Carlos Hermoso»Chávez traiciona el espíritu del 4 de febrero»

                                                                           Carlos Javier Arencibia

     Se cumplen 20 años desde aquel 4 de febrero (4f.) en que Hugo Chávez anunciaba una derrota “Por ahora”, pues el país debía “…enrumbarse hacia un destino mejor” en una cortísima transmisión televisiva que le permitió hacerse popular de forma casi inmediata.

     Unos años después, aquel hombre delgado con voz tajante se sentó en la silla presidencial con un apoyo abrumador. Sin embargo, ese respaldo ha ido mermando y figuras de oposición que estuvieron involucradas en aquella insurrección demandan que se traicionó su espíritu, puesto que hoy se lleva a cabo un proyecto de atraso que no representa los planteamientos de aquel suceso histórico.

    Carlos Hermoso, Secretario General Adjunto de Bander Roj (BR),  fue un personaje importante en la conformación del plan establecido para acabar con la hegemonía bipartidista de Acción Democrática y COPEI aquella noche para la historia.

     Para él, esos planteamientos no se cumplieron ni en aquel momento ni ahora. En su defecto, piensa que la política del régimen actual continua lo peor de la llamada Cuarta Republica lo que compromete el presente y aún más el futuro de la nación.
 
¿Por qué apoyar el derrocamiento del presidente Carlos Andrés Pérez?

    -No es algo simple. La circunstancia histórica no estaba para derrocar a un presidente. Venezuel vivía una crisis profunda, cuyo agotamiento era una forma de dominación bipartidista que ahora llaman Cuarta
República, la cual estaba en descomposición y daba todas las condiciones para un proceso insurreccional.


¿Para llevar a cabo esa insurrección era necesaria la alianza con los militares siendo BR un partid antimilitarista?

     -No era inexorable, pero siempre hemos tenido vinculaciones con todos los sectores de la sociedad, incluyendo el militar. En ese orden nos vinculamos con el MBR-200, a través de Gerardo Rojs que estaba en el ejército de reserva.


¿Desde cuánto tiempo antes del 4f. se relacionaban con el MBR-200?

     -Como desde mayo o junio del año 1991. Eran buenas las relaciones.

¿Por qué se da entonces la traición que históricamente los sectores civiles denuncian?

     -La traición es más de espíritu del 4f. que meramente operativa. Si bien Chávez se quedó apertrechado, quien sabe por qué, en el Museo Militar cuando se podía consolidar la toma de Miraflores y que además no hubo la entrega del armamento, a pesar de que más de 500 civiles lo esperaban en diversos lugares de Caracas, es más deplorable que se use ese día como emblema de un régimen que no representa los intereses de los sectores del país que se sublevaron.

Al desvincularse de la parte cívica ¿se perdió el contenido popular de la rebelión?

     -Indudablemente. Había distintas organizaciones comprometidas como BR y el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) a las cuales se les dio la espalda, lo que evidencia el carácter político de los líderes militares quienes no entendieron que una sublevación requiere de participación popular para ser genuina. Chávez ha manifestado en varias ocasiones su temor a eso, lo cual ofende a los grupos civiles.

De esas personas que en ese momento pertenecían a alguno de estos partidos y se sintieron traicionados u ofendidos ¿hay alguno que milite hoy en el chavecismo?

     -Por supuesto, muchísima gente que rompió con nosotros antes y después del golpe cambiaron sus conceptos y se adecuaron de manera oportunista al régimen actual. El grupo de Elías Jaua rompe con nosotros por la negativa a una alianza con los militares; tenían ellos concepciones absolutas como que “el militar no tiene raciocinio”, luego vemos como se convierten en agentes de un régimen de dominación militarista. ¿Cómo pueden así representar los intereses del pueblo?

¿Qué intereses representan?

     -Indudablemente que los de la oligarquía financiera. Por eso es que los mayores beneficiados por este régimen siguen siendo los sectores vinculados a la industria petrolera, bancaria y enormemente a los importadores.

