La economía venezolana se ha convertido en el escenario más expedito para el análisis de los asuntos económicos desde una perspectiva científica.

La ciencia económica, aquella que atiende las relaciones sociales de producción y de cambio, en el marco de las imperantes, no encuentra canales de propagación como los que sí le son propios a las ciencias naturales. Estas últimas no solamente encuentran mayor capacidad de difusión, sino también, más posibilidades de desarrollo. Y es que, superadas las condiciones creadas por el oscurantismo siglos atrás, las ciencias naturales y la filosofía alcanzaron un empuje importante.

El rezago en relación con el mundo árabe y asiático durante la oscurana, comenzó a cerrarse. Aunque, Giordano Bruno (1548-1600) se pasó de la raya y la pagó con la hoguera, Galileo (1564 1642) dio su brazo a torcer, temeroso de la muerte, pero pudo balbucear, leyenda o no, aquello de eppur si muove. Así, las ciencias naturales se van desarrollando hasta encontrar difusores de los más variados estilos sin sufrir mayores frenos, al menos en relación con las ciencias sociales.

Así, el desarrollo de las ciencias naturales en los últimos siglos ha permitido la creciente revolucionarización de los medios de producción en general y en particular de los instrumentos de trabajo, las máquinas. Allí, en las ciencias naturales, no puede haber dudas. Las máquinas y el capital, no aceptan errores ni vacilaciones. Por eso, mientras se realicen estas ciencias y su realización como tecnologías, con base en el método en correspondencia, pueden marchar junto a cualquier idea filosófica de la metafísica.

La ciencia económica, por su parte, en general las ciencias sociales, se enfrentan a la perspectiva ideológica del sujeto en cuestión. La orientación filosófica termina por marcar la percepción de la cosa. La política crea también una visión particular. Es así como la ciencia económica se ve difuminada por la apología al servicio del orden imperante. Las leyes son sustituidas por axiomas o dogmas cuya corroboración empírica conduce a la máxima según la cual el economista es un experto que mañana sabrá explicar por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy. Sin embargo, es ese economista al que se le abren las puertas de los medios dominantes. Pero, el pensamiento económico científico, por atentar contra lo imperante al develar su naturaleza explotadora, se le ataca, se esconde, se vela con la metafísica del momento.

No logra ver, la apologética burguesa, por ejemplo, que los axiomas en función de legitimar las políticas económicas en favor de la oligarquía financiera, lejos de atender los problemas positivamente, terminan por crear crecientes tendencias a la destrucción de capitales. Lo que se expresa, principalmente, en las crisis que conducen a la infernal escalada de la pobreza, a la postre, principal mecanismo que permite frenar la caída del rendimiento del capital.

Asimismo, la fraseología logra enmarañar las cosas, al punto que la lógica formal sustituye la realidad. A la larga, las consecuencias hacen ver la razón verdadera de tal o cual ingeniería o reingeniería económica: preservar determinada capacidad de crédito para garantizar el pago a los acreedores, incrementar la deuda pública, mientras se garantiza el papel de cada país en la división internacional del trabajo.

El pensamiento económico vulgar, en la época de los monopolios, deriva en una apologética que deja atrás los atisbos y aportes científicos de quienes fundan la ciencia económica, a Smith y Ricardo, principalmente. Por supuesto, el marxismo se convierte en lo «anquilosado», por decir menos, muy a pesar de su plena vigencia.

Venezuela, la ideología como palanca

La circunstancia venezolana es laboratorio idóneo para analizar este asunto. De una parte, la farsa chavista presenta el draconiano paquete fondomonetarista como respuesta a la «guerra económica». El aumento en el precio de la gasolina como respuesta al contrabando. La nivelación del salario a la baja como expresión genuina de «socialismo». La alianza con China y Rusia como expresión del aporte del país a un «mundo multipolar», entre otras mentiras y patrañas.

Lo cierto es que lucen en extremo cínicas las ideas gubernamentales, solamente digeribles y aceptables por quienes se ven embobados por aquellos que usufructúan del régimen. La política liberal la disfrazan de respuesta socialista y revolucionaria. Vaya cosa.

Por su parte, la apologética económica guarda distancias pero en el terreno de los tiempos y magnitudes pero no en la esencia de las medidas. También harían cosas similares y más drásticas aún.

Pero resulta que esta política es la asumida por cualquier colonia frente al acreedor. Lo mismo que Tsipras en Grecia, o Macri en Argentina, o Carlos Andrés Pérez en 1989, se trata de una política que afianza la naturaleza dependiente y semicolonial del país en cuestión.

Demuestra esta política que el Estado dependiente expresado en eso que han llamado chavismo, asume intereses antinacionales. Profundiza el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo. Nos condena a la especialización en la producción petrolera y minera. Frena nuestro desarrollo. Además, es una política que frena el proceso de concentración de capitales en función de la producción y el crecimiento económico con la capacidad instalada. Pero el apologeta ve en lo que hace el gobierno, más «comunismo».

