La dictadura de Pérez Jiménez fue justamente enfrentada con la vida de muchos jóvenes. No hubo fuerza extranjera que la respaldara. No hubo bombardeo de la OTAN ni exclusión aérea. La insurrección popular del 58 buscó con justicia poner fin al régimen de torturas y violaciones de la humanidad que constituía la dictadura militar marcadamente pro norteamericana que gobernó Venezuela por 10 años.

Aun así, mi abuela me decía hace unos años: Podrán criticarle de todo a Pérez Jiménez, pero puso a este país como una tacita de oro. La gente podía salir de noche sin miedo a que la mataran, y ni decir de las autopistas, las industrias, había trabajo… A mi abuela, en medio de su ingenuidad, se le olvidaban los muertos en las salas de tortura de la seguridad nacional o en las mismas calles de Venezuela, esas impecablemente asfaltadas.

Aún con esto, a Pérez Jiménez lo tumbó una insurrección popular. La autodeterminación de las mayorías se impuso sin necesidad de alianzas internacionales que nos bombardearan. Lo significativo no es que mi abuela justifique la represión y las muertes, que no lo hace pues es madre de media docena de hijos e hijas desde el más comunista hasta la más furibunda chavista, todos convencidos de luchar por la redención de la humanidad desde distintas perspectivas (algo de mi abuela les quedó a esta gente), lo significativo es que logre separar estos dos aspectos: represión versus desarrollo.

Hay quienes no tienen capacidad para desprenderse de algunos odios y pasiones, de algunas miserias particulares para mirar la historia con ojos de sensatez. Los niveles de desarrollo (índices determinados por la propia ONU, esa que avaló la intervención de la OTAN) determinaron que Libia era el país africano con mayor calidad de vida de ese continente. En todos los aspectos, desde el educativo hasta el material, la sociedad libia era de «clase media». Las caravanas de gente sobreviviente escapando de la guerra son llamativas: gente en carros nuevos, con aire acondicionado, huyendo con sus plasmas y sus tablet y sus carpas Coleman en carreteras impecables y sin huecos, solo maltratadas hoy por el bombardeo de la OTAN en la guerra…

En estos días un amigo, de esos que han comenzado a desprenderse de las posiciones de izquierda para «no parecerse a Chávez», justificaba el bombardeo de la OTAN. Dos argumentos lo sustentaban: Que Gadafi era un dictador asesino, y que la insurrección de Bengasi era la encarnación de la revolución árabe contra los modelos autoritarios. Quizás le entre un fresquito con la reciente noticia de la muerte del dictador. Agregaba también que las bombas de la OTAN sobre Libia no alcanzaban a las lanzadas en Afganistán, y por eso eran menos despiadadas.

El amigo estaba convencido que lo de Libia no era por el petróleo, sino por la revolución árabe. Inagotables discursos de la izquierda mundial no dejan de sentenciar: Lo de Libia es la voracidad transnacional por el petróleo, por el agua o porque Gadafi les resulta «incómodo» a los ojos norteamericanos para poder apropiarse con más «libertad» de las riquezas de ese (otrora) bello país. Coincido con el amigo en que ya Gadafi había entregado buena parte del petróleo a estos imperialismos, y peor aun, estaba ya negociando el resto.

Por mi parte jamás respaldé a Gadafi, ni si quiera creo que Cuba sea hoy una verdadera revolución socialista, pero aún me retumba una frase que mi padre dijo cuando supo de la muerte de Gadafi: El imperialismo existe. Tengo la impresión de que la izquierda mundial, incluyendo la de pose, la embustera que se luce en una Hummer o la que se cree de izquierda por su fraseología extremista , no se ha detenido en considerar que la «primavera árabe», adocenada en algunos países, detenida momentáneamente en otros, necesitaba un «jalón de oreja». El imperialismo, el que ciertamente existe como sentenció Carlos, necesitaba dar un tatequieto, un escarmiento.

Libia era un paraíso. Por lo menos para Italia, para Francia, para EEUU, para Inglaterra; era un paraíso. Un país costero, de fácil acceso militar, plano, desértico, de tribus y clanes, con un autoritarismo añejo, cansado, apetecible por el brote revolucionario de los árabes en pos de democracias liberales en el peor de los casos. Libia era un paraíso fácil de conquistar. Un paraíso porque tenía una oposición tribal relativamente sólida y extendida, bien formada, con una penetración en el aparato de gobierno importante. Un país de apenas 6 millones de habitantes y focalizada en tres ciudades importantes, con petróleo para medio planeta, con las reservas de agua fosilizada más grandes y con una población preparada siempre para la guerra, además penetrada por la cultura occidental a partir de las miles de becas que Gadafi pagó a jóvenes para su formación en Inglaterra, Francia, Italia, EEUU y pare de contar. Definitivamente era fácil de conquistar.

