La elección fraudulenta chavista y la consulta popular convocada por la oposición se convierten en el epicentro de la política en estos días. Copa la atención política venezolana, en medio de claras muestras de escepticismo, desconfianza e indiferencia de quienes se colocan de un lado y del otro. Si nos atenemos a las encuestas que han propagado sus indagatorias, la mayoría de los ciudadanos está al margen de esos hechos. La gente en la calle lo expresa más claramente.

Lo adelantado hasta los momentos arroja como resultado que la inmensa mayoría de los venezolanos rechaza la dictadura. Es más, pareciera que rechaza a la dictadura, pero no confía en la oposición.

Las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los venezolanos son suficiente motivo como para que la farsa electoral montada por la dictadura sea un fracaso rotundo. Resulta sencillo vaticinar unos resultados escuálidos, aunque por la vía del fraude electrónico y de la suplantación de votantes modifiquen los resultados. Al menos eso es lo que de antemano queda como verdad absoluta en la inmensa mayoría, dada la poca credibilidad con que cuenta el gobierno y quienes les hacen comparsa.

El secuestro de las siglas de los partidos merma aún más la disposición de la gente a participar en la farsa. Abunda esta determinación en la condición írrita de la estafa.

De allí que ese proceso seudoelectoral de antemano esté condenado, aun con la consabida trampa para torcer los resultados.

Los impostores que se quedan con las siglas de los partidos, o de quienes sucumbieron frente a las mieles que brinda el despotismo, muestran su condición de pequeños seres de la historia, figuras de pacotilla. Le arriman el hombro a la dictadura y se convierten en cómplices de la más grande estafa a pueblo latinoamericano alguno. Engaño que ha conducido a una crisis con efectos de tal magnitud que pasará a la historia como la más oscura y larga noche.

Además, se trata de un proceso que nada ofrece a los venezolanos. Elegir una Asamblea Nacional, más allá de ser írrita, no va a incidir positivamente en nada, en relación con las condiciones de vida de los venezolanos.

Pero, a toda costa, la dictadura ya tiene montado el tinglado. Luce seria la cosa ya que sus amos del exterior -valga decir, chinos y rusos- le exigen algo de legalidad, sobre todo por la llamada “ley antibloqueo”, que representa un acto de entrega de soberanía sin parangón en la historia venezolana y latinoamericana. Interesados en que se siga traspasando buena parte de las riquezas y empresas al capital chino, ruso, turco y otros socios, dándole continuidad al saqueo, pero con un tantico más de legalidad.

La ley en cuestión representa el afianzamiento de una política que convierte a Venezuela toda en una “zona económica especial”. Esto es, la desregulación de las relaciones del capital con el país para la explotación de sus recursos naturales y humanos. Jugoso atractivo que, mientras afianza el escudo de los chinos y rusos, sirve de anzuelo para atraer capitales de otras potencias imperialistas. Jugada que tiende a neutralizar políticamente al bloque europeo en torno de la dictadura.

Y es que los efectos de la ley ya tienen algo de desarrollo, sobre todo en la minería. Aunque ya son varias las empresas que están siendo entregadas al capital internacional, sobre todo chino, aunque ya los iraníes parecen haber sido beneficiados con Lácteos Los Andes.

Por eso, el resultado cuantitativo de este proceso, bien maquillado, puede alcanzar una expresión cualitativa. De allí la puja. Aunque no haya credibilidad acerca del número de participantes en la farsa electoral, querrán presentar el dato abultado, como expresión de la más amplia voluntad popular.

De allí la importancia de propinarle una derrota a la dictadura. Hacerle resistencia a la política de entrega es un deber de todos los que la enfrentamos.

La oposición

Sin embargo, la circunstancia política venezolana no ha sido aprovechada por la oposición, tomada como conjunto. Pues el sectarismo y la cortedad de miras limitan su capacidad para aprovechar el momento y actuar en consecuencia para el desalojo de la dictadura.

De allí que la oposición, al menos los factores hegemonistas, deja dudas acerca de sus intenciones. Muchos se preguntan sobre si en verdad quieren salir del gobierno. Es que por erráticos dejan esa señal. Además, no contribuyen con el ensamblaje de una instancia unitaria democrática. Los intentos naufragan, de manera temprana, con el peso del sectarismo a cuestas y la conducta hegemónica.

