«Somos territorio de violencia 
mi pueblo habla, mi pueblo grita.
basta de muerte, basta, basta! 
basta de morir, morir, morir 
que se vayan ellos 
los que no dejaron 
nacer y vivir» 
Piero

Cuando pensamos en una imagen que refleje la peor condición que pueda tener un niño o niña del mundo, no más cruenta que las fotos de niños y niñas de África, con su piel reseca y una hinchazón exagerada en el abdomen que contrasta con la piel adherida a sus costillas. Niños y niñas con ojos desorbitados y mirada triste. Una realidad que entendemos de otro continente, uno muy pobre pero alejado. Algo extraordinariamente doloroso que nos genera desagrado y molestia, y nos empuja a exigir que esa realidad injusta cambie. Pero siempre bajo el criterio de que «eso es en otra parte del mundo». Hasta que de pronto despertamos en que ya nos alcanzó.

Hace pocos días un compañero de trabajo, consejero de protección de niños, niñas y adolescentes, me dijo: «los casos están horribles, peor que en diciembre. Abrigamos como a 12 niños parecidos a los niños de África». Efectivamente, ya nos alcanzó.

En junio de 2016 para los consejeros de protección del municipio Sucre del estado Miranda era un hecho notable, alarmante y preocupante el aumento exagerado de medidas de abrigo que se dictaron, en su mayoría relacionada a situaciones de pobreza extrema, desnutrición y escabiosis, agravadas ante la ausencia de programas de asistencia que permitan a las familias atender a sus niños, niñas y adolescentes, lo cual es el mandato legal. También fueron noticia niños y niñas abandonados en la calle y en hospitales, con apenas días de nacidos.

El pasado mes de enero ofrecí algunos resultados de un estudio sobre la desnutrición infantil y su relación con el sistema para la protección de NNA, en la que una simple revisión hemerográfica, nos acercó a 29 hechos noticiosos a nivel nacional que refirieron la muerte de uno, dos y en un caso, hasta once niños, niñas y/o adolescentes fallecidos a causa de una desnutrición aguda. Conocimos en total de 51 niños, niñas y adolescentes en el país con desnutrición, de los cuales 34 murieron por esta razón. Estos datos solo son por referencia en medios de comunicación. Pero, además, esa investigación refleja la debilidad del sistema de protección de NNA para atender esta realidad y mucho más para dar aportes que prevengan estas situaciones. En cambio, deben dictar medidas que separan a los NNA de sus familias, ya que estas por sí solas no pueden ofrecer una alimentación balanceada a sus hijos e hijas y los NNA entran en un riesgo de muerte, y ante un mal mayor, se opta por el menor, la institucionalización de la niñez, arrancando de su familia a los NNA y retrocediendo años de avance en materia de infancia y de su protección integral, volviendo -sin aspirar eso- a una atención tutelar y a la criminalización de la pobreza.

Esta semana nos enteramos de que el hijo de un deportista venezolano, un adolescente de solo 15 años que fue secuestrado en navidad, apareció muerto. Su padre estuvo desde el 23 de diciembre deseando que su hijo apareciera con vida, una esperanza que duró mes y medio y que terminó con la trágica noticia del hallazgo del cuerpo de su hijo, quien fue asesinado el 01 de enero. Un adolescente inocente muere en manos de delincuentes dirigidos por otros delincuentes que están en cárceles venezolanas. ¿Cómo se explica esto? El Observatorio Venezolano de la Violencia nos coloca en 2016 como el segundo país más violento y cerrando el año con más de 28 mil personas muertas por la violencia, de las que un 35% son NNA.

Igualmente, leo en la prensa una crónica de los «Garimpeiros del Guaire» o en términos llanos, jóvenes que se introducen en el río más contaminado de Venezuela a buscar el sustento que los mantenga con vida, un metal que vender, un pedazo de cadena de oro. Son historias sumamente dolorosas, que dan cuenta de la aspiración de algunos jóvenes de no ser asesinos y delincuentes para poder vivir y que en cambio arriesgan su vida todos los días a infecciones en aguas contaminadas con olores putrefactos.

Todas estas realidades son nuestras. Ya no están en África. Alguien cercano las padece, son las noticias que inundan las páginas de los medios de comunicación, que nos llenan la cabeza de interrogantes y el corazón de la mayor incertidumbre y tristeza. Realidades que desenmascaran a un Estado indolente, cegado de poder y de dinero. Un Estado y un gobierno cuyos miembros no padecen la carestía y la pobreza del pueblo y por esta razón, simple pero infalible, no hacen las cosas necesarias para que las cosas cambien.