La intervención en Irak tardó aproximadamente 15 días en lograr derrumbar al régimen de Hussein. La intervención del Afganistán del Talibán algunas semanas, pero la de Libia, teniendo tan fácil acceso por mar, aire y fronteras, llevó 8 meses. La cosa como que no fue tan sencilla. Sin embargo parecen haberlo logrado.

No me deja de latir la idea de que es el mejor escarmiento para el mundo árabe, para los palestinos, para Túnez en donde la clase obrera juega un papel vital, para Barheim con fuertes enfrentamientos contra la dictadura, o para Egipto donde avanzan organizaciones proletarias en liderazgo. Es un buen escarmiento para el mundo y sus amenazas redentoras, y hasta para los estudiantes chilenos o los «indignados» de España o Wall Street. Este “ejemplo” es un perro meando un poste: Rusos y Chinos, dejen de expandirse a nuestro patio. Dejen la avaricia. Brics, este pedacito es mío.

Gadafi no podía terminar de otra forma. Un juicio, una legalidad, una justicia democrática y civilizada no interesa en esta circunstancia. Había que asesinar al dictador sanguinario, y con su propia sangre regar desde el suelo hasta las portadas de la prensa y televisión mundial. El escarmiento debía salpicarle la cara a la gente con unas gotas de sangre. Tan sólo unas chispitas. No importan tanto la acusación de sanguinarios, porque el otro también lo era”.

Luego de dedicarle varias horas a revisar todas las agencias, las que se disfrazan de revolucionarias y las imperialistas y reaccionarias, pude comprobar, armando la secuencia de vídeos y fotos y contrastando las descripciones de los distintos periodistas, que Gadafi murió como advirtió que lo haría desde un principio: en su tierra y peleando. El tipo no solo murió luchando, como lo prometió, sino que hasta el momento del disparo que le metieron en la cabeza estuvo desafiando a sus captores con lo único que le dejaron: la voz. Les gritaba asesinos, asesinos, no tienen clemencia, y lo mataron con un disparo en la sien. Lo más sorprendente es que todo indica que fue un carajito de 18 años que vestía una franela que decía «I Love NY», y portaba una gorra de los yankis. Qué revolucionario, qué héroe, qué imagen para un escarmiento.

Otros amigos afirman que a Gadafi había que matarlo. Que se lo merecía por haber torturado a su pueblo (ese pueblo que ahora huía de a cientos de miles en carros nuevos, con aires acondicionados), que debía ser ésta la lección para los dictadores. Que hasta «cierto punto» el bombardeo de la OTAN era la única forma en que «los revolucionarios» del CNT podían haber derrotado a ese «monstruo dictador».

Aunque en lo que he investigado como periodista no existe ni una sola prueba, foto de cámara, foto de celular, vídeo casero, ni siquiera una declaración presencial que afirme que hubo una «masacre» a población civil en la «primavera libia», que hubo bombardeo aéreo sobre población civil ordenada por Gadafi, mis amigos afirman que sí lo hubo.

En lo que he revisado tampoco encuentro el masivo respaldo que, salvo dos ciudades importantes como Bengasi y algo menor en Misrata, le hubiera dado la población libia al CNT. Pero de lo que no tengo la menor duda es que en las revoluciones que conozco en la historia no existe ninguna en absoluto que fuese hecha sin el respaldo pleno de un pueblo, con base en «bombardeos aliados». Las revoluciones que conozco, las emancipaciones que he visto, como las de Túnez, Yemen a medio comenzar, y hasta Egipto, todas las recientes, las ha logrado el pueblo por sus propios medios. Ni hablar de la revolución rusa o china, pasando por la cubana o la revolución democrática del 58 en Venezuela.

