Sobre el concepto de materialismo filosófico
En estas líneas intentaremos explicar brevemente en qué consiste la
filosofía materialista, así como su significado histórico.
Comencemos desmintiendo el prejuicio
que parece esconderse tras la palabra “materialista”. Se suele creer que
materialista es aquel que siente aversión por todo tipo de valores morales y
por todas las sutilezas nobles del alma, entre ellas, desde luego la filosofía
y el saber, inclinándose en favor de una vida libertina, inundada de goces,
placeres y posesiones materiales (autos, celulares y toda clase de lujos).
Pero en filosofía los conceptos
adquieren un significado muy diferente al que solemos darles en la vida
cotidiana. Materialista es sencillamente aquella corriente filosófica que
intenta explicar el mundo a través del mundo mismo. En este sentido es que
debemos comenzar a reconocer al materialismo como la única filosofía científica
en sentido estricto.
No es por ello casualidad que el mismo
nacimiento de la filosofía haya revestido esta forma. Los primeros filósofos,
los jonios (Tales, Anaximandro, Anaxímenes), fueron también los primeros que se
atrevieron a buscar una explicación racional del mundo; y esto significa, ante
todo, el prescindir de cualquier mito o idea fantástica para entender la
realidad: “[…] concebir materialistamente la naturaleza no es sino concebirla
pura y simplemente tal y como se nos presenta, sin aditamentos extraños, y esto
hizo que en los filósofos griegos se comprendiera, originariamente, por sí
misma”. [1]
Más adelante, la filosofía se desdobló
entre dos vertientes: el idealismo filosófico (la contraparte del materialismo)
asomó la cabeza por vez primera sobre la historia. Pitágoras y Platón fueron
sus representantes más destacados. Toda concepción filosófica que se sitúe
fuera del punto de vista materialista, pese a la diversidad de formas que pueda
revestir es, en resumidas cuentas, idealismo filosófico. [2]
Dicha así la cosa resulta bastante
simple. Si lo que se pretende es explicar el fundamento del mundo por el mundo
mismo, estamos en presencia de una doctrina materialista; si recurrimos a
fuerzas externas sobrenaturales, mítico-religiosas o a la simple consciencia
individual subjetiva para encontrar el fundamento último y definitivo del
mundo, somos idealistas.
No obstante, difícilmente encontraremos
expresadas en las distintas escuelas filosóficas tan clara y magnífica
delimitación. Cualquier filósofo podría presentar una teoría
científico-materialista de la naturaleza, y situarse en un punto inconfundiblemente
idealista en el marco de su doctrina social, para poner solo un ejemplo.
El materialismo como punto de vista
científico capaz de recrear un cuadro coherente del universo en el pensamiento,
ha estado siempre comprometido a los intereses de las clases progresistas y
revolucionarias de cada época. Esto es visible ya en la antigüedad clásica.
Después de los jonios, fueron materialistas pensadores de la talla de Leucipo,
Demócrito, Anaxágoras, Heráclito, Epicuro, entre otros.
Leucipo (quien hace más de 2000 años
habría descubierto el átomo) veía ya la generación del universo como el
producto de la interacción de fuerzas naturales actuantes desde toda la
eternidad; [3] un principio en líneas generales sagazmente acertado. Demócrito,
continuador de su doctrina, negaba la eternidad de los mundos y afirmaba la
eternidad del universo, [4]pensaba que todo
estaba sujeto a la causalidad [5] y que, por tanto, podía ser explicado racionalmente. Era partidario de
la democracia esclavista, en oposición a las abiertas ideas aristocráticas
expresadas por Pitágoras o por Platón, sólo para poner un par de ejemplos. De
aquí que señale acertadamente Engels a propósito del originario pensamiento
filosófico griego:
Tenemos ya aquí, pues, todo el
originario y tosco materialismo, emanado de la naturaleza misma y que, del modo
más natural del mundo, considera en sus comienzos la unidad dentro de la
infinita variedad de los fenómenos de la naturaleza como algo evidente por sí
mismo, buscándola en algo corpóreo y concreto, en algo específico, como Tales
en el agua.[6]
Uno de los pensadores en el que las
consecuencias sociales salen a relucir con gran fuerza es Epicuro. Este
filósofo fue también desarrollador de las ideas atomísticas de Demócrito, sin
embargo, centra la especial atención de su saber en liberar a los hombres de la