Ahora bien, las condiciones no pueden ser más apremiantes. Pero también son favorables a una política ofensiva para derrocar este poder espurio. Las condiciones objetivas y subjetivas, más que favorables y apremiantes, demandan una conducta contraria a la que vienen realizando quienes asumen la propiedad del territorio opositor.

El interés de los factores políticos en mejores condiciones materiales, por los recursos que manejan, no es la unidad. Es una exigencia la congregación de todas las fuerzas políticas contra la dictadura. Pero, al imponerse la indolencia y la confusión como política, difícilmente se logre concitar fuerzas políticas y sociales, más allá de sus cuatro siglas.

Tampoco se busca la configuración de una dirección política capaz de realizar una estrategia eficaz contra la dictadura. Menos aún luce interesada esa oposición en definir esa estrategia. O no cuenta con la cultura para hacerlo. Pero, sobre todo, parecen no tener esa intención. Lucen inclinados a asumir la máxima de Eudomar Santos: como vaya viniendo vamos viendo.

A momentos asumen las orientaciones empaquetadas desde el exterior, sin tomar en cuenta siquiera nuestra idiosincrasia, composición de clases y problemas concretos de la gente, por lo que la ineficacia no se hace esperar.

Ciertamente, mantener una maquinaria costosa requiere recursos. Pero las tareas políticas de la oposición deben ir dirigidas a otro destino. Se trata de desalojar la dictadura, no de resolver las ansias pecuniarias de ningún factor.

Eso explica en buena medida que sean muchos los ciudadanos que no ven a la política opositora como una salida, como una solución. Más que eso, se sienten defraudados con cualquier iniciativa que de allí provenga. De allí la pérdida de simpatías, la indiferencia y hasta el desprecio de mucha gente.

Tampoco cuenta la oposición con un programa que no sea la idea de salir de Maduro. Y ya ni eso se cree mucho. Esa carencia limita las posibilidades de levantar entusiasmo en las masas. Sin embargo, si al menos se fuese consecuente con esa idea como base de la unidad, bien se podría consolidar un escenario.

Pero tampoco cuenta la oposición con una política concreta para atender la circunstancia actual. No hay definiciones estratégicas ni tácticas.

Luego, la fractura de la unidad, producto del sectarismo, el hegemonismo y la carencia política, se hace cada vez más notoria. La superación de esta circunstancia es un reto que debemos asumir las fuerzas políticas y sociales en verdad comprometidas con el derrocamiento de la dictadura.

Pese a todo, en estas circunstancias no queda de otra que manifestarse en la consulta. Una elevada participación significará una derrota más clara del chavismo, toda vez que, además de que no podrán montar un fraude muy grande, se pondrá en evidencia la disposición de la mayoría por salir de la dictadura.

El camino descrito por la disposición de la dictadura de seguir en el poder a toda costa, con el fracaso de la farsa electoral y la eventual muestra de la gente en la consulta, allana el camino de la rebelión como alternativa.

De allí que la oposición deberá dar pasos en la dirección correcta. Ello supone, inicialmente, la disposición real para la unidad. No solamente se trata de la unidad de las fuerzas políticas. También supone la unidad de las fuerzas y movimientos sociales en torno de una política contra la dictadura. Así, la confluencia política y social podrá labrar el camino de una nueva unidad verdaderamente democrática. Permitirá entronizar las ideas unitarias avanzadas. La unidad con base en la democracia y el respeto, en una ética sustentada en el interés colectivo y no de las franquicias ambiciosas de una hegemonía crematística que nada brinda a la política por la democracia.

A sabiendas de que no existen posibilidades de acordarse en torno de un programa alternativo para el desarrollo y el bienestar, la unidad se debe afincar en torno de: 1. Por una nueva democracia donde imperen amplias libertades políticas, 2. Elecciones democráticas. 3. Libertad de los presos políticos y el regreso de los exiliados.

Entre el 7 y el 12 de diciembre, los trabajadores, que sufren de la más grande explotación y salarios miserables; los empleados de la administración pública, que no reciben salarios; los trabajadores por cuenta propia; los pequeños y medianos propietarios; los estudiantes; todos los sectores oprimidos por la dictadura, debemos participar en la consulta, como un paso más para echar las bases de una nueva unidad y la rebelión popular.

Publicado en El Pitazo, 30/11/2020

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