Algunos afirman que la única forma de derrocar esa feroz dictadura de Gadafi era con el bombardeo de la OTAN. De resto, iban a ser masacrados. Yo recuerdo, en el marco de mi ignorancia, que la caída de dictadores sanguinarios como Pinochet, Somoza, Chapita o hasta Pérez Jiménez, no contaron con pueblos «ayudados» con bombardeos aliados. La gente tuvo que restearse solita, los apoyos populares a estas emancipaciones fueron tan grandes que incluso, con mi abuela a favor de las obras de Pérez Jiménez como muchos en otras dictaduras de otros países, hasta los ejércitos se desmoronaron. En estos países la determinación del pueblo en la conducción de sus destinos estuvo dada por la voluntad y la autodeterminación y no por bombardeos aéreos que le dieran un «empujoncito».

Sin embargo y según este criterio, Libia no tenía opción al parecer. Gadafi había logrado, no se a través de cuál mecanismo, mantener en “terror” a la población que “en realidad lo odiaba y lo quería derrocar”. Y como era tan «feroz» la dictadura, pues esta revolución sí necesitaba de «empujoncito» para coronar la victoria. Las primeras celebraciones patrióticas de la conquista del poder en Trípoli fueron la visita de Sarkozy y Cámeron. Y la más reciente, un día antes de la muerte de Gadafi, la de Hilary Clinton en visita relámpago, como diciendo: está autorizado, maten al hombre.

Por ahora Gadafi ha muerto torturado y fusilado. Su hijo Mutassim fue torturado y fusilado también según muestran los videos que el propio CNT ha divulgado. Tres de sus nietos pequeños murieron en un bombardeo junto a su hijo menor, deportista formado en Inglaterra, sólo por poner un ejemplo. Las cifras de la prensa varían entre 1.200 y 10.000 los muertos civiles por bombardeos de la OTAN, pero algunas fuentes hablan de más de cien mil. La historia la escriben los vencedores y ahora, prontamente tendremos nuevas versiones, mejoradas, de los resultados de esta revolución «patriótica». Había que terminar con una dictadura que durante 42 años mató a miles de personas para sostenerse, y para ello fue necesario matar a quizás la misma cantidad pero en 8 meses. Qué paradoja la justicia de algunos. Qué democrática la percepción de otros. ¿Será que mis amigos usan la razón para considerar que algunas revoluciones necesitan «esas ayudas»?

Las incursiones, según la propia OTAN, sobrepasan las 40 mil. Solo en los tres primeros días de la ofensiva sobre Trípoli se hablaba de la descarga de 8.000 bombas sobre la ciudad. Es como imaginarse a Catia, solo Catia, con una descarga de tal magnitud. En Sirte, por su lado, según la agencia francesa AFP, no quedó ni una sola casa sin haber recibido fuego de artillería o bombardeos. “Prácticamente todos los edificios grandes han sido destruidos”, afirmaba un refugiado. “No he visto guerra más sucia que esta”, se quejaba el libio de origen palestino Sami Alderramán a AFP. “Los mercenarios (CNT) combaten desde las once de la mañana a las siete de la tarde. Pero lo peor son los bombardeos de la OTAN, que suelen ocurrir por la noche a partir de las once. Y disparan contra cualquier edificio. Hace dos días no pararon de tirar bombas durante seis horas. He visto morir niños, mujeres, hombres… como si fueran animales. Yo cogí a mi familia y la metí en un sótano, y en cuanto hemos podido hemos salido de allí. No hay luz, apenas hay alimentos… En los últimos seis meses puede que hayan muerto en Sirte unas tres mil personas”.

Nada justifica el autoritarismo, nada justifica no profundizar la democracia en el mundo. Nada justifica un dictador, un tirano, pero absolutamente nada puede ni podrá justificar para mí un bombardeo, una masacre, una intervención extranjera en ningún pueblo por más que esté sometido. Salvo en casos como el de la Alemania de Hitler, cuyo pueblo respaldaba invasiones a otras naciones, solo una alianza internacional pudo derrotarlo. Este caso es diametralmente distinto ¿Cuántos países pretendía invadir Gadafi?

Mi abuela aún sigue pensando que las obras de Pérez Jiménez son emblemáticas. Mi abuela respalda irreductiblemente al régimen de Chávez con su socialismo de mentira. Todos sus hijos varones, y los nietos de este ramal somos opositores y los que más, somos de Bandera Roja. Nos quiere por igual, quizás a unos más que a otros, como es normal. ¿Qué le dirá una abuela Libia a sus nietos en 20 años? Aunque hay que preguntarse primero si Libia existirá. Veremos cuán sólido es el gobierno surgido de esa extraña emancipación respaldada por bombas extranjeras, y si el pueblo libio realmente se ha emancipado de la tiranía, o solo la ha sustituido por una más criminal.

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