ignorancia, conduciéndolos fuera de la infeliz condición a la cual tal estado
los condena. Su fin es lograr la ataraxia del pensamiento, identificando el mayor de los males con el temor hacia
los dioses en el que los sacerdotes educan a los hombres, así como con el miedo
a la muerte. El que los hombres se liberen del temor a la muerte, parece ser el
principio moral supremo para este filósofo:
Acostúmbrate a pensar que la muerte
nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en la sensación, y la
muerte es privación del sentir. Por lo tanto el recto conocimiento de que nada
es para nosotros la muerte hace dichosa la condición mortal de nuestra vida, no
porque le añada una duración ilimitada, sino porque elimina el ansia de
inmortalidad. [7]
De ahí que su discípulo el poeta
Lucrecio lo catalogara como “el libertador”:
Cuando en todo el mundo la vida humana
permanecía ante nuestros ojos deshonrosamente postrada y aplastada bajo el peso
de la religión, que desde las regiones del cielo mostraban su cabeza amenazando
desde lo alto a los mortales con su visión espantosa, por vez primera un griego
se atrevió a levantar de frente sus ojos mortales, y fue el primero en hacerle
frente; a él no lo agobiaron ni lo que dicen de los dioses ni el rayo ni el
cielo con su rugido amenazador, sino que más por ello estimulan la capacidad
penetrante de su mente, de manera que se empeña en ser el primero en romper los
apretados cerrojos de la naturaleza. Así pues, la vívida fuerza de su mente
triunfó y avanzó lejos, fuera de los muros llameantes del mundo […] En
consecuencia, la religión queda a nuestros pies pisoteada y a nosotros, por
contra, su victoria nos empareja con el cielo. [8]
Este pensamiento ejemplifica muy bien
las consecuencias implícitas al interior del materialismo; es en la finitud del
ser humano donde reside su propia grandeza, es en esta vida donde los hombres
pueden y deben ser felices; las perspectivas en una vida de ultratumba resultan
más bien aterradoras y sólo sirven para perturbar y atemorizar los corazones,
privándolos de su felicidad. En la religión el hombre se desvaloriza al poner
sobre él a un ser superior y todopoderoso que le obliga a servirle, se ve
obligado a renunciar a su propia vida terrenal en favor de una vida en el más
allá. Por el contrario, si prescindimos de esto, nos vemos obligados no a negar
la única vida con la cual contamos, sino a afirmarla.
Somos así capaces y tenemos el deber de
cifrar nuestras esperanzas sobre esta tierra y así luchar para transformarla y
forjar un mundo mejor y esperanzador. De aquí el optimismo inherente al
materialismo. En pensadores como Tales o Demócrito esto se traducía en su fe en
la perfecta cognoscibilidad del mundo, en Epicuro, en la capacidad del ser humano
para dirigirse a sí mismo.
Las dificultades para explicar
satisfactoriamente los procesos naturales, sociales y el pensamiento hicieron
que poco a poco el idealismo se impusiera sobre el materialismo.
Durante toda la Edad Media, las
tendencias materialistas desaparecieron casi por completo, se mantuvo viva la
llama, por lo menos aunque sea bajo formas místicas. Al final del periodo
medieval, poco antes de alborear la moderna sociedad burguesa, el materialismo
irrumpía nuevamente con fuerza. Hasta la misma teología se vio obligada en su
momento a predicarlo, [9] la Iglesia se dio cuenta rápidamente de la amenaza que esto significaba,
persiguiendo y condenando a las mentes más brillantes de este periodo.
Giordano Bruno ardió en la hoguera por
defender la idea de un universo infinito con múltiples mundos, algunos incluso
habitados:
He aquí, pues, como son los mundos y
como es el cielo. El cielo es como lo vemos en torno a este globo, el cual, no
menos que los otros, es un astro luminoso y excelente […] Ahora bien, estos son
los mundos habitados y cultivados con sus animales […] y cada uno de ellos no
está menos compuesto de cuatro elementos que éste en que nos encontramos. [10]
Los ideólogos de la naciente sociedad
burguesa, en ese momento revolucionaria, abrieron fuego por su parte contra el
idealismo y el catolicismo de la época, y el enconado debate sostenido por
Hobbes y Gassendi en torno a las meditaciones de Descartes son el mejor ejemplo
de ello. [11] Así hasta que llegamos por fin a los grandes materialistas franceses del
siglo XVIII (Condillac, Helvecio, La Metrie, Mandeville, Holbach, Diderot,
etc.).
