A Pedro Arturo Moreno lo agarraron preso el miércoles 16 de julio. Nadie supo de su captura hasta tres días después. Durante este tiempo sufrió una tortura inimaginable. Lo hicieron perder la conciencia y lo revivieron repetidamente, buscando que le viera la cara a la muerte, una y otra vez. El jefe de la policía política de Venezuela, junto a un equipo médico, dirigió personalmente la operación.

Recientemente leímos una impactante entrevista en la que Lorent Saleh describe las dos modalidades de tortura que han desarrollado en Venezuela. La tortura blanca como se le conoce, letal al alma, a la condición de humanidad, logró plasmarla de la manera más trágica y conmovedora. Describe la inhumanidad de sus carceleros y de quienes dirigen este monstruoso centro de ignominia llamado Sebin.

Pedro, por ejemplo, la sufrió de una manera particular. La versión novelesca del policía bueno – policía malo fue parte de su tortura. Un muy conocido funcionario participó en la operación de ablandamiento. “Lo mejor es que hables, porque a tu familia le vamos a meter drogas. Los podemos desaparecer. Pero si tú hablas, podemos llegar a un arreglo”. Luego de estos cortos diálogos, le colocaron bolsas plásticas en la cabeza llenas de excremento y orine. Sintió la muerte en la desnudez de su cuerpo, colgado de las manos esposadas.

Al igual que Lorent, Pedro tenía 26 años cuando lo agarraron. A ambos los conozco de jóvenes. A Lorent lo conocí en una reunión nacional de la juventud de Bandera Roja —la UJR— en Cantaura. Recuerdo que era una reunión ampliada de la dirección nacional. Saleh tenía el pelo corto, rapado. Tendría apenas 18 años, pero la forma extremista y vehemente con la que hizo planteamientos sobre la lucha contra el chavismo lo hicieron alejarse muy pronto de la militancia comunista. La ponderación con la que nosotros actuábamos no fue de su agrado. Corrían los tiempos de la Coordinadora Democrática en Venezuela, de la cual formábamos parte.

En la playa Tucuchare, en una bahía del estado Sucre, le aplicaron una tortura inimaginable a Pedro Arturo Moreno. Un equipo médico y policial supervisó la sesión de golpes y descargas de electricidad. Esposado y vendado, a Pedro lo llevaron hasta la orilla de la playa para ahogarlo. Sintió el jadeo placentero de unas fieras salvajes empujando su cuerpo hasta el fondo del agua. Así conoció la muerte.

Cuando perdió el conocimiento la primera vez, lo sacaron y le aplicaron resucitación hasta dejarlo consciente nuevamente. En ese momento le repreguntaron por sus compañeros. Esto lo repitieron al menos 5 veces. Pedro no habló. Tampoco gritó. Cumaná no se enteró. Miércoles, jueves, viernes y sábado fueron días de tortura. Día y noche.

Son muchos los efectos fisiológicos de la aplicación de corriente eléctrica en el cuerpo. Los más frecuentes son el paro cardíaco, la fibrilación ventricular, la tensión extrema muscular o tetanización, la asfixia, el aumento de la presión sanguínea y por supuesto las quemaduras. Pedro los vivió todos.

Este procedimiento de tortura fue aplicado también a varios oficiales militares detenidos recientemente en mayo de este año. “Los colocaron sobre un rin y les aplicaron electricidad (…) A uno de los oficiales lo esposaron de una silla con las manos en la espalda y lo dejaron 72 horas frente a una luz mientras se hacía pipí y pupú encima”, narró el abogado Alonso Medina Roa en el foro “Basta de Torturas” el 12 de julio de 2018.

A Lorent buscaban anularle todos los sentidos, tal como él describe con horror. Pero no lograron quitarle un sentido fundamental: el sentido político. En la entrevista que concedió a El Mundo de España, luego de una desgarradora descripción de su sufrimiento, preguntó al boleo: “¿por qué el nazismo está prohibido y el comunismo no? ¿Lo ha pensado alguna vez?”. Suelta esa bomba ideológica como si nada. Como una parábola natural entre la tortura y la ideología. Como si hubiese sinónimo entre ambas.

Su narrativa y verbo durante la entrevista es tan vívida y bien presentada, que solo puede evocar días enteros pensando cada respuesta, con dolor. Recientemente hablé con una amiga ex presa política que Saleh hizo estando en El Helicoide, ya fuera de La Tumba. Me narró cómo Lorent pasaba horas leyendo los mejores y más grandes escritores latinoamericanos, en su mayoría de la propia izquierda, meditando sobre las novelas políticas y madurando su idea sobre la contemplación; el detalle, un arma poderosa tal y como él describe en su narración sobre la inhumanidad chavista. Pero su referencia para esto es Pepe Mujica, preso y torturado por la dictadura de derecha en Uruguay, por ser comunista. «Descubrí qué tan duro grita la hormiga». Esta frase de Pepe, Lorent ha dicho haberla hecho suya.

Pedro tenía la misma edad que Lorent cuando fue capturado por el mismo cuerpo de seguridad e inteligencia de Venezuela. Sus historias son casi la misma. Estuvieron ambos más de 4 años en prisión, siendo torturados sistemáticamente por el Gobierno que para cualquiera que oiga o lea su experiencia, puede ser entendido como acto de una dictadura criminal.

Sin embargo, Saleh no conoció la historia de Pedro Arturo. No la pudo narrar ni era necesario que lo hiciera. Ambos, con tanta similitud, han enfrentado a la dictadura chavista y madurista desde su primer día. Ambos hacen política desde muy jóvenes. Pero hay enormes diferencias. “Yo soy liberal, de derechas y católico”, dijo Lorent a la periodista de El Mundo. Pedro Moreno es comunista.

La otra gran diferencia es que la historia de Pedro Arturo Moreno ocurrió en 1980, bajo el Gobierno democrático y electo de Luis Herrera Campins. No se llamaba Sebin, sino Disip. Pedro tenía para entonces las mismísimas inclinaciones subversivas que animaban a Lorent contra el Gobierno al ser capturado. Incluso, la misma idea radical de estar dispuesto a dar la vida por el cambio político. A ambos los conozco. Y ahora debo preguntarle a Lorent Saleh a propósito de su reflexión entre nazismo y comunismo: ¿La democracia que torturó a Pedro y a miles de jóvenes en este mismo país, también debiera ser prohibida?

Pedro Arturo Moreno – Foto Iván Reyes

El sentido político no lo ha perdido. Pedro tampoco. Tampoco lo he hecho yo. El impecable uso del verbo, de la narración en primera persona, es un instrumento desgarrador e infalible. Recuerdo cuando fui sometido a mis 17 años a una terrible golpiza en la sede de la Guardia Nacional de El Paraíso por haber rayado una pared con el escrito “Fuera CAP”. Corría el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez.

Una de las torturas consistió en que le propinaron una golpiza con las botas y las cachas de FAL a uno de mis compañeros mientras yo lo presenciaba esposado de una silla. Luego, con la cacerina de una pistola, me rasgaron hasta sangrar los hombros, mientras me decían: “¿Tú quieres ser jefe guerrillero? Aquí te vamos a poner tu charretera”. ¿Hay diferencia? La tortura sigue siendo la misma. Los métodos de ejercicio del poder, los mismos, quizás más sofisticados tal y como dice correctamente Saleh… Basta ya.


Tomado de Efecto Cocuyo

Foto de Antonio Heredia para El Mundo, España

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