Lo que ven los apologetas

Los axiomas de la apologética, realizados en una política económica concreta, se convierten en instrumentos contra los intereses nacionales y populares. El principal de todos de cara a la crisis, sin duda alguna, es el del liberalismo a ultranza. Aparte de que no se percata el economista de marras, cuándo hay y cuándo no hay liberalismo. Poner a competir un capital con otro está sujeto a la composición de cada competidor. Esto es, la relación entre el uso de la fuerza de trabajo y los medios de producción, sobre todo los desarrollos científico-tecnológicos realizados en las máquinas, de quienes entran a competir. Así, Venezuela, liberalizada con rango constitucional, apenas podría competir en la producción de casabe. Bien que parece ser consumido solamente en nuestro país. De resto, estamos rezagados. Sobre todo en el período chavista perdimos competitividad salvo lo que brinda la baratura de la fuerza de trabajo del venezolano.

En este sentido, fue un craso error de este régimen el meternos en Mercosur y asociarnos con chinos, rusos, entre otros, cuando hemos perdido tal grado de competitividad que demandaríamos una profunda reconversión para siquiera asociarnos con economías atrasadas. El colmo fue la implantación de controles al producto interno junto a la importación con dólares preferenciales que llevaron a la quiebra buena parte del producto nativo. Controles para garantizar la realización del producto importado con bases liberales y suficiente demanda social mediante las dádivas brindadas a través de las llamadas misiones, superganancias petroleras mediante. A esto llaman los axiomáticos «socialismo». Adjetivación que era melódica a los oídos chavistas.

La división internacional del trabajo, es otro asunto que parece no ver el economista. Esa clase no fue aprobada. Sucede que con base en lo anterior, las naciones de mayor desarrollo buscan permanentemente, frenar la caída del rendimiento del capital. Mientras más tecnología y, por ende, mayor absorción de materia prima e incremento de la producción, el rendimiento del capital cae tendencialmente. Por lo que propician una división internacional del trabajo a su favor. Países débiles, atrasados, dependientes, se ven forzados a especializarse en la producción de bienes primarios. Materias primas baratas y cuyo precio está sujeto a las manipulaciones del gran capital, terminan favoreciendo la meta de frenar la caída de la cuota media de la ganancia (G’), lo que es lo mismo, del rendimiento del capital.

Los problemas puntuales que sufre la economía venezolana tampoco pueden ser vistos por el economista. Valga el caso del incremento de precios. Establecer que el incremento generalizado de los precios es producto solamente de la inflación, es un error que impide ver el problema de manera concreta. Esto es, de manera que podamos apreciar todas sus determinaciones. Esto es importante, sobre todo a partir de la implantación de un nuevo signo monetario. Claro, ubicar el papel de la especulación en este fenómeno es dejar en evidencia un principio del orden imperante. Nadie compra caro para vender. El vendedor compra barato para vender más caro. Si las condiciones del mercado lo permiten vende mucho más caro. A raíz de la implantación del soberano, la especulación alcanza un grado todavía mayor al que ya venía imperando. Sumemos que el soberano atado al petro, conduce indefectiblemente a una mayor dolarización de la economía. Circunstancia que apuntala el proceso de adecuación del nuevo dinero al valor de los bienes y servicios. Con ello no solamente se puso en claro la farsa chavista, la magia según la cual se iba a incrementar el salario real. Ilusión que ya se esfuma cuando la escalada de precios tiende a colocar el poder adquisitivo del salario a la fecha del 20 de agosto pasado. Es que para que el soberano o cualquier signo monetario que se imponga, sirva para el incremento del salario real, tendrían que cumplirse dos premisas, crecimiento de la economía y políticas que redistribuyan el ingreso en favor de la capacidad de demanda. Ninguna de las cuales se ha dado en la economía venezolana. Por el contrario, la economía sigue cayendo y las ganancias se concentran en los que más tienen.

Tampoco parecen ver la naturaleza fondomonetarista del paquete Maduro. Lo tildan de rojo. Aparece en escena el anticomunismo. No podía ser de otra manera. Aunque todo indica su rasgo que lo podemos reducir a mantener la capacidad de crédito del Estado venezolano a punta de presión tributaria y caída de la capacidad de demanda.

Esta visión axiomática de la economía, que considera que los chavistas son «comunistas», plantea como alternativa para la superación del régimen una política que es bastante similar al paquete Maduro. Solo que al lado de Estados Unidos y no de los chinos, aunque ya aceptan esa posibilidad.

Por el contrario, lo planteado es una salida de progreso basada en la una nueva democracia cuyos pilares sean las asambleas de ciudadanos regadas en toda la geografía nacional. Una política económica que impulse el desarrollo industrial diversificado y propicie la producción agrícola hacia la soberanía agroalimentaria. Lo que supone una nueva política bancaria para canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Una nueva relación con el sector externo de la economía protegiendo el producto nacional y limitando las importaciones al interés nacional. Una política fiscal y tributaria que, eliminando el IVA, se sustente en el impuesto sobre la renta creciente en tanto se incrementa la producción para satisfacer la demanda interna. Un programa de reconstrucción nacional y al servicio del pueblo, eso es impensable para el apologeta…


Tomado de Efecto Cocuyo

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