El gran mérito de todos estos
pensadores fue el haber desterrado, de una vez por todas, la necesidad de
recurrir a imágenes fantásticas para explicar la naturaleza; pudieron
prescindir de “la hipótesis de dios”. Sin embargo, ahí donde teorizaban acerca
del ser humano, eran idealistas, pues se mostraban incapaces de explicar los
complejos procesos históricos.
Mientras tanto, el antiguo método
geométrico-deductivo se mostraba cada vez más incapaz de explicar
satisfactoriamente los problemas propios planteados por la revolución de las
ciencias naturales del siglo XVIII y esto, a la par de los sucesos históricos,
como la revolución francesa, posibilitó el surgimiento dentro del idealismo
alemán de un nuevo método: el método dialéctico. Sin embargo, debido a su
carácter idealista, este método, era tan solo capaz de mostrar desfiguradamente
los procesos histórico-naturales.
Fueron Marx y Engels quienes superaron
las limitaciones tanto del antiguo materialismo como de la vieja dialéctica. De
entonces acá, el desarrollo de los conocimientos científicos ha ido obligando a
la ciencia cada vez más a afrontar dialécticamente todos sus problemas. Aun ahí
donde los científicos carecen de plena conciencia, en la práctica, los hechos
les obligan a adoptar una actitud dialéctico-materialista espontánea:
La filosofía se venga póstumamente de
las ciencias naturales por haber sido abandonada por ellas y, sin embargo, los
naturalistas habrían podido darse cuenta ya por los mismos éxitos alcanzados
por la filosofía en el terreno de las ciencias naturales que había en toda ella
algo que estaba por encima de sus ciencias, incluso en el campo de su propia
especialidad. [12]
Gracias al método dialéctico, podemos
ofrecer una explicación adecuada a la historia, al tiempo que comprenderla como
un proceso sometido a repetidos conflictos y eternas contradicciones:
La Dialéctica es la teoría que muestra
como los contrarios pueden y suelen ser (como devienen) idénticos; en qué
condiciones son idénticos, al transformarse unos en otros, por qué el espíritu
humano no debe entender estos contrarios como muertos, rígidos, sino como
vivos, condicionales, móviles, que se trasforman unos en otros. [13]
La concepción materialista de la
historia consiste en explicar la realidad social del hombre partiendo de sus
condiciones materiales de vida, del modo en el cual aquellos producen y
reproducen su existencia, [14] esto significa que el resorte propulsor de los hechos históricos debe
buscarse en el desarrollo de las fuerzas productivas materiales en un modo de
producción dado.
Antes de Marx y Engels, los filósofos
explicaban la vida social de los pueblos recurriendo a sus ideas políticas,
jurídicas, filosóficas, religiosas, etc. Sin embargo, no eran capaces de
explicar a su vez cuál es el origen de las distintas ideas que en cada época se
han desarrollado. Marx y Engels respondieron por vez primera a esta cuestión
explicando que no es la conciencia la que determinaba la vida, sino el ser
social, cuyo fundamento se contenía en la base económica, lo que determina la
conciencia. [15]
La historia pudo por fin ser explicada
racionalmente. Así, los mejores frutos de la razón científica moderna
desembocaron en la concepción materialista del proletariado. Y no es casual
que, llegado este punto, la filosofía burguesa no tenga más remedio que romper
resueltamente con la ciencia para encausarse por los carriles del
irracionalismo. El proletariado es la primera clase oprimida en la historia que
opone a sus opresores una más avanzada concepción del mundo, capaz de explicar
los hechos históricos mostrando el más fiel reflejo de la realidad. Pero la
burguesía no está interesada en explicar el mundo tal y como es, sino en
deformarlo.
Es por eso que tras la quiebra de la
razón burguesa, incapaz de confesar su fracaso (lo que la obligaría a decidirse
en favor del socialismo) no tiene más remedio que declarar la quiebra de la
razón en general. Y no deja de ser casualidad tampoco que para esto tenga que
apoyarse en problemas de tipo dialécticos, los cuales naturalmente se muestra
incapaz de solucionar.
Lenin ha explicado insuperablemente
cómo, siendo mucho más rico que la más refinada de las construcciones teóricas,
el mundo material escapa siempre a una aprehensión absoluta y definitiva por
parte del pensamiento, la verdad posee un carácter aproximativo; [16] pero es este carácter aproximativo, que
no deja de reconocer su base objetiva, lo que precisamente hace avanzar al
pensamiento humano. El pensamiento burgués, al percatarse de este hecho, se
apoya en él para negarle toda base objetiva al conocimiento.