No es difícil entender por qué no lo hacen, es más bien comprensible. Ellos no padecen la miseria en la que nos han sumido. Ellos no temen la inseguridad, cada uno tiene unos cuantos guardaespaldas. No pasan hambre, no hacen colas, no buscan medicinas, todo lo tienen o lo obtienen con facilidad. Ellos viven en un mundo distinto al nuestro. Esto que padecemos no les afecta, entonces, ¿por qué han de buscar cambiarlo?

En cambio, esta realidad les ayuda a mantenerse en el poder. Mantienen al pueblo sojuzgado, disminuido, hambriento, buscando cada día como no morir de mengua, encerrados en sus casas por miedo a la inseguridad, en colas interminables para comprar un producto de la canasta básica, asustado por la represión, temeroso de hablar para no ir preso o no perder un pequeño beneficio social ¿cómo podría un pueblo en esas condiciones, enfrentarse al poder?

Muchas investigaciones, realizadas por especialistas en los distintos problemas sociales dan cuenta de nuestra realidad. Muchos defensores de derechos hacen las denuncias públicas para que se conozca lo que se obtuvo en las investigaciones, pero no pasa nada. No hay respuesta, no hay cambio. Pareciera que no hay responsables visibles. Pareciera que esos resultados no afectan sus gestiones. Pero a nosotros si nos afectan. Ergo, somos nosotros los afectados, los que estamos en riesgo de morir, por hambre, por enfermedad o por la delincuencia, quienes debemos actuar.

Bien lo dice Karl Marx en la tesis 11 sobre Fuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». Ya sabemos la miseria en la que vivimos, ya la hemos descifrado, caracterizado, explicado, sabemos por qué es esta nuestra realidad y no otra. Es momento entonces de transformarla, cambiarla radicalmente. En el mismo documento Marx alumbra además en un sentido más directo: «Son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias». Los hombres y mujeres son quienes tienen la posibilidad de hacer que las cosas cambien. Solo deben disponerse a ser factores de cambio, motores revolucionarios, actores de la transformación.

Los NNA no merecen estas condiciones. No podemos aceptar que su elección de vida se comparta entre ser mendigo o ser delincuente, entre estar encerrado y aislado entre cuatro paredes o ser secuestrado y asesinado, entre morir de hambre o tener que ser cuidados por extraños alejados de su familia. Por ellos debemos asumirnos como la vanguardia para la transformación, sin caer en ambigüedades manipuladoras acerca de que a los NNA no se les debe involucrar en la diatriba política. Ellos pueden y deben participar, pueden y deben opinar, pueden y deben exigir sus derechos y nosotros los adultos debemos generar las condiciones para que esos derechos de opinión, participación y de exigibilidad sean garantizados. Es nuestro deber ciudadano. La participación política es innegable cuando son las decisiones políticas las que determinan el país en el que van a vivir. Qué injusto seria alejarlos de la posibilidad de opinar y de participar.

Es una necesidad entonces, la acción, la protesta, la exigencia, es momento de organizarnos los comprometidos con la protección integral de la infancia y adolescencia venezolana, por ejemplo, una gran movilización social de nosotros junto a ellos, NNA exigiendo respuestas urgentes, acciones contundentes que cambien drásticamente la realidad, acciones contundentes que puedan generar el inicio del cambio y en caso contrario, la exigencia de la renuncia de los responsables en virtud de su ineficiencia, ineficacia e incapacidad para dirigir al país, para garantizar las condiciones mínimas de reproducción humana, y mucho más, para garantizar una vida digna, plena y feliz.

Es el momento de una gran movilización por los NNA que han muerto en manos de la delincuencia, por la ausencia de medicamentos y de alimentos, que han muerto en definitiva por un gobierno abúlico. Por eso la necesaria convocatoria a una movilización por la vida y la libertad de los NNA, por una educación de calidad, por su alimentación, por su salud, por la posibilidad de practicar deportes, de transitar libremente, de ser oídos, de que sean prioridad. Una gran movilización por un país que les ofrezca futuro, desarrollo y progreso. Una movilización creativa, de amplia participación, en la que se sumen los educadores, los médicos, las madres, padres y representantes, los niños, las niñas y los y las adolescentes, los artistas, cuenta cuentos, los deportistas, los trabajadores y trabajadoras, donde participemos todos y todas. Donde demostremos al Gobierno y al mundo que por los NNA es por quienes haremos lo imposible por procurarles un país más humano y justo, de libertad y democracia, de amor y paz. Ha llegado la hora de luchar.

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