Ha ganado la izquierda», «la derecha logró la mitad de los votos». Sobre Colombia hoy se teje la misma fábula que antecedió al chavismo en Venezuela, pero con una diferencia sustancial: el extremismo furibundo que caracteriza a los de izquierda y a los de derecha en su denuncia del uno al otro, porque mientras más irracional es la crítica, menos verídica es en realidad. Son caras de la misma moneda, antónimos de sí mismos.

El resultado en Venezuela es que nada cambió para quienes anhelaron un país mejor. Más bien los males que empujaron a la población a empellar un cambio a través de su voto por Chávez, hoy son espantosa e irremediablemente peores. Irremediables, porque el cambio que requiere ahora alcanza niveles estructurales que anteriormente no se hubiesen requerido, dado los niveles de destrucción de la nación.

Para los cambios profundos, lo peor de la realidad debe manifestarse y es allí, en el fondo más abismal, cuando al fin despierta la conciencia humana para salvarse, porque los pueblos no suelen ser suicidas por siempre, aunque sí circunstancialmente, ya que su búsqueda del bienestar nunca está bien consustanciada con su capacidad predictiva y de conciencia elevada. De ahí la inexorable necesidad de una dirección política, una vanguardia.

Pero la «vanguardia» de izquierda que representa Petro al menos ha dado un paso hacia la franqueza, lo que puede ser importante para los pueblos de Latinoamérica. «Nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia». Con estas palabras abrió el recién electo presidente su camino como gobernante en el vecino país. No solo evidencia que con Petro no habrá cambio de nada sustancial, sino para peor, ya que el cambio que reclama el pueblo de Colombia, así como el de Venezuela años atrás, no se expresa en un cambio como el ya sucedido en nuestro país: el de pasar simplemente a nuevos amos de las riquezas y nuevos nexos de dependencia internacional, más alineados al bloque chino y ruso. Basta la sentencia primera de Petro en su discurso triunfal el día domingo para saber hacia dónde va.

Los trabajadores y los que han luchado en Colombia por un cambio hacia el progreso, la justicia y el bienestar, verán, como en Venezuela, truncados sus sueños. La barbaridad que blande Petro en su argumentación es que «Colombia necesita desarrollar el capitalismo para salir del feudalismo». Esta retórica no busca sino congraciarse con los nuevos amos y alejar los sustos de algunos iniciados. Es un discurso para ignorantes que busca afianzar la idea de que efectivamente ganó «la izquierda» y que derrotada la derecha, feudalista y atrasada, ahora habrá cambio. Pero no. Quien sabe algo de historia y economía, sabe que lo que dice Petro es una retórica para embaucar, apoyada sobre el discurso dominante entre las mayorías. El maniqueísmo entre izquierda y derecha, ontológica y esencialmente falso.

En Colombia ni en Venezuela hay feudalismo. El capitalismo y el tipo particular de capitalismo dependiente y semicolonial ya ha sido afianzado en Venezuela y será afianzado en Colombia. Lo sabrán los jubilados vecinos cuando, pasados unos años (quizás meses), se vean en el espejo de los que luchan hoy en Venezuela por su compensación tras años de trabajo y sacrificio. Los trabajadores colombianos, como los venezolanos; las mayorías empobrecidas de nuestros países, nada tienen que esperar de Petro ni de ninguna izquierda «renovada y esclarecida», porque son solo una estafa retórica para las mayorías. Lo que nada tiene que ver con que no exista la necesidad de derrotar al capitalismo y su voracidad destructiva sobre nuestros países. Solo que con esos embaucadores no es ni será el camino de la emancipación.

Colombia hoy inicia el mismo camino que Venezuela, pero con la amarga experiencia del chavismo como soporte intuitivo, lo que puede hacer más peligrosa la sinuosidad de ese revisionismo de izquierda sobre nuestro continente. Los pobres de nuestros países siguen urgidos de un cambio. Petro representa un cambio, pero no para quienes lo llevaron a la presidencia, sino justamente para los que supuestamente eran el enemigo a derrotar de quienes lo acompañaron.

La oligarquía colombiana, el ficticio enemigo, puede estar tranquila. Son los 11 millones de colombianos que sueñan con haber cambiado la historia, los que tendrán ahora el reto de la desilusión, como lo tuvimos 20 años después, los venezolanos. Pudiera ser un camino más corto si nuestra experiencia sirve de consejo. Pero ya lo advertimos algunos con Chávez antes de su elección: son una estafa para los pueblos de América.

Tomado de El Pitazo

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