Son estos problemas de los cuales no
siempre sabemos cuidarnos. Así, por ejemplo, incurre en un craso error un
colega, el cual despojando la dialéctica de toda base objetiva, la vuelve sobre
su antigua base primitiva, incurriendo en una clara desviación
hegeliano-reaccionaria, lanzando el grito de “la vuelta a Hegel”; es decir,
depurando la dialéctica de su sólida base materialista. [17] Se trata de la misma
vieja historia de siempre. Es el fenómeno del fetichismo que reina sobre los
intelectuales burgueses y pequeñoburgueses que olvidan tener bien puestos los
pies sobre la tierra.
Estos defectos han sido ya
repetidamente vislumbrados y corregidos por el marxismo:
Es la historia de siempre. Primero, se
reducen las cosas sensibles a abstracciones, y luego se las quiere conocer por
medio de los sentidos […] El empírico se entrega tan de lleno al hábito de la
experiencia empírica que hasta cuando maneja abstracciones cree moverse en el
campo de la experiencia sensible. [18]
Así, en la moderna filosofía burguesa
tenemos: Heidegger y la pregunta por el ser; y el positivismo con su aversión
por todo edificio sistemático de ideas, por toda “metafísica”, y su culto ciego
por los hechos.
Creemos que con lo dicho el lector
puede apreciar la esencia revolucionaria del materialismo dialéctico, hay que
mencionar finalmente que el idealismo se presenta, por el contrario,
generalmente al servicio de las clases opresoras y reaccionarias, esto sobre
todo debido a que significa una huida a la realidad, cerrando las puertas a
toda transformación revolucionaria del mundo. Así, cuando proclama un reino
trascendental más alto situado fuera de los márgenes de esta tierra, generando
un ánimo de esperanzadora resignación, fe en un mundo ajeno o el retraimiento
del individuo sobre su propio ser, o presentándose como un agnosticismo, afirma
la incapacidad de comprender el mundo, de conocer las, según él inexistentes,
leyes que gobiernan la historia y esforzándose en animar el sentimiento de
confort espiritual en el individuo alejado de toda perspectiva de cambio
social.
Tal es la esencia reaccionaria de la
filosofía burguesa de los últimos tiempos, la justificación y defensa directa o
indirecta del orden existente. Y esta es tal que sobresale incluso ahí donde es
capaz de esbozar un falso gesto de rebeldía (basta con que evoquemos el amor fati de Nietzsche). Dejemos sentado, pues,
para terminar, que la actividad filosófica también entraña aquel choque de
clases que Marx y Engels hace ya tiempos descubrieron como la fuerza motriz de
todo desarrollo histórico-social del hombre, en la medida en que tampoco es
ajena a él.

Notas
[1] F. Engels: Dialéctica de la naturaleza. Grijalbo, México, 1982, p. 168.
[2] Véase. K. Marx – F.
Engels: Obras escogidas, T. II. Ed.
Progreso, Moscú, 1955, p. 367.
[3] Diógenes Laercio: Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres. Alianza editorial,
Madrid, 2007, p. 471.
[4] Ibíd., p. 477.
[5] Ibíd.
[6] F. Engels: Op. cit., p. 157.
[7] D. Laercio: Op. cit. , p. 560.
[8] Lucrecio: La naturaleza. Ed. Gredos, Madrid, 2003, p. 125.
[9] “Ya el escolástico
británico Duns Escoto se preguntaba ‘si la materia podía pensar’”. C. Marx – F.
Engels: OME, T. VI. Ed. Crítica, Barcelona, 1978,
p. 147.
[10] G. Bruno: Sobre el infinito universo y los mundos. Aguilar, Buenos
Aires, 1981, pp. 97-98.
[11] C. Marx – F. Engels. Op. cit. , p. 145.
[12] F. Engels: Op. cit., p. 173.
[13] V. I. Lenin: Obras , T. XLII. E.C.P.,
México, 1976, p. 106.
[14] F. Engels: Anti-Dühring . Grijalbo,
México, 1968, p. 264.
[15] A propósito del
derecho y la religión, Marx ha dicho: “No se olvide que el derecho carece de
historia propia, como carece también de ella la religión.” En: C. Marx – F.
Engels: La ideología alemana. Grijalbo, México,
1970, p. 73.
[16] V. I. Lenin: Obras, T. XVIII. Ed. Progreso, Moscú, 1983, p. 134.
[17] Marlon J. López: “La
ilustración y la filosofía de Hegel”. Revista Prometea, N° 1, UES,
julio-septiembre 2013, p. 73.
[18] F. Engels: Dialéctica de la naturaleza. Ed. cit., p. 200.

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