza.

De allí la importancia de atender el concepto de salario y lo que encierra.

La fuerza de trabajo. Su valor de cambio. Los sueldos y salarios del trabajador público
El valor de cambio de una mercancía supone el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Igual sucede con la fuerza de trabajo. Sólo que el valor de cambio de nuestra mercancía objeto de análisis, la fuerza de trabajo, se resume en el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción del conjunto de bienes y servicios que permiten la reproducción del trabajador y su familia. De allí el salario del trabajador productivo. De aquel que produce plusvalía. Mientras, el que se le asigna al trabajador público proviene, no de la labor productiva, del proceso de revalorización del capital, sino del presupuesto de ingresos del Estado.

En el proceso productivo y en el proceso de reproducción de las condiciones materiales y subjetivas del orden imperante, a través del Estado, se realiza el trabajo humano de manera general y concreta. Esto es, el trabajo de quienes cumplen labores subalternas y de quienes deben especializarse para funciones complejas. Así, el trabajo simple y el trabajo complejo, se armonizan para la producción de los bienes y servicios. Para la revalorización del capital. Igual que se hace en las labores que demanda el proceso de trabajo para el funcionamiento del aparato de Estado.

Para el ejercicio de labores que no demandan de mayor escala de especialización, se requiere de un trabajo simple. De poca especialización que no sea la condición física y mental, de aptitudes elementales pues. Un tipo de trabajador cuyo valor de cambio se ajusta a determinadas condiciones históricamente determinadas. Mientras, las labores que demandan de mayores niveles de especialización, que potencian el proceso, requerirán de trabajos más complejos. Por tanto, demandará trabajadores para tales efectos. Lo que se ha dado en llamar profesionales y técnicos. Trabajadores más especializados. De mayor formación.

Por lo que el valor de cambio del trabajador abocado a labores simples, es menor que el propio para quienes realizan labores que demandan una mayor formación, universitaria, pongamos por caso. Se van a objetivar en el proceso de formación condiciones diversas para el trabajo, unas más elevadas, de mayor valor que otras. De allí las diferencias salariales. Y es que la formación de un ingeniero, supone un proceso educativo y formativo mucho más largo y denso, al que se requiere para formar un trabajador que se va a dedicar a labores que suponen menor componente intelectual y técnico.

Por lo que el valor de cambio de un profesional es mayor al de un obrero o trabajador en labores simples. Un profesional, solamente para mantener su actualización, debe estudiar, adquirir bibliografía, entre otras condiciones. Requiere bienes y servicios en mayor cuantía y de más calidad. De allí que su salario deba ser superior. Eso es así en el capitalismo e, incluso, en el socialismo. Con todo y que, con la superación de las relaciones imperantes, se busca reducir brechas con base en el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas materiales, que resumen una generalización de la educación y formación profesional y elevación de las condiciones de vida de toda la población.

Sin embargo, en Venezuela, esto no está contemplado bajo la dictadura chavista, al menos en la administración pública. En buena medida esto se ha extrapolado a la empresa privada de manera generalizada, hasta llegar con mayor ímpetu a la empresa estatal. Se aplanaron los salarios hacia abajo. Dentro de ese engaño pedestre de un supuesto socialismo. El aplanamiento llegó a este extremo en que no existen sueldos y salarios, ni para unos ni para otros.

Sin embargo, el trabajo social no se mide con base en estas especificidades. Por el contrario, el trabajo complejo se subsume en el trabajo simple. Al punto de que el empresario, por ejemplo, en caso de que deba disponer de mayor trabajo complejo, prescinde de trabajadores de baja especialización para mantener su cuota de beneficio. Por lo que, a momentos, debe sobreexplotar a quienes cumplen labores menos complejas. Y es que, como indica Marx: “El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple”. Pero sucede que el capitalista paga una nómina en cuya sumatoria se contemplan unos y otros trabajadores. De allí que deba ponderar el uso de uno u otro tipo de trabajador, toda vez que los salarios son diversos con base en una gradación que va de los trabajos más simples a los más complejos. Pero en el proceso de producción no se distingue entre unos y otros, que no sea para la división técnica del trabajo y la demanda que supone uno u otro tipo de trabajador. De resto, es el trabajo abstracto lo que determina la unicidad para el proceso. De allí calcula el dueño de los medios de producción lo que invertirá en fuerza de trabajo. Igual sucede dentro de los procesos de trabajo dentro del aparato de Estado, sólo que allí no revaloriza el capital.

Parte del deterioro de los servicios obedece al hecho de que los trabajadores en general abandonan el empleo en el aparato estatal. Sobre todo los profesionales a todas las escalas y sectores y servicios, dada la desaparición de los sueldos y salarios.

Clap y bonos

De otro lado, con eso de las bolsas Clap, cada vez más escuálidas en su contenido, junto con los bonos vía página y carnet de la Patria, buscan administrar una mengua que ya ni para eso dan. Este tipo de políticas, aún las más eficaces en tiempos de AD y Copei en el poder, y en los primeros lustros de chavismo, se inscribe dentro de una política que han dado en llamar populista, aunque en realidad son a favor del capital. Karl Polanyi, en su obra La gran transformación, atiende este asunto del salario y sus “compensaciones” de manera rigurosa. Establece claramente cómo los emolumentos que brinda el Estado capitalista, bien como subsidio directo, establecimiento del seguro de paro forzoso, como buenos ejemplos, le brinda una condición adicional al capitalista para rebajar el salario del obrero bajo su látigo. Recordemos que el valor de la fuerza de trabajo es el resultado de las condiciones de reproducción del obrero, si el Estado produce medidas que permiten algo de esas condiciones, eso no significa que mejorará el salario real de los trabajadores. Simplemente el valor de la mercancía fuerza de trabajo cae en su precio porque ha caído su valor de cambio. Emblemático resulta al respecto cuando caen los precios de algunos alimentos en el mercado internacional y es importado por algún país con una clase obrera numerosa. Pues bien, eso significa que, como los alimentos son más baratos, el valor de la fuerza de trabajo cae, porque baja el valor de las mercancías que forman parte de su reproducción.

En nuestro caso, la dictadura, administrando la mengua, logra el objetivo de ayudar en la caída del salario del obrero de la producción de bienes y servicios. Pero, además, mantiene a buena parte de los empleados públicos sin salarios.

Recordemos, además, que la adquisición del contenido de los Clap supone gastos que se cubren con base en el presupuesto del Estado. Esto es, los recursos salen del bolsillo de la gente. Con ello, no solamente se les brindan mejores condiciones a los dueños del capital para explotar de mejor manera al obrero, sino también para afianzar la pena a la que somete la dictadura al trabajador púbico de arrebatarle el salario. Para que no muera de mengua le brinda una Clap cuyos recursos para su adquisición salen del presupuesto de gastos.

Pero la crisis se profundiza todavía más. La pandemia agrega algo. La destrucción del aparato productivo, el saqueo al que fue sometido el erario público, la ineficacia estatal para atender los servicios, en buena medida desmantelados por las hordas corruptas, fuerzan a que la reconstrucción deba ser obra de gente honrada y honesta, eficaz y con las ideas que garanticen que el desarrollo posible se alcance de manera soberana. Que la reconstrucción no suponga más sacrificios para el pueblo. Más dependencia del capital financiero…

Nuevamente el pueblo da muestras claras de rebeldía en la calle. A pesar de la pandemia, como debe ser, la gente manifiesta su disposición a la pelea.

Por lo que es apremiante definir una estrategia clara. El objetivo estratégico, una vez más lo reiteramos, debe ser claro: salir de Maduro de manera Constitucional. Esconderlo no ayuda.

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