     Podemos decir que este es un gobierno antipopular. Aquí caen los precios del petróleo y no existe una fuerza productiva que pueda generar riqueza con la cual importar los bienes que hoy se traen para satisfacer nuestra demanda.

Si no hay fuerza productiva quiere decir que ¿nada de lo que motivó la acción subversiva se cumplió aun cuando uno de sus líderes principales ha tenido el poder 12 años de los 20 que han transcurrido desde entonces?

     -Nada, salvo la fraseología. Se ha reivindicado el pensamiento socialista para esconderse detrás de ello y aplicar medidas que nada tienen que ver con el socialismo y ese espíritu que se levantó el 27 de febrero de 1989 y el 4f. Chávez tiene todo un pastiche donde reivindica desde comunistas como el Ché Guevara hasta personajes como Nietzsche, faltándole sólo Heidegger para terminar de desenmascarar su carácter fascistoide.

¿Antes de ser presidente tuvo Chávez una sustentación ideológica?

     -No, Chávez nunca la tuvo. El rigor de los planteamientos que acordamos antes del 4f. surge de sectores distintos a Chávez. De eso podemos dar cuenta muchos que seguimos vivos y estuvimos allí como Gabriel Puerta, Eustaquio Contreras y yo. Él siempre fue pura fraseología.

¿Cómo explica al país que esto no es socialismo sino, como usted dice, “pura fraseología”?

     -Ese es el más grande reto de la oposición venezolana y también el más grande error. No es eficaz acusar al gobierno de algo que no es. La mayoría del pueblo venezolano se identifica con el socialismo, entonces el gobierno se disfraza de ello y la oposición lo acusa. Se le potencia una mentira, una impostura. Hay es que evidenciar que el régimen no está a favor del pueblo ni de la soberanía y contraponer un programa alternativo que se sustente en principios similares a los que levantamos para el 4f.

¿Cómo es posible reivindicar hoy esos planteamientos?

    -Tienen plena vigencia porque no eran ideas coyunturales sino base de un sistema político que rescate la nación.  La destrucción del aparato productivo es ahora incluso más profundo que antes, si no veamos los ritmos de importación. Somos cada día más dependientes.

¿Tiene un nombre ese modelo económico que impera hoy en Venezuel?

    -Es el continuismo de lo peor que ha existido. Un modelo económico que se corresponde totalmente a la división del trabajo impuesta por el imperialismo. Uno que nos especializa en exportar petróleo e importar todo lo demás.

¿Imaginó usted que la insurrección decantaría en esta historia?

     -Imposible. Existió una confluencia entre las fuerzas militares y civiles en un programa político de salvación nacional. Un programa que contemplaba una nueva democracia con participación popular en el ejercicio directo de ella, desarrollo como sustento de la democracia mediante recuperación del aparato productivo y el rescate de la soberanía con la industrialización del país, todos estos factores que garantizan nuestra autonomía.  

     Esas medidas se acuerdan en el Pacto de San Antonio aquí mismo en los Altos Mirandinos. Son  políticas que iban a combatir el auge que para ese momento tenían los lineamientos de la Organización Mundial del Comercio y sus conceptos liberales.

¿Y no se combaten?

    -Al contrario, este régimen encarna esa política e incluso le dio rango constitucional a algunas de ellas como por ejemplo el tratamiento actual a los capitales extranjeros.

Ante este panorama, ¿qué busca la oposición en un año electoral como 2012?

     -Hemos alcanzado en la Mesa de la Unidad la madurez para entender que debemos entregar a los venezolanos una alternativa programática que los atraiga. Hay una idea no lo suficientemente consolidada, salvo en la propuesta de Pablo Pérez, y es que el cambio debe ser popular. Eso significa un compromiso histórico con el empleo, la producción y los intereses reales del pueblo. Mostrando esos problemas que son palpables y pretenden ocultarse, es posible desenmascarar a un régimen mentiroso y su política dadivosa que es la peor propaganda del socialismo.

      Es esencial dejar de lado el discurso anticomunista porque afianza al gobierno y su popularidad.

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