¿Qué es verdad? Hoy parece que ni si quiera la pregunta es relevante. Es la que se quiera creer. La que tenga a mano el Breaking News de la cotidianidad. El poder establecido y los medios contribuyentes, facilitan mayor «atención» a las cosas «importantes» mediante la masificación. Junto a esto, blanden espadas algunos defensores de lo veraz. Pero la retórica de «lo irrefutable» colma los pasillos del debate cotidiano, ni hablar del histórico. Y en ese debate, emerge lo que pudiéramos llamar la microverdad, masificada por una herramienta fabulosa de 280 caracteres que hace más verosímil una tergiversación. La amplificación de la posverdad, maravillosa, por supuesto, para el poder fáctico.

La llamo microverdad y no solo se limita al Twitter. Es la adaptación segmentada y conveniente del mundo objetivo. La falsificación imperceptible del mundo real; el resumen del universo en consignas. Al reducir la verdad a una pequeña parte, ésta pierde su relación con la totalidad y su posibilidad dialógica con el pensamiento. Siendo que las sentencias sean verdaderas o falsas, lo que destaca es que la retórica segmentada logra que esta relación no sea relevante. Y la verdad, como síntesis dialéctica entre la totalidad objetiva y el pensamiento, pierde sentido de manera imperceptible. Todos celebran el sentido práctico del instrumento. La bacanal de la palabra embriaga con forma y velocidad al contenido y nos lleva a ese sentido nanométrico en el que la realidad es la que cada quien quiere y puede asimilar.

Esta herramienta llamada Redes Sociales combina dos esferas fantásticas que torcieron desde sus comienzos la condición de lo objetivo: los titulares (sentencias) y la posverdad derivada. La tenue línea divisoria entre lo que puede ser aparentemente verdadero y no ser real, y lo que siendo real puede aparentemente no ser verdadero, se diluye en el mundo de la microverdad y no deja lugar a dudas. La absolutización del mundo se condensa en la práctica y deslumbrante herramienta de la sentencia, la consigna. La línea de tiempo de las microverdades no es una integralidad verosímil sino para acuciosos. El mundo ahora se presenta fragmentado, axiomático y cómodo. Se hace estúpidamente confortable.

Algunos periodistas dispuestos a defender la verdad y su relación vitalmente armónica con la realidad, han viralizado el chequeo de noticias falsas y permitido asomar la cabeza de un debate que tiene el tamaño del mundo. De esos poquísimos dispuestos, no todos (por tanto, muchos menos) están decididos a llevar esto hasta «sus últimas consecuencias», ni tienen el instrumento para lograrlo. Además ¿chequearán todas las mentiras o solo las posibles o convenientes de descubrir? En esto hay elección. Porque el silencio también es una forma de mentir.

Por otra parte, los matices con los que se legitima la mentira son de una sutileza cada vez mayor. Frente a cada noticia, solo la auctoritas de determinado medio o fuente saca a flote la verdad que, al menos a un pequeño grupo de acuciosos, permite tangencialmente conocerla en toda su extensión. Pero ¿y qué sería de este ejercicio de defensa de la verdad sin este instrumento de difusión masiva, las RRSS, el mismo que es justamente sepulturero de la verdad?

Esto abre entonces la reflexión: la verdad está hoy sujeta y limitada a la posibilidad de que sea expuesta, masiva y eficientemente, ante el mundo. Quienes tienen a disposición esa posibilidad pudieran preferir mentir. Este es el increíble reto para los mortales, sin poder ni recursos, al defender la verdad del interés político y/o económico imperante.

Desde la microverdad hoy se fraguan héroes artificiales o se elevan a héroes los renegados. Se condena al olvido grandes acontecimientos o se reconstruyen de manera absolutamente falsa; se moldea el pasado para justificar cierta verosimilitud de un presente también falsificado. Es un ejercicio permanente que se va haciendo cotidiano, se va asimilando como conducta “normal” en la sociedad. La duda se va haciendo sospechosa, traidora, un cuerpo extraño, y se enseñorea el fascismo del que la mayoría se hace practicante. Foucault lo advertía en la microfísica del poder, esa fuerza que adquiere vida propia en la sociedad más allá de la dominación directa; lo dado, la norma. El mundo sigue el curso que la posverdad ha ido construyendo de facto.

Imaginemos ahora la sumatoria de mentiras que se abrieron paso a lo largo de los siglos, apalancadas por la eficiencia de la herramienta que media entre la sentencia de alguien, su interés político y económico, la verdad, y el resto del mundo y sus generaciones presentes. Visto así, ¿No debemos tener al menos la decencia de dudar de todo lo que se nos presenta como verdad, incluyendo acusaciones, crímenes, holocaustos y tragedias que quizá simplemente no existieron, o al menos no como se presentan hoy? Imaginamos por un segundo que los victimarios pudieran haber transferido sus implicaciones a otros, con el recurso aplastante que les brinda el poder. La duda, entonces, es hoy la más revolucionaria de las acciones frente a la microverdad de cada titular, cada sentencia, cada tuit.

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